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Reportaje:Diez años de la moneda única

Del café a 20 duros al euro de propina

La nueva moneda ha favorecido las exportaciones y el redondeo inflacionista

Uno de los regalos estrella de la Navidad de hace 10 años fue el conversor de moneda, una suerte de calculadora muy rudimentaria que traducía los euros a pesetas. Podía comprarse en cualquiera de aquellas tiendas de todo a cien (100 pesetas, se entiende), que tardaron muy poco en reconvertirse a todo a un euro (166,386 pesetas, un 66% más). Una conversión al alza que se popularizó en aquel final de 2001, entre otras cosas, porque España, junto con Grecia (un euro equivalía a 340 dracmas) y Holanda (un euro, 2,20 florines), era uno de los países en los que a los consumidores les costaba mucho más calcular el coste de las cosas en la nueva moneda.

Ni un euro eran 100 pesetas ni 50 céntimos equivalían a cinco duros, pero los cálculos mentales hacían trampas al solitario y ello favoreció la tolerancia a aquellos redondeos al alza de comercios y restaurantes: el café de 110 pesetas se transformó de la noche a la mañana -y esto fue literal en muchas ocasiones del 31 de diciembre de 2001 al 1 de enero de 2002- en un euro.

Las tiendas de 'todo a 100' se convirtieron de repente en tiendas de 'todo a un euro'
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En un restaurante de la provincia de Castellón, antes de la era euro, el menú degustación costaba 3.500 pesetas. Apenas un par de años después salía por 30 euros. Ilusión monetaria. En España la hubo en aquella época: los ciudadanos estaban dispuestos a pagar en euros por un refresco más de lo que hubiesen pagado en pesetas porque en términos nominales la cifra era inferior. Es lo que en otras palabras dijo Pedro Solbes en diciembre 2007 para justificar la inflación galopante (el 4,1% y con los alimentos desbocados) de aquel momento. "Los españoles no hemos interiorizado qué vale un euro, y eso se ve en los bares y cafeterías. Cuando se dejan propinas, no se tiene en cuenta que 20 céntimos son 32 pesetas y que un euro son 160, y muchas veces se deja el 50% del valor del producto de propina", explicó el entonces ministro de Economía. "Cuando estaba en Bruselas (como comisario de Asuntos Económicos de la UE) decía lo contrario, pero ahora lo puedo decir", añadió. Porque desde Europa, en vísperas del estreno, se negó hasta la saciedad, pero el euro acabó por tener un efecto inflacionista en la vida de los españoles. Y España partía de unos niveles de inflación casi un punto superior a la eurozona.

Ocho de cada 10 consumidores europeos percibían un aumento de los precios de las cosas como consecuencia de la entrada en vigor de la divisa común y, sin embargo, solo un 3% de las empresas reconocían haber incrementado sus tarifas aquel 2002, según un informe de la Comisión Europea. Los precios en España se dispararon un 4% aquel primer año del euro (un 2,5% en toda la eurozona solo el primer mes), el doble del objetivo oficial, por los redondeos, la subida de impuestos y los carburantes, aunque no queda clara el papel de cada factor.

"El efecto inflacionista fue muy transitorio en el primer trimestre, luego se redujo, y cuanto más tiempo pasa, más difícil es calcular en qué parte contribuyó a la subida de los costes", explica una fuente del sector financiero.

Eso sí, la inflación psicológica creció mucho más que la real. La mayor parte del incremento de precios y redondeos al alza se dio en los bienes de consumo frecuente (alimentos, bebidas, restauración, comunicaciones, prensa...), que representan alrededor de un 50% del índice de precios de consumo (IPC) y generan una especie de inflación percibida superior a la que luego publica el Instituto Nacional de Estadística (INE).

A las empresas, la entrada en vigor del euro les proporcionó más transparencia en las transacciones y les obligó a competir más, con lo que los precios tendieron a bajar. El abaratamiento y la mayor seguridad en las operaciones, al eliminar el efecto de tipo de cambio y sus riesgos, impulsó las exportaciones. Juan Lucio, director del servicio de estudios del Consejo General de Cámaras de Comercio, apunta que la moneda común "ayuda mucho a las exportaciones, pero no tanto en la zona euro, donde ya habían crecido por la unión económica, sino fuera de la eurozona, porque mejoró la credibilidad y la estabilidad de la moneda, y porque redujo los tipos de interés".

Un grupo de jóvenes come en un restaurante del barrio valenciano de Ruzafa.
Un grupo de jóvenes come en un restaurante del barrio valenciano de Ruzafa.CRISTÓBAL MANUEL

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