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Crítica:PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La vampira del Raval vuela sobre Barcelona

Marcos Ordóñez

Mimbres de realidad y leyenda se entretejen en la figura suculenta y espeluznante de Enriqueta Martí (1868- 1913), que pasó a los tristes anales de la crónica negra barcelonesa como proxeneta e infanticida, y ahora, quién se lo iba a decir, ha vuelto a sus lares como personaje de musical. Musical negro, negrísimo, por supuesto, con un cirio a San Brecht y el otro a San Sondheim, al menos en las intenciones, y, por encima de todo, musical "de creación", término un tanto pomposo pero que hoy se usa para bautizar a una rara avis de esas que no son ni gavilla de éxitos ya grabados ni franquicia importada. Las singularidades abundan en esta función, empezando por su autor, el septuagenario Josep Arias Velasco, que no estrenaba desde 1977. A instancias del director Jaume Villanueva escribió hace tres años el libreto y los cantables de La vampira de la calle Ponent o los misterios de Barcelona, luego reconvertida en La vampira del Raval. Villanueva paseó el proyecto por los principales teatros de Barcelona y obtuvo una clamorosa callada por respuesta. Consiguió una subvención, se endeudó con un crédito (en fin, lo habitual) y, más difícil todavía, sedujo a Albert Guinovart, el compositor de Mar i Cel y Flor de nit, que aceptó musicar las trece canciones de la partitura a la mañana siguiente de haber leído el libreto y sin cobrar nada por su trabajo, salvo los derechos que genere. Formada la compañía con nombres punteros de la escena catalana, apareció luego el espacio idóneo: el Teatro del Raval, una valiente sala alternativa situada en el epicentro de la acción. Más epicentro imposible: a principios del siglo pasado fue un comedor de mendigos frecuentado por la mismísima Enriqueta Martí. Un rótulo con afiladas letras se proyecta en lo alto de un muro medianero, de aire casi victoriano. La cola se desborda por la plaza del Padró: desde su estreno, en fechas navideñas, el espectáculo agota localidades. La simbiosis entre el espacio y la función es absoluta. Telón rojo, embocadura dorada de café-concert pretérito, iluminación de falsas candilejas, celajes de falsa niebla a media altura. Los músicos gastan gorra proletaria, tirantes, blusones de sarga. Jóvenes y excelentes músicos: Andreu Gallén (piano y dirección); Víctor Pérez (violín), Víctor Mirallas (clarinete), Francisco Maestre (contrabajo). El veteranísimo Pep Cruz, pletórico de humanidad y malicia, se desdobla como empresario-narrador y subinspector Ribot, el ingenuo "policía científico" que sigue el rastro de la asesina, interpretada en alternancia por Mercè Martínez y Roser Batalla. Arias y Villanueva han querido convertirla en una antiheroína casi genetiana, amoral y desafiante, sabedora de que solo puede aspirar a "las migajas de los poderosos", que maldice a los cielos ("Dios es un asesino") y escupe en la cruz cuando la llevan al patíbulo. Yo vi y aplaudí a Mercè Martínez, que defiende con voz clara y poderosa y energía constante al repulsivo personaje, de triple (y un tanto inverosímil) perfil: mendiga de día, madama de burdel y asesina de niños, cuya sangre vende a los ricos, por la noche. Villanueva resuelve la truculencia de esas muertes utilizando unas marionetas de mirada desoladora y gran efecto, espléndidamente construidas por Anita Maravillas y manipuladas por la también cantante y actriz Valentina Raposo. No sólo hay ecos brechtianos en la estructura de escenas cortas, el trasfondo de cabaret y la voluntad de denuncia social: Arias Velasco combina con gran habilidad el esperpento valleinclanesco, la tragicomedia a lo Rodríguez Méndez, el melodrama de grand guignol y el trasfondo caló de Vilanova o Vallmitjana. Hay puerilidades de trazo grueso, como la escena de los pilares de la sociedad (el juez, el cura, el verdugo), que Villanueva monta como si fuera una portada de Fray Lazo, o manipulaciones innecesarias, como el inventado agarrotamiento de Enriqueta: quizás hubiera sido más corrosivo mostrar su auténtico final, salvada del patíbulo por sus conexiones con las altas esferas, y linchada luego por sus compañeras de cárcel.

Musical negro, negrísimo, por supuesto, con un cirio a San Brecht y el otro a San Sondheim, al menos en las intenciones
Mercè Martínez defiende con voz clara y poderosa y energía constante al repulsivo personaje, de triple (y un tanto inverosímil) perfil

La partitura de Guinovart es muy generosa en cantidad y tonalidades. No comparto su pasión por el señor Schönberg, que arranca de Mar i Cel y aquí arrecia en la balada Vida es sang, muy bien cantada por Roger Pera y Mercè Martínez. Puestos a homenajear, prefiero el pastiche de Kurt Weill (La fi del mon), que un Mingo Ràfols gloriosamente travestido borda a la manera berlinesa. O los perfumes paralelescos: el tango Jo soc Ribot, el cuplé casi apache Canut el llardós. Me gusta el aire de lied tenebroso de La vampira del Raval o el conmovedor Somnis de puresa, más cerca del Sondheim de Passion que, curiosamente, de Sweeney Todd, que sobrevuela como un color meramente argumental. No pillé las letras del vals Sóc jove encara y No em diguis Queta, que la protagonista interpreta a dúo con Jordi Coromina, notable actor (su escena del interrogatorio es redonda) pero que no parece llamado por los senderos de la afinación. Los temas más pegadizos son, indiscutiblemente, Carrerons de Barcelona y la marcha Quines penques. La letanía Pobre Pepito me parece alargadísima. Roger Pera está estupendo como el macarra Canut, el abogado Vallvé (literalmente sediento de sangre) y el juez de instrucción, pero quien se acaba llevando el gato al agua es Mingo Ràfols en su doble papel de marquesito pederasta y, sobre todo, de la cabaretera Claudia con La xafardera y La fi del mon. Creo que resulta un tanto confuso para el espectador mezclar la figura del comisario Millán Astray (un Coromina muy castizo) con el brazo cortado de su hijo, el fundador de la Legión; creo también que todavía falta ajustar el ritmo de la primera parte. Lo verdaderamente importante es el entusiasmo y la entrega que contagian elenco y equipo, y las imaginativas soluciones con que Ramón de los Heros (escenografía), Carles Valero (iluminación) y María Araujo (vestuario) han vadeado la escasez presupuestaria. La vampira del Raval es un trabajo arriesgado e infrecuente. Se merece el éxito que está obteniendo.

La vampira del Raval, de Josep Arias Velasco. Dirección de Jaume Villanueva. Música de Albert Guinovart. Teatre del Raval. Barcelona. www.teatredelraval.com.

Escena de <i>La vampira del Raval,</i> de Josep Arias Velasco.
Escena de La vampira del Raval, de Josep Arias Velasco.DAVID RUANO

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