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ARISTÓBULO DE JUAN ex director general del Banco de España CÉSAR MOLINAS ensayista

“Si no se inyecta más capital a la banca, no habrá crédito”

Las autoridades se centraron en promover fusiones de cajas sin reconocer problemas de solvencia

Íñigo de Barrón
Aristóbulo de Juan experto en economía y César Molinas.
Aristóbulo de Juan experto en economía y César Molinas. Gorka Lejarcegi

Aristóbulo de Juan (Madrid, 1931) fue director general del Banco de España en los años ochenta. Ha dirigido el saneamiento y venta de docenas de bancos. Sabe lo que es entrar en una entidad y echar a todo el consejo de administración y parte de la dirección. Fue secretario general del Fondo de Garantía de Depósitos y asesor del Banco Mundial. Con esa experiencia, se ha convertido en un oráculo de sabiduría financiera para los más altos banqueros, autoridades nacionales, gobernadores del Banco de España y autoridades internacionales como el FMI y la Comisión Europea. En América Latina es considerado el padre de la supervisión.

En sus artículos de 2007 y 2008 advirtió de que se abandonaba el camino correcto en la supervisión bancaria. No se le hizo caso y llegó el abismo. Como veterano y consultor, se ha convertido en una opinión libre que muchas veces va contra corriente. En un encuentro con César Molinas, financiero y ensayista (que ultima su próximo libro ¿Qué hacer con España?), al que asistió EL PAÍS, insistió en que la banca necesita más crédito para cubrir agujeros ocultos.

CÉSAR MOLINAS. El expresidente Zapatero, en septiembre de 2008, decía que el sistema financiero estaba entre los mejores del mundo y que el PIB de España superaría pronto al de Francia, tras haber sobrepasado a Italia. La caída de Lehman Brothers en 2008 no hizo cambiar la opinión en España sobre la banca. ¿Cuándo se dan cuenta las autoridades de que nuestro sistema financiero, básicamente en las cajas de ahorro, no es tan sólido como parecía?

ARISTÓBULO DE JUAN. Tras un largo desconcierto, las autoridades se entretuvieron en promover fusiones de cajas sin reconocer problemas de solvencia. Hasta entonces, en España solo se aplicaron medidas de liquidez por la vía de compra de activos buenos y concesión de avales. La primera vez que se habla oficialmente de la falta de capital es en febrero de 2011. Habían pasado dos años y medio desde la caída de Lehman y tres y medio desde la crisis de las hipotecas subprime. Se promulgó un decreto ley en que se fija un agujero irrisorio de 15.000 millones de capital. Pero se comete el grave error de pedirles que salieran a Bolsa, y la operación resultó un gran fracaso con serias consecuencias.

C. M. Esto fue el decreto Salgado. Luego tuvimos dos decretos del ministro Guindos…

A. J. En febrero de 2012, tan solo un año después del decreto Salgado, llegó el primer decreto ley de Guindos, según el cual el sector necesitaba otros 54.000 millones. Luego, un segundo decreto del mismo ministro, en mayo, reclama otros 30.000 millones. Posteriormente llegó José Ignacio Goirigolzarri a la presidencia de Bankia y detectó una necesidad de 24.000 millones, solamente para su entidad. Por último, el análisis de la consultora Oliver Wyman, que sumó hasta 58.000 millones adicionales. Todo esto suponía que el sector necesitaba más de 150.000 millones, y no los 15.000 millones aflorados en 2011. Ha habido una gran mejora en la transparencia del sistema y un esfuerzo más realista en la capitalización. Pero me pregunto si será suficiente...

C. M. Pero estamos mejor, ¿no?

A. J. Sí. Hemos recibido 42.000 millones de Europa, las entidades han hecho fuertes provisiones, se ha impuesto una quita a los inversores y se ha creado el banco malo, la Sareb, para limpiar los activos inmobiliarios. Lo mejor es que hay algunas entidades que tienen mejor acceso al mercado que hace un año, la prima de riesgo ha bajado y ya empieza a haber no pocos inversores interesados en comprar activos. Pero… sigue sin haber crédito. Si no hay crédito, la economía no crece, hay más paro y desciende el volumen de negocio, todo lo cual realimenta los problemas de la banca.

