Los 'manteros' se expanden por Barcelona
La presión policial en el centro lleva a los vendedores al parque Güell y Montjuïc - "Están los que había más los que vienen ahora", dice un vigilante
El alcalde de Barcelona, Xavier Trias, no ha logrado acabar con el top manta en el centro de Barcelona pese a ser esta una de sus principales promesas y a los precipitados mensajes de éxito lanzados desde el Ayuntamiento (véase EL PAÍS de ayer). Pero el aumento de la presión policial contra los manteros sí ha tenido un efecto secundario: el aumento de la venta ambulante ilegal en otras zonas de la ciudad, como el parque Güell y Montjuïc, según explican trabajadores de ambos espacios.
Basta cruzar la entrada principal del parque, delante del dragón con el que Antonio Gaudí decoró el espacio, para toparse con cerca de 20 manteros paquistaníes. Entre las once de la mañana y la una de la tarde de ayer, su número no paró de crecer. Ofrecían abanicos, pañuelos, souvenirs en los que aparece la silueta de la Sagrada Familia, colgantes, réplicas del lagarto y otros animales con mosaico al estilo de Gaudí (el búho de tamaño grande cuesta cincoeuros). Algunos manteros aguantan en un trípode paraguas con pendientes a cuatro euros la pareja y 10 si se compran cuatro. Sergio lleva cuatro años como vigilante del parque modernista. Cree que la presión policial en el centro ha hecho que "a veces haya más manteros" allí. "Están los que había más los que vienen del centro", dice.
Uno de los pocos lugares de todo el parque donde no hay venta ilegal es la plaza principal. Un coche patrulla y la ausencia de sombra lo impiden. Los laberínticos caminos del parque están llenos de turistas, manteros, agentes de la Guardia Urbana persiguiéndoles y cómplices de los manteros que, a su vez, siguen a los policías. Las llamadas de teléfono avisan a unos y otros de por dónde anda el peligro, en un gigantesco juego del ratón y el gato.A Pol, sin embargo, no le hace falta huir. Es un mantero de bajo perfil que va por libre. Él utiliza otra estrategia. Cuando le acechan los agentes de la Guardia Urbana, recoge con disimulo las pulseras que él mismo ha hecho y, tranquilamente, se mimetiza con los turistas. Nació en Transilvania (Rumanía) hace 27 años y lleva nueve en España. Es cocinero de comida vegetariana, pero cuando está en el paro hace de mantero. Ahora, con la crisis, casi siempre lo es. "Solo con que me dejaran vender un par de horas tranquilamente, tendría suficiente. Parece que prefieren que robemos", se queja. Rubio, con un collar de grandes cuentas de madera, mochila de excursionista y un tatuaje en el cuello, si no está vendiendo es un turista más.
"¡No hay derecho! Perseguirles así, parece que hayan matado a alguien", exclama. Se refiere a un grupo de siete manteros paquistaníes que se escabullen de los policías por entre la boscosa vegetación del parque.
Uno de los siete que se esconden de los policías se llama Alí Ahmed. Cuando pasa la patrulla, vuelve a instalar su manta. Tiene 48 años, lleva dos en España y apenas se defiende en castellano. Sonríe con pena señalando su barriga: no puede comer ni beber hasta las 21.30 porque es Ramadán. Los demás ya han montado sus tenderetes, mientras que él todavía está colocando pañuelos. Se le acerca una señora francesa que no tiene intención de comprar. "¿Dónde está la plaza central?", le pregunta. Alí ni contesta ni ve a la señora. Recoge a toda prisa porque se acerca una guardia urbana que le grita a la turista: "¡Sabe usted que está prohibido comprar a los manteros?".
Otra de las ubicaciones adonde los manteros han llevado sus mercados improvisados es la montaña de Montjuïc. El lugar es todavía más estratégico que el parque Güell: intrincada vegetación, caminos ocultos que recorren la montaña, escasez de tiendas y, por encima de todo, multitud de turistas deseosos de invertir en recuerdos de su paso por Barcelona. El Mirador del Alcalde es uno de los lugares más concurridos.
El Ayuntamiento, por su parte, informó ayer de que está trabajando para poder ofrecer datos estadísticos que demuestren que la estrategia de presión policial contra los manteros está consiguiendo que la venta ambulante ilegal no sea un hecho cotidiano en la ciudad de Barcelona.
De momento, según ha podido comprobar EL PAÍS en el parque Güell y en la montaña de Montjuic, si no hay más manteros que antes, lo parece.
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