Joan Torras, el Eiffel catalán
El arquitecto y empresario modernizó Barcelona con sus estructuras metálicas
Tras las dudas que habían surgido sobre la solidez y eficacia de la estructura de 125 toneladas de hierro, Joan Torras Guardiola, responsable del andamio para construir el monumento a Colón de Barcelona en 1888, no dudó en responder con su vida de la seguridad de la obra: en el momento en el que se izaba la escultura de bronce de seis toneladas creada por Rafael Arché, se colocó bajo el puente grúa, ante el asombro de todos.
El andamio no había pasado desapercibido, ya que era visible desde cualquier punto de Barcelona. Similar en altura a un bloque de 23 pisos, era la construcción más alta jamás levantada en la ciudad, donde por entonces se construía bloques de pisos de seis o siete plantas. Pero este no fue el primer reto al que se enfrentó Joan Torras. En 1876 ganó el concurso para construir un puente metálico sobre el río Onyar, en Girona, por presentar el presupuesto mejor y más ajustado (14.000 pesetas). Entre los derrotados estaba uno firmado por Gustave Eiffel, que por entonces trabajaba en su obra cumbre para París. El libro La Barcelona de ferro. A propòsit de Joan Torras Guardiola, reivindica a este profesor, arquitecto y empresario por su papel decisivo en la arquitectura de la Barcelona de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, como uno de los responsables de la modernización arquitectónica de Barcelona.
Es el inventor del "ala de mosca", que usó en multitud de edificios de Barcelona
Robert Brufau, profesor de Estructuras Arquitectónicas de la la Escuela Técnica Superior de Arquitectura del Vallès, lo tiene claro: "Debían haber desmontado la columna y haber dejado el andamio, que era más innovador". Según Brufau, la impronta de Torras, muchas veces oculta por las construcciones, pueden seguirse en un buen número de edificios de Barcelona, como los mercados del Clot y la Abaceria de Gràcia; cúpulas como la de la iglesia de Sant Andreu de Palomar (donde Torras nació en 1827), y muchos de los edificios de viviendas del Eixample -que por entonces tomaba forma, tras la caída de las murallas de Barcelona en 1854 por clamor popular-, además de proyectos como los mercados de Sitges y el de Sant Lluís de Lleida, y la nave de la granja de vacas de La Ricarda, en El Prat de Llobregat. Por desgracia, muchos de sus edificios han desaparecido en la actualidad. Es el caso de las cubiertas del Palacio de Bellas Artes, de August Font, y el Palacio de la Industria, de Elies Rogent, dos de las construcciones más significativas de la Exposición Universal de de Barcelona de 1888, y la cubierta del impresionante Frontón Colón (1896). En ellos empleó varias de las estructuras que inventó: las jácenas o vigas maestras de celosía y, sobre todo, su sello de identidad: el "ala de mosca", llamada así por recordar la de este insecto, que permitía aligerar el peso y conseguir una gran amplitud en el interior de los edificios. Su dominio del cálculo, según Brufau, le permitió estirar el hierro de una forma que nadie había conseguido antes.
Pero Torras también dejó su huella entre los alumnos de sus clases de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, donde fue catedrático de Estructuras Metálicas durante tres décadas y uno de sus primeros directores. Por allí pasaron casi todos los arquitectos que trabajaron en la ciudad en ese momento y acabó recibiendo encargos de ellos. También asesoró a Lluís Domènech i Montaner en la restauración del Salón de Cent del Ayuntamiento de Barcelona y a August Font en el refuerzo de la cúpula de la basílica del Pilar de Zaragoza, y ayudó a la estabilización del cimborrio de la catedral de Barcelona, en construcción entonces.
Desde su perspectiva de constructor y docente, ayudó a desarrollar la técnica del ladrillo plano e impulsó la sustitución de la madera por el hierro. Entre sus alumnos estuvo el valenciano Rafael Guastavino, que exportó la técnica a América, donde construyó, durante 30 años, muchos de los edificios de Nueva York.
El gran número de encargos que recibió Torras hizo que en 1892 trasladara su taller de la Ronda de Sant Pere al Poblenou, donde construyó la empresa Torras, Herrería y Construcciones, conocida como Can Torras dels Ferros. Allí también fundía el metal, por lo que conseguía precios más baratos, lo que le permitió trabajar en Madrid (Palacio de Cristal) y Zaragoza (Mercado Central).
En 1888, los retrasos de última hora hicieron que el monumento a Colón se inaugurara, el 1 de junio, con la estructura metálica, causando la admiración de todos los presentes. Torras, por contrato, era dueño del material, por lo que, ahorrador como era, utilizó el hierro para otra de sus obras: un puente situado en Morilla de Liena (Huesca) que todavía permanece en uso.
Esta es una de las anécdotas que recoge el libro. Otra es la ocurrida con uno de sus alumnos. Al joven Antonio Gaudí le faltaban unos puntos para obtener el título de arquitecto. Torras, al ver su trabajo, exclamó: "A este chico, o le construirán un monumento o lo encerrarán en el manicomio", con lo que motivó la réplica de Elies Rogent, director de la escuela entonces: "Hoy le hemos dado el título de arquitecto a un loco o a un genio". Fue lo segundo.
El libro, publicado por el Museo de Historia de Barcelona (Muhba), ha sido posible gracias al empeño de la biznieta de Torras, la historiadora Assumpció Feliu. Durante 15 años ha conservado la documentación generada por la empresa familiar: "Más de 40 metros cúbicos de papel en un piso sin apenas condiciones; fue un regalo envenenado", recuerda. Ahora la documentación está depositada "por fin" en el Archivo Nacional de Cataluña. Tras el reciente libro, la descendiente de Torras anhela una exposición sobre su antepasado, "como reconocimiento a su papel en la arquitectura catalana".
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