“Se enmascaran como buenos muchos créditos refinanciados”

C. M. ¿Por qué la obsesión de las autoridades por incrementar el capital de los bancos?

A. J. Porque es un colchón para posibles pérdidas, un freno hipotético para el crecimiento desmesurado y una fuente de recursos sin coste. Pero el capital no debe ser un concepto normativo. De poco sirve apurar a la banca con altas cifras de capital si se ignora la caída del negocio. ¿De qué sirve tener un 9% de capital si las empresas cierran y el margen cae? En un año no lo cumplirán.

C. M. Esto es clave. ¿La búsqueda de la solvencia agudiza la falta de crédito?

A. J. No. Lo que agudiza la falta de crédito es el exceso de endeudamiento, los malos créditos y los malos resultados.

EL PAÍS. ¿Tienen razón los banqueros que dicen que si se pide más capital se provoca la sequía de crédito?

A. J. Yo creo lo contrario: que un mayor capital te permite más nivel de crédito y que las provisiones, que no son otra cosa que beneficios retenidos, suponen más recursos para poder prestar. Además, la dotación adecuada de provisiones evita pagar impuestos y dividendos injustificados, los cuales dañan los resultados y la liquidez. Lo que ocurre es que hay bancos que no cumplen las exigencias reales de capital porque se enmascaran como buenos una gran masa de activos improductivos refinanciados.

EL PAÍS. ¿En qué créditos falta más cobertura?

A. J. Tal vez en la gran masa de créditos no incluidos del sector inmobiliario: la industria auxiliar de la construcción, el crédito a pymes o a empresas mayores. Incluso en las hipoteca, que son 630.000 millones.

C. M. Si no cambian las normas de capital, ¿qué le debería pedir el Gobierno a los bancos?

A. J. Se debe imponer mayor rigor en las provisiones y reconfigurar las partidas que computan como capital. No puede considerarse como capital, aunque sea legal, artificios como el crédito fiscal, las plusvalías en activos no realizados, las preferentes... El capital de verdad es el suscrito y los beneficios retenidos. El camino es simple: más provisiones, más capital. Si se llega así a menos beneficios reales, entonces menos dividendos.

“Algunos banqueros no reconocieron pérdidas por mantener su silla”

EL PAÍS. ¿Y si parte del sector no puede sobrevivir al aplicar esta medicina? ¿Qué se debe hacer?

A. J. La intervención temporal, un saneamiento profundo y la venta de la entidad a instituciones fuertes, sin demora. Yo recomendaría otras medidas. En lugar de pedir 41.400 millones de préstamos a Europa, como ha hecho el Gobierno, sobre un límite disponible de 100.000 millones, solicitaría más. Eso no debiera suponer condiciones más rigurosas que las ya impuestas. Se deben allegar los fondos que sean necesarios para sanear el sistema a fondo sin llegar a los 100.000 millones. De lo contrario, tendremos un sistema financiero más que mediocre que acabará costando mucho más a la economía y al fisco. Es mejor pasar el trago de una vez y conseguir un sistema fuerte, como ocurrió en la crisis de los años ochenta.

EL PAÍS. ¿Qué cifra real puede necesitar la banca?

A. J. No lo sé. Hasta que no se entra en las entidades con mando en plaza no se conocen las verdaderas necesidades. Además de aumentar los saneamientos, las ayudas deben llegar con dinero en efectivo, no con deuda. Los problemas no se solucionan sustituyendo deuda por deuda.

EL PAÍS. Pero la ayuda de Fráncfort está beneficiando a la banca…

A. J. Todo lo que proporciona liquidez para sobrevivir es bienvenido a corto plazo, pero no soluciona la insolvencia. Cuanto más tarde, más caro.

EL PAÍS. ¿Y qué deben hacer los grandes bancos?

A. J. Todos los bancos a los que falte liquidez deberían vender activos y reducir su tamaño. La troika obligará a seguir ese camino. Pero aún hay bancos importantes muy endeudados, cuyos créditos fueron y siguen financiados en proporciones enormes por los mercados mayoristas y no por los depósitos. Hasta que esta proporción no baje, no habrá crédito. Por eso todas deben vender activos, aunque sea a pérdidas.

