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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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¡Ay, si los bolsos hablaran!

"Mientras al Rey le quita el sueño el paro juvenil, los chicos Loewe andan poniéndose bolsos de ante en la cabeza, a modo de corona y alimentando otra vez el sueño de que España es 'different"

Boris Izaguirre
La jueza Mercedes Alaya, instructora del ‘caso de los ERE irregulares’, llegando a los juzgados de Sevilla
La jueza Mercedes Alaya, instructora del ‘caso de los ERE irregulares’, llegando a los juzgados de SevillaGarcía Cordero

Pero qué divertido y superguay todo lo que ha pasado con el anuncio para Internet de Loewe! Los de la generación Twitter tocaron el cielo criticando el spot donde sus contemporáneos se expresan, maquean y salen a la calle a comerse la merienda en un mundo en crisis y, en vez de convertirlo en un hazmerreír, transformaron el anuncio en un trending topic, el no va más en cuanto a aspiraciones de los tuiteros. Les salió el tiro por la culata, que dirían sus abuelas.

Un software presentado en Bilbao esta semana, de nombre Sentient, analiza impulsos compradores y concluye que los anuncios para la red virtual con mensajes de larga duración tienen mayor calado entre sus espectadores. Borja Legarda, uno de los responsables del sistema, agregaba: “Los anuncios largos se explican mejor, son más baratos y consiguen provocar una mayor intensidad emocional en su público”. El spot de Loewe es largo y lánguido. Un poco low cost, pero con un código estético apropiado. Las imágenes no parecen referirse al nimileurismo o los minijobs de seis euros la hora, problemas propios de la generación retratada en el anuncio. Una juventud crecida en los años que fuimos ricos y que despierta a la vida en un tiempo marcado por huelgas y déficit y que parecen querer rebelarse aferrándose a la vacuidad de un bolso impagable.

Las frases que exclaman los chicos del spot han sustituido a las de Mi gitana. Eso de que “enamorarse es superguay”, en vez de “se me enamora el alma”; el miedo a envejecer a los 24 años y, sobre todo, la magníficamente petarda “Me bajo del avión, me pinto, me visto y ¡pumba! [saltito], ahí estoy” se volvieron virus a través de la red viral. Mientras a nuestro monarca le quita el sueño el paro juvenil, los chicos Loewe andan poniéndose bolsos de ante en la cabeza, a modo de corona y alimentando otra vez el sueño de que España es different.

Polémica o no, tratándose de un anuncio de bolsos, ha creado una moda, la de la ilustradora y modelo ocasional Lorena Prain, que en el anuncio luce un peinado con las mechas al revés: en vez de teñir la raíz, las expone y van cubriendo el pelo hacia las puntas. No tiene un pelo de tonta, y el peinado ya se conoce como Mechas Prain y una vuelta de tuerca en el férreo régimen de la mecha. Una chillona rebelión, desmitificar la mecha desde su raíz, que ha sido atacada ferozmente ahora que a la derecha va saliéndole el rizo más rabioso y no quiere que las mechas se hagan de fuera hacia dentro. Pero sí tomarnos el pelo.

Es cierto que Loewe no es una marca nacional, sino una más del conglomerado de la multinacional francesa LVMH. Y también que la jueza sevillana Mercedes Alaya mantiene su pelo oscuro, sin experimentos juveniles, y con un aspecto que conjuga impecable con implacable. La jueza Mercedes es presencia diaria en los medios por ser la instructora del caso de los ERE irregulares de Andalucía. Casi siempre presenta el mismo bolso y el mismo trolley presuntamente cargado de los papeles del caso. El bolso es de tamaño normal, color albero, y consigue pasar sin pena ni gloria. La maleta, en cambio, parece más propia de una diva. E incrementa la vergüenza socialista ante su caso de supuesta corrupción administrativa gracias a su tamaño. La jueza la exhibe como si fuera un nuevo mazo justiciero.

Fue un detalle que los jueces de Gürtel evitaron. Se quedaron en los trajes, que significaban tanto como ese petate que llega y sale de los juzgados de Sevilla cada día más pesado, más protagonista. La misteriosísima maleta de la jueza Alaya, en cambio, es la justicia que avanza silenciosa y sobre ruedas junto a ella, con la frente tersísima en alto y la ligereza de alguno de sus vestidos. Resulta difícil vestirse en una capital donde casi todo el año hace calor y la humedad del Guadalquivir todo lo empaña. Disfrutamos que muestre escotes salpicados de simpáticos lunares. Pero lo que de verdad pesa es ese trolley: la ley sobre ruedas.

Una mujer y su bolso son siempre una reflexión. Tenemos los de la reina de Inglaterra, de superficie lisa y brillante. Pieles bien cuidadas que envejecen bien, como los de Loewe. Y también bolsos que desaparecen y nadie parece llorarlos. Es el caso de aquella hermosa colección de bolsos Louis Vuitton de la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá. Al principio de la crisis y Gürtel, Barberá no dudaba en aparecer orgullosa, bien fuera en Fallas o arropando a Camps, con sus bolsos Vuitton, siempre del mismo modelo, pero en distintos colores. Cuando Valencia se transformó en ciudad sinónimo de déficit y derroche, Rita encerró bolsos y recuerdos en el armario. Nunca más volvió a lucirlos.

¡Ay, si los bolsos hablaran! No se puede evitar sentir un deje de pena por la triste suerte de estos juguetes abandonados, perdiendo sus colores. Preguntándose en su silencioso lenguaje de objetos el porqué de este caprichoso cambio en su suerte. Después de todo, ellos no hicieron nada malo. Eran, sí, bolsos caros, quizá regalos sin explicación, antojos que no afeaban nada. Entonces, ¿por qué esa vergüenza, ese empeño en convertirlos en otro amor obligado al silencio?

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