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Columna
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Acumulación fraudulenta

Hasta las cejas. La corrupción supera cualquier límite y desborda cualquier estrategia política. Los periódicos y los noticiarios no dan abasto a la cantidad de vergüenza pública que los valencianos somos capaces de protagonizar. Las facturas de tanta arrogancia y de tanto poder ejercido por el PP en los últimos tres lustros empiezan a amontonarse. Y su actual líder trata de capear tanta calamidad poniendo cara de buen chico y ensayando a ratos una actitud democrática que su partido tuvo, por lo visto, sólidos motivos para despreciar. Nunca es tarde, desde luego, para hacer lo que se debe hacer, pero el cambio de actitud del presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, se va a quedar corto. A estas alturas, la cantidad de material judicial que pesa sobre la trayectoria de los populares valencianos es abrumadora y, por más que se someta a sesiones de autocomplacencia, como la que el jueves le deparó Rafael Blasco en las Cortes a cuenta de la victoria aplastante conseguida en las pasadas elecciones, Fabra no va a poder atajar el escándalo ni con cientos de comisiones de investigación.

La corrupción hace tiempo que dejó de ser, aquí, un problema de gestos. Sólo en una semana hemos visto cómo regurgitaba sobre Carlos Fabra una parte del caso que lleva su nombre y que él ya creía amortizada; cómo José Joaquín Ripoll (flamante presidente del puerto de Alicante) se negaba a declarar ante el juez en el caso Brugal; cómo la alcaldesa de Alicante, Sonia Castedo, acusaba en sede parlamentaria a quienes investigan este último asunto (policías, fiscales y jueces, se supone) de partir de un "veredicto predeterminado"; a cargos públicos valencianos imputados, también, en el caso Urdangarín; a más figuras de segunda fila en las huestes de Rita Barberá entre los saqueadores de Emarsa, y a los diputados del PP vetando que pueda evitarse el bochorno de ver cómo un expresidente de la Generalitat mantiene sus privilegios aunque haya sido condenado por corrupción, hipótesis nada remota si tenemos en cuenta que Francisco Camps se sentará en el banquillo, acusado de cohecho, el próximo 12 de diciembre.

Añadamos la catástrofe de las cajas de ahorros, con otro expresidente, el señor Olivas, en un papel estelar, o las implicaciones del vomitivo episodio de acoso sexual protagonizado en RTVV por su exdirectivo Vicente Sanz, y tendremos la imagen completa de una descomposición institucional que sólo se explica por la práctica continuada de la acumulación fraudulenta de riqueza, una vez que los modos especulativos superaron su punto de inflexión hacia el saqueo. La rapiña, en efecto, se convirtió en sistema, alimentada por una retórica fanfarrona y una inconsistencia moral sin paliativos. La herencia envenenada de Camps hace difícil que la derecha, aun en el esplendor de su poder, pueda salir indemne. Aunque sólo sea porque los ciudadanos estaremos pagando tanta corrupción durante mucho tiempo.

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