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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Divorcio gay

David Trueba

Las coincidencias a veces salvan nuestra frágil memoria. Este fin de semana la ciudad de Nueva York ha regulado el matrimonio homosexual. Todo habría quedado en un dato llamativo sin más, pero al coincidir con la aprobación hace 30 años de la ley de divorcio en España, el asunto ofrece una perspectiva enriquecida. Es precisamente el recuerdo de aquellos enconados debates que le hicieron proferir al ministro Fernández Ordóñez, aún en la UCD, la frase memorable "nada cansa tanto como luchar por las causas evidentes", el que nos ayuda a tomar perspectiva de su trascendencia.

Hace 30 años la ley de divorcio recibió el ataque visceral de las instituciones que representaban el viejo orden, ese corpus rancio fosilizado aún en nuestro ADN. Era el fin de la familia tradicional, el ataque a la sobriedad católica, la lapidación por parte de los políticos frívolos de cuatro décadas de retórica inmovilista. Ahora resulta evidente que la aprobación de la ley significaba dar cuerda al reloj de España, pero entonces fue un agravio que sumar a la exigencia, que hay que entender en su literalidad, de "quieto todo el mundo". Pero el mundo se mueve y ya los gais pueden casarse y, en consecuencia, divorciarse.

Ahora que ya están amortizados los años de Gobierno de Zapatero, cuando la crisis económica se ha merendado el recuerdo de las leyes donde se acertó, desde el carné por puntos y la legalización de inmigrantes explotados a la ley de matrimonio homosexual, ya nadie enlazará el avance en los derechos de los neoyorquinos como un efecto contagio. Pero contagio del bueno, hoy que todos los contagios de los que nos hablan son malos, incluso el de los griegos, que tantas cosas buenas nos contagiaron en el origen de todo esto. Puede que hasta la delicada tesitura nos impida culminar avances como la ley de muerte digna.

Habrá que valorar los 30 años de la ley de divorcio y ver todos los tambores de guerra rotos por enfrentarse a lo evidente. Qué sería de las frágiles memorias si de vez en cuando un aniversario no nos recordara que lo poco que somos hubo que lograrlo a empellones y bajo amenazas apocalípticas, con el casi siempre puntual premio de una derrota electoral.

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