C. M. ¿Hay ofertas de los inversores para comprar activos?

A. J. Empieza a llegar, aunque no abundan.

C. M. ¿Se pueden vender también las carteras de créditos?

A. J. Sí, pero no las buenas, sino las dañadas.

EL PAÍS. Entonces, si faltara más capital ¿quiere decir que la morosidad actual no es la correcta?

A. J. Exacto. Cuando hay problemas, la morosidad publicada por las entidades no es un indicador fiable. En mi experiencia, en tiempos malos los peores créditos nunca están clasificados como morosos. Es mi axioma. La morosidad puede incluso ser un indicador equívoco que respalde el maquillaje y que lleve a tomar malas decisiones. Refleja la tendencia, pero no refleja el volumen real de pérdidas subyacentes.

EL PAÍS. ¿Por qué indicador se podría sustituir el de morosidad?

A. J. El mejor es el de las pérdidas esperadas. Lo mejor sería que cada entidad y el supervisor revisen con realismo los archivos de cada cliente y comprueben su capacidad de pago y provisionar lo que haga falta.

C. M. Los máximos responsables de un banco ¿saben realmente cuáles son los créditos malos? ¿Tienen buena información sobre su entidad?

A. J. Deben saberlo con sistemas de control interno. Los grandes problemas de los bancos se generan en las sedes centrales y a los más altos niveles.

EL PAÍS. ¿Se han seguido de cerca los problemas?

A. J. Yo creo que sí se han conocido los problemas, pero muchos no quisieron aflorarlos para ganar tiempo y evitar una intervención. A las autoridades pudo ocurrirles que prefieran el ineficaz expediente administrativo como medida correctiva.

C. M. ¿Qué incentivos tienen los banqueros para no aflorar todas las pérdidas?

A. J. En España, en 2008, las autoridades preveían algo ilusorio: que los precios inmobiliarios iban a recuperarse en dos años. Pudo ser por buena fe o no, pero esta presunción condujo a estrategias equivocadas que agravaron los problemas y los hicieron más costosos. El primer incentivo del banquero para maquillar sus cuentas es ganar tiempo en espera de una mejoría. Pero si afloran los problemas, se debe salir al mercado a por capital o buscar nuevos socios para reforzarse. Pero esto puede cambiar el equilibrio de poder en el banco, sobre todo si el nuevo socio es el Gobierno. En definitiva, se trata de conservar la silla.

EL PAÍS. Luego todo se reduce a mantener el poder…

A. J. Bueno, el poder, la relevancia pública, los dividendos y otras ventajas económicas.

C. M. Un regulador obsesionado por la solvencia puede pensar que lo que ocurre en el sector bancario no repercute en la economía. Así exigirá altos coeficientes de capital. En España, por ejemplo, tenemos un sector bancario que no ayuda a que la economía se recupere porque, poco a poco, la falta de crédito afecta en cascada a más y más empresas. ¿Cree que ha terminado el deterioro del balance bancario?

A. J. La obsesión por la solvencia no es mala, pero, para ser útil, debe ir acompañada de la búsqueda de resultados, liquidez, la gestión y la generación de crédito, parámetros que no son incompatibles, sino al contrario. En cuanto al deterioro, creo que ha disminuido bastante, pero no ha terminado. Porque probablemente subsiste una insuficiencia de cobertura de las pérdidas esperadas y el negocio bancario está en declive, lo cual se traduce en que las empresas no tienen crédito, cierran, sube el paro… y todo esto realimenta los problemas de los bancos. Es un círculo vicioso. Algunos dicen que lo mejor es solo esperar a que la economía se recupere. Creo que hay que actuar de manera definitiva sobre el sistema financiero. Es el nudo gordiano del problema.

EL PAÍS. ¿Quién debe recapitalizar más el sistema financiero?

A. J. Las entidades, y si no pueden, el Estado. ¿Por qué no a medias? En las crisis hay que limitar los daños para la economía. No hay vuelta de hoja.

C. M. Se puede decir que nos hemos creído que veíamos la situación completa, como en una película, pero en realidad era un fotograma y la película continúa.

A. J. Así es. La crisis aún colea. Y la clave, el botón del no es el crédito.

EL PAÍS. ¿Qué le parece aunar en parte a las tres grande entidades públicas: Bankia, Catalunya Banc y Novagalicia Banco?

