Los Windsor se enganchan al tirón de Guillermo y Kate
Los duques de Cambridge celebran su primer año de casados en el que se han consolidado como una sólida alternativa al trono
Ha pasado ya un año desde la boda del príncipe Guillermo y Kate Middleton y la pareja se ha consolidado como el más sólido futuro de la monarquía británica. Quizá lo más notable de estos 12 meses es cómo los duques de Cambridge han ido oscureciendo la figura del heredero, Carlos de Inglaterra, y cómo Catalina ha ido imponiendo su personalidad, entibiando las inevitables comparaciones con la que hubiera sido su suegra, la mítica princesa Diana.
Ya solo la delgadez parece unir a la madre y a la esposa del príncipe Guillermo. Catalina ha ido perdiendo peso desde que su relación con el que ahora es su marido se convirtió en algo serio, pero nadie parece apelar a los fantasmas de la bulimia de lady Di.
Guillermo y Kate han superado con éxito su primer año de casados. Al menos, en lo que se conoce: su vida pública. Un éxito al que no son ajenos los asesores de palacio pero que los observadores de la realeza atribuyen a la propia pareja. Primero, porque son pareja, y no un matrimonio de conveniencia como Carlos y Diana. Y, segundo, porque suelen tener la última palabra en sus decisiones.
Hace un año, Kate tenía dos grandes retos: aprender el oficio real y aprender a vivir con el acoso casi permanente de la prensa. Para lo primero, dicen que ha tenido dos grandes apoyos: su marido y su suegro. Los medios británicos subrayan las buenas relaciones entre Catalina y el príncipe Carlos, que se han dejado ver juntos en la ópera o en museos y galerías, compartiendo aficiones que no siempre apasionan a los príncipes Guillermo y Enrique.
Pero es sobre todo Guillermo el que se ha convertido en cicerone en este primer año de inmersión en la vida palaciega. Ella, definida por algunos cortesanos como empecinada y profesional, prepara con detalle sus apariciones públicas, que han sido cuidadosamente programadas. El primer viaje público de la pareja tras la boda, a Canadá y Estados Unidos, confirmó su capacidad para relacionarse con el público con naturalidad y la gracia suficiente.
Poco a poco ha ido asumiendo labores más arriesgadas. Las habituales ausencias de su marido por razones profesionales –como su controvertido despliegue de seis semanas en las islas Malvinas– han facilitado que Catalina vaya compareciendo en público con otros miembros de la familia real. O sola.
A principios de marzo acompañó a la reina Isabel y al duque de Edimburgo a Leicester en el primer viaje del monarca en el marco de las celebraciones del 60 aniversario de su acceso al trono. La reina y la duquesa de Cambridge asistieron juntas a un desfile de moda protagonizado por estudiantes. Pocos días después, Kate pronunció su primer discurso en público, en un hospicio infantil en Ipswich. Apenas podía contener los nervios y no mostró la seguridad y la naturalidad habitual, pero superó la prueba con éxito.
Quizás su naturalidad y seguridad son las virtudes que le están permitiendo ganar la batalla con el otro gran reto: superar el peso inmenso del recuerdo de la princesa Diana. Ambas comparten un cierto estilo de belleza, pero la seguridad y la profesionalidad de Kate contrastan con la profunda inseguridad y la aparente ingenuidad de Diana, aunque la joven duquesa no tiene el carisma y el glamour de la desaparecida princesa.
Si algo ha aprendido Catalina de la que hubiera sido su suegra es la importancia de que su vida no acabe siendo dominada por los medios. Eso es algo que aún tiene más presente el príncipe, que siempre ha pensado que los medios tienen una gran dosis de responsabilidad en la trágica vida y muerte de su madre. La pareja vive casi aislada en su casa rural de Anglesey, en el norte de Gales, donde Guillermo trabaja en el servicio de rescate en helicóptero.
Ella actúa a menudo en los actos públicos como si los medios no existieran. E intenta llevar una vida privada lo más normal posible. Va al supermercado en Anglesey y cuando está en Londres sigue tomándose un café en Starbuck’s o comprando en las tiendas de ropa que frecuentaba antes, a las que llega sin anunciarse.
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