La maldición de los Beatles
James McCartney, hijo de Sir Paul, no ha osado sacar su primer disco hasta los 34 años Tras sobreponerse al aplastante peso del apellido, afronta la difícil conversión en celebridad
Partamos de una base: ser hijo de famoso puede ser un marronazo. Y más si tu padre suena en los altares del pop. Esto no va solo por James McCartney; también por Sean Lennon, Dhani Harrison y Zak Starkey (que se libró un poco del trauma al evitar el apellido artístico Starr). A principios de abril, la prensa mundial soltaba aspavientos ante unas declaraciones del pequeño McCartney para la BBC que dejaban entrever la posibilidad de que los cuatro vástagos se juntaran en una versión júnior de los Beatles.
Pura carne de titular. Afrontémoslo: si la unión de estos cuatro músicos, que han heredado la profesión de sus padres por simple confusión ante la vida, se hiciera realidad, derivaría en un linchamiento público. Quizá por eso, el timidísimo James McCartney, hermano menor de la fotógrafa Mary y la diseñadora Stella, no ha osado publicar su primer disco hasta ahora, a los 34 años.
Desde pequeño se vio aplastado por el peso del apellido, evitando mencionarlo cada vez que le presentaban a alguien. Irónicamente, ha confesado que quiso aprender a tocar la guitarra cuando vio, con seis años, a Michael J. Fox atacando el rock de Chuck Berry en Regreso al futuro. Tenía 19 cuando a su madre, Linda, se le diagnosticó cáncer de pecho. Era el único hijo que quedaba en casa y libró la batalla junto a ella durante tres años. Colaborar por lo bajini en el disco Flaming pie, de Paul McCartney, fue su mejor terapia. Después se peleó a muerte con el autor de Hey Jude por liarse con Heather Mills al año de fallecer Linda. Se refugió en el anonimato estudiando arte en Brighton y trabajando como camarero para no tirar de las arcas familiares.
Insinuó una posible unión musical con los hijos de los otros Beatles, ante el pasmo de la prensa
Desde que sir Paul, de 69 años, dejó a Mills, que solo le sacó 31 millones de euros frente a los 160 que reclamaba en el divorcio (la fortuna de McCartney se estima en unos 600 millones), padre e hijo se volvieron de nuevo inseparables. Sir Paul compró un piso a James de 1,2 millones cerca de su mansión en Londres y le prestó su Mercedes-Benz. James fue padrino de su tercera boda, con la rica heredera Nancy Shevell, de 51 años, y posó abrazado a ella cuando a su padre le dieron, al fin, una estrella en el paseo de la fama de Hollywood, el pasado febrero.
De repente, James está en todas partes. Bromeando con David Letterman en la tele, bailoteando con Kate Moss en alguna fiesta, dándose un baño de celebridad en el Viper Room de Los Ángeles o actuando en The Cavern, en Liverpool, donde los Beatles echaron los dientes. Asume a trompicones las maneras de una estrella del rock.
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