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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La ballena en mudanza

Jacinto Antón

"Yo era y seguía siendo un perseguidor de la Ballena. Yo era un ahab menor, sin mayúsculas".

Mientras acudía a la cita con el gran cetáceo en mudanza me repetía las palabras de Ray Bradbury, de su libro en que evoca la odisea de trabajar para John Huston en el filme Moby Dick. Bradbury realizó la machada de convertir la monumental novela en un guión de ¡40 páginas!, sin que se perdiera lo esencial aunque, eso sí, hubo de aligerar la prosa y tirar por la borda al arponero personal del capitán Ahab, el parsi Fedellah...

Entré en el museo de ciencias naturales del parque de la Ciutadella embriagado como siempre con el recuerdo de tantas maravillas: animales disecados, cajas de insectos, antiguas vitrinas. Vaya, estaba vacío -se ha ido ya casi todo a la nueva sede en el edificio Fórum, denominada NAT-. Desconcertado, accedí al corazón emocional del viejo museo, la sala de la ballena. Se ofreció a mis ojos entonces un espectáculo sin igual: el enorme esqueleto en toda su blancura ocupaba descolgado el centro del espacio mientras un grupo de personas se afanaba a su alrededor. ¡Por la sal y el cáñamo!, me dije, ¡ahí resopla! Parecía una antigua estampa a bordo de un ballenero de Nantucket. Un tipo pasó cargando una gran costilla. Otro estaba dentro de la caja torácica como un Jonás con tatuajes. "Ya me marcho dama española, oh dama española para siempre adiós", canturreé, recordando la tonada de los marineros en Moby Dick, que por cierto entona también ese grosero trasunto de Ahab que es Quint en Tiburón. Alguien carraspeó a mi lado, no era Starbuck, sino Eulàlia Garcia, la jefa de colecciones del museo. Ella se ha encargado de investigar la historia de la ballena del centro, un rorcual común que varó en el año del Señor de 1862 en Cap Ras, Llancà.

Yo me había colado -con permiso- en el museo para presenciar cómo desmontaban la ballena en siete partes (entera no pasa por las puertas) para llevarla a su nuevo emplazamiento en el NAT. Cuando lean estas líneas, el gran animal estará empezando a ser colocado en su nueva casa, suspendido en el techo del vestíbulo, una tarea compleja que obliga a tener cerrado el museo del Fórum desde ayer hasta el día 11 (se lo podrá ver el día 12). Allá, estará en una posición más natural -y valga la palabra-, curvando la espalda como sumergiéndose en el agua, acicalados los huesos -se han limpiado de óxido y grasa- y arreglados los desperfectos que el tiempo y la caída el año pasado causaron en la gran bestia. En el proceso, me explicó Eulàlia con distancia profesional (como si no hubiéramos compartido hace años un cocodrilo), la ballena ¡ha crecido!: de 16,7 a 19 metros: en el nuevo montaje, que ha incluido reintegrar fragmentos perdidos, se le han añadido los discos -ahora almohadillas artificiales- entre las vértebras, de los que carecía. También ha cambiado de sexo (!): un macho.

"Bonita, ¿verdad?, no hay animal semejante". Manuel Carrillo, hombre sólido con inevitable aire de arponero y una camiseta ilustrada con un zifio, miraba el esqueleto con una mezcla de cariño y orgullo. Es el responsable de Gea, la empresa canaria especialista en montaje de ballenas, que ya es tarea. Él y su gente se han encargado del rorcual catalán. "Investigamos y conservamos cetáceos varados, unos 70 u 80 al año. Nos ofrecieron tratar este y nos interesó mucho. Es difícil acceder a este material de museo. Hay pocas colecciones. No puedes tener una ballena en casa, ¿sabes?". Tragué saliva porque me pareció que me miraba fijamente al decirlo. Resulta que yo tengo una ballena en casa. Bueno, un trozo. Es igual, también está prohibido -me lo recalcó Carrillo-, se ve que hay que legalizarlo. Es una aleta que distraje de una instalación artística de Joan Fontcuberta hace años. Había una pila de huesos grandes y, aprovechando la circunstancia de que me cubría con un chaquetón, ¡hop!, metí la pieza debajo del sobaco y me la llevé. A la salida me encontré con Fontcuberta, que me invitó a un café y pareció confundido por mi azoramiento, mis prisas y el que pese a estar sudando no me quitara el abrigo. El fragmento de ballena me ha acompañado desde entonces, no hay nada que te transporte tan rápido al mar y su épica como acariciarlo.

Volviendo al rorcual, estaba vivo al embarrancar, fue troceado por los pescadores de Llançà y el esqueleto vendido a la Universidad de Barcelona, en cuyo museo estuvo expuesto hasta 1917. Y es que la ballena del NAT ¡no ha parado de moverse! En 1917 fue desmontada y trasladada al Museo Martorell. Allí residió hasta 1925, cuando pasó al vecino Castell dels Tres Dracs. La situaron en el primer piso y en 1947 la pasaron a la planta baja. En 1986 la colgaron del techo.

"¿Belleza? A nosotros nos parece maravillosa", observó Carrillo tocando el esternón de la ballena como si fuera la proa de Jennifer Love Hewitt. "Este trabajo tiene una componente artística, las primeras veces la montaron cerrajeros y carpinteros. Ahora lo hacemos investigadores, escultores, arquitectos". En una mesa, unas chicas sustituían antiguas réplicas de madera de huesecillos perdidos de la aleta por otras nuevas y mucho más realistas de resina de poliuretano. Observé con entusiasmo en una caja las antiguas piezas reemplazadas. Pero con este tiempo no puedes llevar chaquetón...

Partí del viejo y condenado museo embargado de tristeza. Me sentía como Melville al dejar para siempre la vida de ballenero. Como dijo de él D. H. Lawrence, "amuebló su hogar con desilusiones". Pero entonces giré la cabeza y en el resplandor ambarino del mediodía vi a la ballena con las maletas hechas. Sacudió el esqueleto, agitó la cola y con un alegre salto a través de los antiguos e historiados ventanales se marchó, tan feliz, rumbo al mar.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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