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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Microcosmos

El 'milagro' del pueblo de Plasenzuela escondía algo más que picaresca

MARCOS BALFAGÓN

A veces ocurre que un universo, pues hay varios como hay varias Españas, se concentra en un punto. Para Salvador Dalí el centro de nuestro universo se situaba en la estación de ferrocarril de Perpinyá. Allí se encontraba el centro de una falla geológica que, de haberse abierto, hubiera separado a España de Europa, lo que hubiera impedido el nacimiento de la única civilización considerada por el genial pintor.

Plasenzuela, un pequeño pueblo de Cáceres, no alberga una falla, sino que es el microcosmos de un fallo, el de un país, o al menos de una parte de él. Unamuno ideó el concepto de los “protofenómenos”, cargados de significado para el futuro. Es una pena que los desmanes del anterior alcalde, el socialista José Villegas —con Audi, claro está, y un móvil a cuenta del Ayuntamiento desde el que llamaba a su novia en Brasil—, no se hubieran detectado antes de convertirse en fenómeno.

Plasenzuela perdió la cabeza en la embriaguez del dinero fácil. Incluso los Grimaldi-Hannover de Mónaco pasaban por allí, de caza y de juerga. Con solo 500 vecinos, hubo casi de todo hasta que en 2008 destapara el pastel el entonces teniente de alcalde para ponerlo en manos de la fiscalía. Era el pueblo del milagro. Prácticamente con pleno empleo, el consabido polideportivo, piscina, biblioteca pública ahora cerrada, centro de formación de instaladores de fibra óptica, y, lo único que aún funciona, una residencia de la tercera edad.

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Todo ello financiado en parte por la Junta de Extremadura, Fondos Europeos y deuda, siempre más deuda, para obras adjudicadas en su mayoría a un mismo constructor.

Los vecinos, e incluso algunos que no lo eran, rotaban en el empleo municipal, engañando a los inspectores de Trabajo, que dejaron pasar que el Consistorio no pagara la contribución a la Seguridad Social. Resultado, todo sumado, una deuda de 8.000 euros por habitante en un pueblo que en buena parte ha vuelto a depender de las cabras.

Una mayoría de los vecinos se beneficiaron de esta fiebre. Y ahora calla. Pero no por ser Fuenteovejuna frente al comendador. “Lo que decís es injusto; no lo digáis, que no es justo que nos quitéis el honor”, pensarán, con las palabras de Lope. Pero Plasenzuela ha perdido algo más que el honor.

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