Curando nuestra enfermedad holandesa
En 1959, Holanda descubrió enormes yacimientos de gas natural en el mar del Norte. Este descubrimiento, que incrementó mucho la riqueza del país, produjo un influjo de capitales y una revaluación del florín que llevaron a la destrucción del sector manufacturero del país. Este síndrome, que hubiera resultado muy familiar a los españoles del Siglo de Oro, es conocido desde entonces como la enfermedad holandesa, y la sufren países que descubren de repente un recurso natural muy valioso. A medida que entra riqueza del extranjero, parte de los ingresos se gastan en bienes nacionales no comerciables. Si el tipo de cambio del país es fijo en vez de flexible, el incremento de la demanda interna hace subir los precios internos. Esto debilita la competitividad de las exportaciones del país. Además, el capital y trabajo nacionales se reorientan hacia la demanda interna.
Es difícil pensar en una prioridad más importante que reducir el abandono escolar
En los últimos 15 años, España no encontró petróleo. Pero el sol y el ladrillo, y su (supuesta) demanda por parte de los extranjeros, fue nuestro petróleo. Como en el Siglo de Oro, la demanda interna se incrementó al subir nuestra exportación de sol, los precios internos subieron, la competitividad se deterioró y la economía se reorientó hacia los bienes y servicios no comerciables.
Pero nuestra variante de la enfermedad holandesa tiene una peculiaridad novedosa con respecto a la experiencia previa y muy dañina a largo plazo: las ocupaciones hacia las que se orientaba la demanda -caricaturizando, poner ladrillos o poner cafés- requerían un nivel educativo muy bajo. El salario de los menos educados creció, durante este periodo, más rápidamente que el de los más educados. El resultado fue un incremento del abandono escolar y la parada brusca de la convergencia educativa con nuestros vecinos del Norte.
El peligro de esta peculiaridad es su impacto en el crecimiento económico: las investigaciones más recientes de Erik Hanushek muestran que el 73% de la variación de la tasa de crecimiento económico entre países puede explicarse simplemente con dos variables: nivel inicial de ingresos y nivel intelectual de la población. La magnitud del impacto que encuentran es gigante: una mejora en los test de PISA en una desviación estándar se asocia con un incremento de la tasa de crecimiento promedio anual del PIB per capita de un país de ¡dos puntos porcentuales! En definitiva, sin educación no hay vuelta el crecimiento.
En ese sentido, más allá de la caída de la demanda, el desempleo al que se enfrenta España tiene un componente fuertemente estructural, está relacionado con el mal encaje del nivel educativo y la experiencia de la población con las necesidades actuales de la economía y se ha adaptado mucho más a las necesidades de nuestra economía del boom, durante el que la educación fue una mala inversión.
Esto se pone de manifiesto claramente en la distribución de la caída del empleo desde el inicio de esta crisis. La economía española ha perdido 2,7 millones de personas empleadas. Pues bien, el 80% de esta caída se concentró en personas con un bajo nivel educativo (enseñanza secundaria obligatoria o menos). Por el contrario, el empleo de las personas con estudios superiores (formación profesional de grado superior y titulados universitarios) ha sido más resistente a la crisis, aumentando incluso en unas 107.000. El resultado es que, por primera vez en nuestra historia, desde el último trimestre de 2011, el número de ocupados con estudios superiores supera al de ocupados con estudios de nivel bajo. (El número de parados con educación superior también ha aumentado: se ha multiplicado por dos desde el inicio de la crisis, debido al creciendo del número de activos con este nivel educativo). Esto ha sucedido por igual en todas las comunidades autónomas.
En definitiva, casi tres millones de nuestros parados tienen un nivel educativo bajo (ESO o menos), y solo algo más de la mitad de estos alcanza el título de ESO. Esta es la realidad a la que nos tenemos que enfrentar. Mientras los hombres con educación superior entre 35 y 54 años de edad y nacidos en España trabajan prácticamente todos (el 95%), solo el 60% de los que tienen solo primaria en ese grupo de edad de edad trabajan hoy.
¿Qué hacer? Los poderes públicos deben hacer lo posible por formar a los que, equivocadamente, abandonaron las escuelas siguiendo la dirección que parecía marcar el mercado laboral en el boom. Y deben hacer reformas educativas conducentes a reducir drásticamente el abandono escolar. Es difícil pensar en una prioridad más importante de la labor de gobierno. Por su parte, los que abandonaron su educación deben hacer lo posible por formarse. La formación no es una garantía, pero los datos muestran que supone una diferencia importante. Si es posible, hay que volver al colegio o instituto.
Y si eso ya no es posible por la razón que sea, Internet ofrece un mundo de posibilidades. Nunca en la historia de la humanidad ha habido tanto conocimiento literalmente al alcance de la mano. Materiales educativos de las mejores universidades del mundo (Harvard, Stanford, MIT) con vídeos de clases, diapositivas, etcétera, se pueden ver gratuitamente, en parte traducidos al español por Universia (ver los enlaces en Nadaesgratis.es); Deutsche Welle, la radio pública alemana, ofrece cursos gratuitos, con vídeos, de alemán; hay también muchos cursos de francés gratis; existen cursos de programación, de contabilidad, de valoración de empresas... en fin, uno puede aprender, desde su casa, lo que quiera.
Lo importante, tanto para el país como para nuestros parados, es reconocer cuanto antes que la situación anterior, con una demanda desproporcionadamente elevada de empleos que no requieren más que saber leer y escribir, no va a volver nunca. Durante los últimos 40 años, en cada crisis el número de empleos que no requieren un nivel educativo avanzado cae, y no se recupera nunca. Sin invertir todo lo posible en formación, no hay futuro, ni para España ni para nuestros parados.
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