Tomislav Ivic, un entrenador 'loco' y de otra época
El croata, que dejó profunda huella en el Atlético, dirigió en 14 países distintos
Bromista incorregible, entraba en la sala de prensa del Atlético de Madrid rápido, como con prisas. Repartía alguna palmadita en el trasero del periodista que le pillaba más cerca y, sin que se percatará su víctima, le hurtaba la grabadora, la libreta o lo que pillara a mano. Era un guasón hasta que tocaba una pregunta incómoda. Entonces, Tomislav Ivic (Split, Croacia; 1933), torcía el gesto, respondía de mala manera y se marchaba. "No se enfade mister", le decían luego. Se giraba, le daba otra palmadita al implicado en la discusión y se marchaba, de nuevo con una sonrisa de oreja a oreja.
Así era Ivic -fallecido el viernes por un problema cardiaco-, un "fanático del fútbol", como le gustaba definirse, tan visceral como cariñoso, querido por el Calderón como pocos. "Era un entrenador de otra época, moderno y exigente hasta en el más mínimo detalle", recuerda el exmeta del Atlético, Abel Resino, que bajo su mandato consiguió el récord de minutos imbatido en la Liga (1.275), "un técnico cariñoso que parecía estrambótico por su gestualidad, pero que tenía una humanidad enorme".
Trotamundos del fútbol por definición -entrenó en 14 países diferentes y ganó ocho Ligas y cinco Copas en seis competiciones distintas, además de una Supercopa de Europa y una Intercontinental (1987) con el Oporto- en su currículo se cuentan equipos del linaje del Ajax, PSG, Marsella y Benfica, además de la selección iraní. "Pero como el Atlético", solía decir, "no hay ninguno".
Fichado en 1990 por Jesús Gil -"he descubierto algo nuevo en el fútbol", dijo el presidente el día de su presentación; "hemos hablado tres horas y ni una palabra sobre dinero"-, Ivic sorprendió a todos por sus métodos de trabajo. "Era muy constante, estaba encima de todos en todo momento. Con él no te podías escaquear...", señala Resino. Incluso agobiaba, por lo que la plantilla, a modo cariñoso pero nunca delante de él -"porque echaba broncas a cualquiera sin atender a los galones", cuenta el exportero- le apodaban Maluco [loco en portugués] debido a que utilizaba la palabra de vez en cuando, en uno de sus enfados pasajeros, herencia de su paso por tierras lusas. Pero, sobre todo, admiraban su tenacidad táctica. "Nos entrenábamos siempre a tope, trabajábamos mucho la presión y jugábamos en espacios reducidos. Por eso digo que era de otra época", amplía Resino.
Una táctica defensiva -utilizaba un 5-3-2 [línea defensiva con Tomás y Juan Carlos de carrileros; un líbero (Juanito) y Juanito y Ferreira como centrales]- que dio buenos éxitos, segundos en la Liga y campeones de Copa. Un título, sin embargo, que no está en su haber porque Gil pretendió renovarle sin éxito -"sería un mal padre si abandonara a mis hijas", contestó él, preocupado por la Guerra de los Balcanes-, y, días después, le echó del club por desavenencias nunca explicadas, más allá de las presuntas diferencias económicas y las posibles novias del técnico, seguido por el Juventus y el Olympique de Marsella, donde finalmente firmó.
A buen seguro que ahora Ivic, esté donde esté, gasta alguna broma, se enfada por segundos antes de desempolvar su sonrisa y dirige un partido agonístico y pericoloso, como le gustaba decir. "Eso es porque estoy loco", hubiese respondido Ivic, "loco por el fútbol".
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