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Reportaje:EL RETROVISOR | 25 años de un Balón de Oro inesperado

Un cohete soviético

Un portentoso Dinamo de Kiev hizo de escaparate a Belanov para ganar por sorpresa el galardón en 1986 y luego desaparecer

Fue el galardón más insospechado, el que señaló a un futbolista de florecimiento tardío y de maduración rápida, que pasó entre la aristocracia de la pelota con la fugacidad que se le supone a quien le apelan cohete. Hoy se cumplen 25 años de la concesión del Balón de Oro a Igor Belanov (Odessa, 1960), delantero, entonces de la Unión Soviética, que abrió un paréntesis entre el dominio de Michel Platini (1983, 84 y 85) y el de los holandeses Ruud Gullit (1987) y Marco Van Basten (1988 y 89). Su triunfo señaló a un delantero que no era goleador, tampoco especialmente técnico, sin mayor fortaleza, que había sido apenas una decena de veces internacional, que acababa de mostrarse en Europa al ganar la desaparecida Recopa, pero que había quedado apeado con su selección en octavos de final del Mundial de México.

En esa época el ganador debía ser europeo. Por eso no ganó Maradona
"Era uno más en una máquina increíble. No he visto una cosa igual", dice Landáburu

El triunfo de Belanov se explica a partir de varias consideraciones. Maradona, en su mejor año, estaba fuera de concurso porque hasta 1995 el premio estaba reservado a futbolistas europeos. En 1986, el Steaua acababa de salir campeón de la Copa de Europa, pero Rumanía no había disputado el Mundial, escaparate en el que se mostraron figuras emergentes como Lineker, Butragueño, Elkjaer Larsen, Belanov o su compañero Zavarov, mejor jugador soviético del año.

La votación recaía en los corresponsales de la revista France Football en cada uno de los países de la UEFA, entonces solo 26. Cada elector podía votar a cinco futbolistas puntuados de mayor a menor. Días antes de conocerse los resultados, La Gazzetta dello Sport filtró que el vencedor era Butragueño. Pero los periodistas del Este habían hecho frente común por Belanov, que con 84 puntos superó por 22 a Lineker y por 25 al delantero del Madrid. Nunca más recibió un voto. Desapareció de las listas como un hit, como una canción del verano.

"Belanov consideró ese premio como una confusión, un gran malentendido", explicó en sus memorias Valeri Lobanovsky, el técnico que le dio vuelo en el Dinamo de Kiev y la selección soviética, el padre del fútbol ucraniano, que había descubierto a Oleg Blokhin, acreedor indiscutido a otro balón dorado 11 años antes, y que rescató con 24 años a Belanov del Chernomorets de Odessa.

Lobanovsky entendió que el reconocimiento era para un colectivo, un estilo, el método que forjó una casta de futbolistas envuelta por el aura de lo desconocido. "Belanov era uno más dentro de una máquina increíble. No he vuelto a ver una cosa igual ni parecida. Hacían en todo el campo lo que nosotros hacíamos en un cuarto, era otra dimensión", dice Chus Landáburu, que se enfrentó a ellos cuando era centrocampista del Atlético en la final de Recopa que sirvió de carta de presentación de Belanov en mayo de 1986. Sobre el césped de Gerland, en Lyon, le esperaba Miguel Ángel Ruiz, que incluso había sido utilizado para frenar a Schuster o Maradona en zonas alejadas de la portería.

"Sabíamos de Blokhin y nos llegaron informes de que tenían tres o cuatro futbolistas extraordinarios, pero en el campo me topé con él. Fue uno de los jugadores más rápidos a los que he marcado. Era bajito y no muy fibroso, pero caía a las bandas, enganchaba atrás de una manera similar a como hace ahora el Barça sin un punta de referencia. A los que éramos altos nos costaba seguirle porque tenía un cambio de ritmo prodigioso", recuerda Ruiz.

El tiempo demostró que Belanov no era un superclase, quizás tampoco la realidad de su época propició que explotara su potencial. El sorprendente Oporto, luego campeón, evitó en semifinales que el portentoso Dinamo llegara a la final de la Copa de Europa de 1987. La campaña siguiente los Rangers les apearon a las primeras de cambio. La estricta normativa soviética, aun en fase crepuscular, evitaba que sus mejores futbolistas dejaran el país antes de cumplir los 29 años. Un año antes, tras la Eurocopa de Alemania, Belanov quiso atender una oferta del Atalanta para convertirse en el primer soviético en el calcio, pero no tenía la edad. Fue un mal verano para él. Tras meses entre sombras tuvo su momento en la final de la Eurocopa, un penalti que podía haber metido a la URSS en el partido cuando ya perdía 2-0, pero que le detuvo Van Breukelen.

En ese momento comenzó el descenso del cohete de Odessa. Completó la siguiente temporada en Kiev y cuando se abrió la jaula estuvo a punto de firmar con Osasuna para sustituir a Michael Robinson. Se decantó por el Borussia Mönchengladbach. Pasó de cobrar 700 rublos al mes, unas 100.000 pesetas, a tener una ficha de 130 millones anuales, de los métodos espartanos al oropel occidental. Cinco meses después de llegar a Alemania le detuvieron cuando salía con su mujer y una pareja de compatriotas de una joyería con un reloj que no había pagado. Su club trabajó para alcanzar un acuerdo por el que el futbolista abonó una multa millonaria, e inmediatamente le cedió al Eintracht Braunschweig de la Segunda alemana, donde se quedó cuatro cursos antes de regresar a Ucrania para acabar su carrera en 1997 de manera tan anónima como fue su presencia en Barcelona poco después para disputar un torneo de fútbol sala de policías, graduación obtenida por sus méritos deportivos. En Odessa, junto al Mar Negro, pasea su celebridad Belanov al frente de una escuela de futbolistas tras fracasar en un nuevo intento de dar el salto a Occidente como máximo accionista en el Wil suizo.

Igor Belanov conduce el balón en un partido del Dinamo de Kiev.
Igor Belanov conduce el balón en un partido del Dinamo de Kiev.NOVOSTI CHISTIAKOV (RIA)

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