"Lo que pasó pasó, y es mi equipaje"
Dos años después de su arresto en Suiza, Roman Polanski rompe el silencio. Desde su refugio en París, el cineasta reitera su arrepentimiento por acostarse con una menor hace 30 años y asume su culpa públicamente
Dos años después de su detención en el aeropuerto de Zúrich y posterior arresto domiciliario en su chalé de Gstaad, Roman Polanski ha roto progresivamente el silencio. Conocida es su escasa simpatía por la prensa y por las intromisiones en su vida privada. Por eso esta primera cita con un medio español tras el infausto episodio viene precedida de una petición por la que quedan excluidas las preguntas de índole personal. Sin embargo, es el propio Polanski quien echa la vista atrás con humor y eufemismos. Por razones legales, el encuentro es en París, en los alrededores de los Campos Elíseos, donde vive desde que se convirtió en un prófugo de la justicia estadounidense por presunta violación de la menor Samantha Gailey (ahora Geimer) en casa de su amigo Jack Nicholson en 1977.
"Por si no se ha dado cuenta, no me va mucho la corrección política"
La excusa de la charla es el estreno de Un dios salvaje, la obra teatral homónima de su amiga Yasmina Reza, cuya adaptación al cine escribieron juntos durante su arresto y que veremos en España a partir del 18 de noviembre. Pero el director se muestra dispuesto a hablar de lo que llama "su equipaje". "Claro que mi carrera sería diferente si hubiera seguido trabajando en Hollywood. Sin ninguna duda. Son muchos los directores europeos que desaparecen una vez allí, pero yo sabía conducir esa complicada maquinaria. Cuando aprendes, puedes hacer grandes cosas con ella", admite.
En los setenta, Polanski se convirtió en víctima de sus propios excesos.
Tal y como el propio cineasta recordó en su reaparición pública en una entrevista con la televisión suiza TSR a principios de octubre, aquella era "otra época, marcada por el sexo, las drogas y el rock and roll". También añadió que llevaba 33 años arrepintiéndose de haber tenido sexo con Samantha Geimer cuando esta contaba 13 años y él 43. La acusación por seis delitos incluía suministrar drogas, violación y sodomía. Y se sumó a otras pesadillas que también han marcado su obra, como el brutal asesinato de su esposa, Sharon Tate, en 1969, víctima en su casa de Benedict Canyon de la familia Manson cuando le faltaban dos meses para dar a luz; o la muerte de su madre embarazada en Auschwitz mientras él escapaba del gueto de Cracovia. "Nunca pienso lo que podría haber sido mi vida. Lo que pasó pasó, y es mi equipaje", subraya.
En el reciente Festival de Zúrich, el cineasta francopolaco recibió con una sala puesta en pie ese premio a toda una carrera que hace dos años impidió el peso de la justicia. "Este es un extraño aniversario del que hay partes que prefiero olvidar, aunque estoy contento de estar aquí", dijo al recogerlo. En el certamen se presentó el documental Roman Polanski: A film memoir, que contiene una serie de entrevistas realizadas durante su arresto en las que se disculpa públicamente con Geimer. "Es doblemente víctima, víctima mía y de la prensa", asegura.
En una carta abierta publicada en 2003 en Los Angeles Times, Geimer se solidarizó con su agresor por haber huido de la justicia. "¿Quién no haría lo mismo si se enfrentase a una sentencia de 50 años por parte de un juez más interesado en su reputación que en un juicio justo?", indicó en aquel entonces, en perfecta sincronía con la campaña al Oscar de El pianista, solicitando que la obra del realizador fuera juzgada por sus propios méritos "y no por lo que me hizo". Ahora, y coincidiendo con la llegada de Un dios salvaje, Geimer insiste en los mismos términos aceptando las disculpas del realizador y asegurando que las autoridades estadounidenses "nos hicieron más daño a mí y a mi familia que nada de lo que Roman Polanski hizo".
Durante los tres meses que estuvo en la cárcel suiza tras su detención el 26 de septiembre de 2009 se dedicó a concluir El escritor, trabajando con su ordenador en la misma mesa donde los reclusos pelaban cebollas. El director cuenta que Un dios salvaje se gestó durante sus siete meses de encierro en la estación de esquí de Gstaad bajo fianza de 4,5 millones de dólares (3,3 millones de euros), acompañado de su esposa, la actriz Emmanuelle Seigner, y con vecinos como Sean Connery, Roger Moore y Elle Macpherson. "El jefe de la policía de Berna también venía a tomar el té conmigo. Un tipo muy agradable. Siempre me decía que toda esa situación no tenía nada que ver con él, lo cual era cierto", rememora.
Su sentido del humor le ha llevado a decir que recomendaría a los guionistas pasar por la cárcel para superar el bloqueo mental. El humor negro tampoco falta en Un dios salvaje, donde analiza la corrección política que nos rodea, especialmente en EE UU. "Por si no te has dado cuenta, no me va mucho la corrección política", reconoce, probando una vez más que ni la edad ni las tribulaciones de la vida han cambiado su carácter mordaz.
y villano
La absolución de los jueces suizos y su negativa a atender la demanda de extradición de la justicia estadounidense en 2009 retuvieron al cineasta en su chalé de Gstaad (foto), pero propiciaron la rehabilitación de su imagen. Al menos, eso se tradujo del manifiesto solicitando su libertad firmado por personalidades del gremio intelectual, entre quienes se contaban Bernard-Henri Lévy, Milan Kundera, Pedro Almodóvar, Constantin Costa-Gavras, Bertrand Tavernier, Ettore Scola, Giuseppe Tornatore, Alejandro González Iñárritu, Michael Mann y Wim Wenders. Aun así, su figura se sigue esgrimiendo como un modelo de mala conducta. El fiscal en el proceso contra Strauss-Kahn citó expresamente a Polanski cuando aconsejó a la juez negar la libertad condicional al entonces aún patrón del FMI. "Tememos que el caso se repita", dijo a los periodistas.
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