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Tribuna
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¿Ingobernabilidad post-Chávez?

En Venezuela se ha instalado un clima de radicalidad en amplios sectores populares y facciones chavistas que supondría un gran desafío para un nuevo gobierno surgido de la oposición

La mayoría de los latinoamericanos ha escuchado más sobre la enfermedad del presidente de Venezuela Hugo Chávez que la de cualquier familiar, en una forma incisiva, en un soliloquio sin novedad, y en el que además de no estar en juego la estabilidad de su propio país ni la seguridad nacional no hay indicios de transparencia en los propósitos y el manejo de la información.

Pero a diferencia de la retahíla de sandeces y salidas de tono del mandatario en sus 13 años en el poder, las cuales se podía intentar ignorar, el cáncer que padece y su consecuente posible marginación de la campaña por la reelección a la presidencia del próximo 7 de octubre puede desencadenar una crisis de gobernabilidad sin precedentes en Venezuela. Sería entonces imposible desoír el impacto para la región.

Y es que aunque parezca paradójico, para la oposición el mayor desafío en breve puede no ser tanto ganar las próximas elecciones y desplazar al Partido Socialista Unido de Venezuela, PSUV, del poder como el encontrar un clima de gobernabilidad en medio del sedimento de desinstitucionalización que ha recorrido el país, la politización de sus Fuerzas Armadas o las dificultades de impulsar una nueva agenda de desarrollo al abrigo de una constitución socialista. Por solo mencionar algunas rémoras, un nuevo presidente surgido de las filas de la oposición tendría más de la mitad de las gobernaciones en contra, una Asamblea Nacional elegida hasta 2016, en la que el PSUV y los partidos afines cuentan con 97 diputados de 165, así como el antagonismo de los boliburgueses, la nueva burguesía que se han enriquecido al amparo del régimen socialista, tratando de conservar sus privilegios.

Las hipótesis de la ingobernabilidad ante el deterioro de la salud de Chávez no es del gusto de la oposición, para la cual es una extorsión política y psicológica en la que se amedrenta a densos sectores de la población con un escenario de anarquía, violencia y desgobierno. No obstante, no es un secreto que la agresiva concentración de poderes en manos del presidente y la cartelización en el ejercicio del mismo erosionó la institucionalidad en Venezuela y, como ya sucediera entre el 1973 y 1988, dio paso a un deterioro significativo de la capacidad de acción del Estado. Tarde o temprano la cuenta de cobro recaerá en la gobernabilidad.

Sin la renta petrolera la existencia de la Revolución Bolivariana no sería más que una quimera

Claro que uno sería el escenario de un cambio de gobierno producto del desgaste de Chávez y del oficialismo, por la inseguridad, la crisis energética, la escasez de alimentos, los motines carcelarios, la galopante inflación o la corrupción, y otro sería el de un triunfo de la oposición por una baja del comandante a causa de su enfermedad. Un Chávez mártir puede ser la peor noticia para la estabilidad política de Venezuela debido a la radicalización de vastos sectores de la población, a las facciones chavistas que lo reivindicarían como un mito, muchas de las cuales se han convertido en milicias armadas que no tienen ninguna convicción por las vías democráticas.

¿Cómo podría actuar y confrontar un nuevo presidente a los grupos radicales y armados con un Ejército politizado, falto de cohesión y sin clara lealtad al primer mandatario? El actual ministro de Defensa Henry Rangel Silva ya en el pasado afirmó que los militares no aceptarían un gobierno de la oposición. La inteligencia cubana, muy influyente en el estamento militar venezolano, también con seguridad movería sus bazas para impedirlo.

¿Cómo podría igualmente un nuevo gobierno aplicar recortes y reconducir la política económica en el evento de una reducción de los ingresos petroleros con los antecedentes de intentos de golpes de Estado y en un clima social tan adverso? Por encima de cualquier consideración sobre el adecuado balance de una política económica y social progresista, sobre la apropiada proporción de la intervención estatal para asegurar el beneficio a los más desfavorecidos, en Venezuela se ha instalado un clima de radicalidad en amplios sectores populares y facciones chavistas que supondrán un gran desafío para un nuevo gobierno surgido de la oposición, reconocía hace algún tiempo en una conversación que sostuve con Manuel Rosales, el excandidato presidencial venezolano, actualmente exiliado en Perú.

Sin la renta petrolera la existencia de la Revolución Bolivariana sería no más que una quimera. Gracias a la misma el régimen se ha podido erigir en tiempos en los que tal amalgama de socialismo-populismo es una peculiaridad, se ha podido preservar vía el mantenimiento de altos niveles de gasto público y amortiguar las crisis propias de un sistema en el que el único árbitro pasó a ser el poder omnímodo del presidente.

Aunque nadie sabe con certeza qué pasará en una Venezuela post-Chávez, lo que es seguro es que la feroz pugnacidad desatada desde ahora entre las facciones chavistas por posicionarse ante un eventual relevo del comandante Chávez, léase los Nicolás Maduro, los Elías Jaua, Diosdado Cabello o su hermano Adán Chávez, se encargarán de agregarle un ingrediente más al cóctel de incertidumbre que penderá sobre Venezuela. En ese caso, la misma peculiaridad con la que se estableció el régimen puede ser demandada para salir de una crisis de gobernabilidad probablemente inevitable. Para la región será imposible permanecer indiferente.

John Mario González es experto en sector público y consultor internacional en Washington D.C.

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