A. J. Muy mal. Si permanecen, y además vinculadas bajo la égida del Estado, es un peligro nacional. Porque es inevitable que los nombramientos tengan influencia política y es más que probable que se concedan créditos a proyectos no viables y se descuide su recuperación. Son 12 antiguas cajas aunando esfuerzos: no vayamos a crear otro monstruito.

EL PAÍS. En Bankia está Goirigolzarri. ¿No es una garantía?

A. J. Es muy bueno, pero siempre existe el peligro.

C. M. Es curiosa la situación, porque venimos de un mundo en el que cada vez las entidades son mayores…

A. J. Eso es cierto, pero no son necesariamente estatales. Además hay otros problemas que suelen darse en las entidades públicas: la falta de transparencia. Y si se trata de promover el crédito y fuera cierto que no hay demanda de crédito solvente, ¿qué es lo que va a financiar el consorcio? ¿la demanda insolvente?

C. M. El problema es tan agudo que la banca no financia ni el circulante de las empresas incluso cuando tiene pedidos en firme…

A. J. No se atiende porque sus prioridades son los vencimientos mayoristas. Y si hay un sobrante de liquidez, se dedica a la compra de deuda pública para sobrevivir.

C. M. Es curiosa la gran coherencia entre cómo han abordado la crisis bancaria los Gobiernos de Zapatero y Rajoy: que no tenga coste para el contribuyente. Incluso se dijo que tendría a coste cero o incluso beneficio. Los analistas internacionales no lo creyeron nunca, porque saben que, estadísticamente, una crisis bancaria cuesta como mínimo un 10% del PIB.

A. J. Tratar de minimizar el coste de la crisis es un error. El coste debe ser el que es, o sea, el que cubra la pérdida real y asegure una rentabilidad sostenible. Otra cosa es que haya reparto de la carga entre Estado, el sistema y los inversores. En la crisis de los ochenta se compartió al 50% entre los contribuyentes y el sistema. Si un Gobierno dice que no ha tenido coste para él, es que no ha resuelto el problema.

EL PAÍS. ¿Habrá una banca zombi?

A. J. Si no se toman las medidas que faltan, es una posibilidad. Espero que no ocurra.

C. M. ¿Qué significa rentabilidad sostenible?

A. J. Que los beneficios no se compongan de atípicos y que las entidades puedan mantenerse en el tiempo por sus propios medios, como ocurrió en España entre 1985 y el 2000.

C. M. ¿Por qué hay que rescatar a los bancos si ponemos a la gente en la calle?

A. J. Nunca debe rescatarse a los banqueros, pero sanear a los bancos es otra cosa. La banca es el sistema de pagos, la circulación de la sangre de la economía. La caída de un pequeño banco puede provocar un gran contagio a todo el sistema y una catástrofe generalizada. Pero si el Gobierno sanea un banco deben desaparecer los accionistas y cambiar a los administradores y a los máximos ejecutivos que causaron o toleraron la crisis.

C. M. La magia del sistema financiero es que todo ocurre porque la gente tiene la confianza en que va a suceder. Si se quiebra algún eslabón en la cadena de confianza, deja de suceder, y un billete de 500 euros se convierte en un papel sin importancia…

A. J. Por no hablar de la posible huida de capitales que puede desencadenar la caída de una pequeña entidad… o un pequeño país.

EL PAÍS. ¿Cómo están los bancos europeos?

A. J. En Europa los sistemas bancarios no están saneados. Además de los cuatro sistemas ya intervenidos, basta mencionar Italia, Reino Unido, Bélgica y parte de Alemania. Pero esa realidad no nos debe llevar a bajar la guardia. Porque mal de muchos…

EL PAÍS. ¿Qué le ha parecido la resolución de la crisis de Chipre?

A. J. Desacertada, improvisada e incierta. El daño psicológico sobre la seguridad de los depósitos está hecho. Veremos qué ocurre en el propio Chipre y en los países más vulnerables.

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Sobre la firma

Íñigo de Barrón
Es corresponsal financiero de EL PAÍS y lleva casi dos décadas cubriendo la evolución del sistema bancario y las crisis que lo han transformado. Es autor de El hundimiento de la banca y en su cuenta de Twitter afirma que "saber de economía hace más fuertes a los ciudadanos". Antes trabajó en Expansión, Actualidad Económica, Europa Press y Deia.

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