Banca griega: un año después del rescate
Hace apenas un año la situación de Grecia y sus bancos era una de las mayores preocupaciones de la economía global. La llegada de un nuevo gobierno enfocado en renegociar las condiciones del rescate internacional, la incertidumbre sobre su salida del euro, una economía muy deteriorada y una fuga de depósitos masiva culminaron con la imposición de controles de capitales, un tercer programa de rescate y la recapitalización de sus bancos. El mundo pareció respirar tranquilo: teníamos un enfermo crítico al que habíamos aplicado un tratamiento, por lo que sólo quedaba esperar las mejoras.
¿Ha mejorado este enfermo? Atendiendo a los indicadores bancarios, no mucho. El crédito sigue cayendo y la liquidez mejora muy lentamente. De hecho, sólo se han recuperado cinco mil millones de euros en depósitos de los 45 mil millones que se perdieron desde las elecciones, y eso a pesar de que siguen vigentes gran parte de los controles de capitales (como que cada depositante sólo puede retirar un máximo de 840 euros cada dos semanas). Además, aún es fundamental la financiación del BCE, en gran parte en forma de la costosa liquidez de emergencia. La rentabilidad ha vuelto al terreno positivo, pero sólo hasta niveles muy reducidos y con la desventaja adicional de los bajos tipos de interés oficiales. La solvencia, que mejoró significativamente con la recapitalización, ya está decayendo de nuevo. En cuanto a la calidad de activos, el que la tasa de mora consolidada sea el 38% deja claro que queda mucho por hacer.
No todos los indicadores son negativos, pues los planes de reestructuración impuestos a las entidades financieras parecen estar dando frutos. La eficiencia del sistema es de las mejores de Europa, se ha reducido muy sensiblemente la sobrecapacidad de las redes, y se han abandonado países y líneas de negocio que no eran centrales en la gestión de las entidades.
¿Significa esto que el tratamiento aplicado no fue el adecuado? No necesariamente. Quizás se tomaron las medidas necesarias, pero el enfermo no es la banca, sino la economía y el sector público. En el caso griego la situación de los bancos es como la fiebre que indica que algo va mal en su economía y en su sector público. Y estas entidades están muy expuestas a su país, especialmente después de las desinversiones de activos en el exterior, como Europa del Este y Turquía.
Lo que es necesario en este caso es una mejora del país y un refuerzo de la confianza, de forma que fluyan los créditos y los depósitos. Y para eso, parece que este enfermo requiere un tratamiento muy largo y no sólo enfocado en bancos.
Ana Rubio González. es analista de BBVA Research
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