De Vila-real a China
El conjunto amarillo pasa en 15 años de competir con los pueblos vecinos a convertirse en una marca global que aspira a entrar en el mercado asiático
A los 73 años, Paquito trajina por las oficinas, los vestuarios y la cafetería de la ciudad deportiva del Villarreal. Esta es la primera particularidad: la gestión deportiva y la económica van unidas, centralizadas en los terrenos a las afueras de esta localidad castellonense de 50.000 habitantes. Paquito arrastra el corpachón del fino centrocampista del Valencia que fue en los años sesenta antes de convertirse en uno de los ideólogos del Villarreal en los noventa, puente entre el equipo de pueblo que competía con sus vecinos y una marca global aspirante ahora a abrirse camino en el mercado chino. "¡Madre mía, esto no para de crecer!", suspira al observar los ocho campos de entrenamiento y, al fondo, las obras de un nuevo edificio para la secretaría técnica. Desde la terraza, a unos 500 metros, se ven los tejados del estadio El Madrigal, en el centro de la ciudad. "Aquí huele a balón", apunta Paquito, en contraste con otra época en la que el único vestuario, conocido como la caseta amarilla, apestaba a la acequia colindante. "Era muy pequeño. Solo había dos duchas para 20 jugadores y los técnicos. El campo de entrenamiento estaba rodeado de naranjos". Esa caseta, convertida ahora en almacén, es un guiño a los viejos tiempos.
El club, con 100 empleados, tiene 43 equipos y 750 niños en su escuela
"A los más pequeños les ponemos películas de Pelé y Maradona", explica Paquito
Fernando Roig compró los campos de naranjas de alrededor, unos 60.000 metros cuadrados, para levantar la ciudad deportiva. Catorce años después, la pasión sigue viva. El presidente Roig y su hijo, Fernando, consejero delegado, no faltan, ni fuera ni en casa, a los partidos del filial, el único en Segunda junto al del Barcelona, aunque eso suponga ausentarse de la expedición del primer equipo. El sábado pasado, por ejemplo, el menú fue variado: primero, el equipo infantil; después, el cadete; más tarde, la comida con los directivos del Barça; a continuación, el duelo entre los dos filiales y, de postre, el Villarreal-Barça.
"Somos unos locos del fútbol", remata José Manuel Llaneza, vicepresidente y alma máter de la transformación. A su cuidado están 43 equipos y 750 niños. Uno de ellos, Ureña, delantero del juvenil A, entró en la escuela hace seis años procedente del equipo de su pueblo, el Bolaños de Calatrava (Ciudad Real), y hoy está ilusionado por retratarse con Senna, el capitán del Villarreal. "Aquí la gente va subiendo p'arriba", dice Ureña, uno del centenar de residentes en la ciudad deportiva, cinco extranjeros. "Nos entrenamos a las diez, comemos y vamos a las seis al Bachillerato nocturno en el colegio público Tàrrega, de Vila-real. Nos obligan a estudiar. Un día me entrené con Rossi, mi ídolo. El club nos da dinero para caprichos desde los 12 años", describe.
Llaneza posa orgulloso junto al mapa de Europa con los destinos visitados por el Villarreal, presente nueve años seguidos en las competiciones continentales. "Antes jugábamos con el Onda, el Burriana y el Vinaròs y teníamos una sola peña que le pegaba al porro y a la cerveza. Y cantaba: ¡'Llaneza, paga cerveza!", explica el vicepresidente. Ahora hay peñas en Glasgow, Bélgica, Finlandia, Eslovaquia, Estados Unidos, Holanda y Ucrania. El club prepara "un desembarco en serio" en China. Y, en sustitución de Puma, las camisetas lucirán un patrocinador del país asiático, donde quieren ir en pretemporada. "La selección española nos ha ayudado mucho en este aspecto", dice Llaneza sobre sus internacionales: Senna, Cazorla, Capdevila, Bruno y Marchena.
Dueño de la empresa de cerámica Pamesa, Roig compró el Villarreal en 1997 a una compañía rival, Porcelanosa, y al entonces presidente del club, Pascual Font de Mora. Pagó 600.000 euros, la mayoría del capital social (700.000). Lo primero fue visitar El Madrigal y concluir que el estadio no estaba preparado para Primera. Llaneza arqueó las cejas y pensó que un iluminado acababa de comprar la sociedad. "En otra ocasión, viendo un Valencia-Inter de Champions, Roig me dijo que quería jugar en Europa". Las promesas se fueron cumpliendo. Y el equipo, de la mano de José Antonio Irulegui, subió en la primera temporada, sin las estructuras necesarias, para bajar a la siguiente. Ya con Paquito en el banquillo, volvió a ascender, esta vez para quedarse. Coincidió con la llegada de un joven Juan Carlos Garrido, hoy técnico del primer equipo, responsable de la cantera durante 10 años. Todos se entrenarían de la misma forma y con un rey absolutista: el balón.
En la última visita del Villarreal a San Mamés, ocho jugadores de los que vencieron al Athletic habían salido de la escuela. Dos de ellos, Musacchio y Marco Ruben, del convenio con el River Plate. El club amarillo siempre tuvo buen ojo para el mercado sudamericano. En la pretemporada, 10 chicos dieron el salto al primer equipo. Por la crisis, Roig redujo el presupuesto de los 85 millones de hace dos cursos a 68, única manera de cuadrar las cuentas.
El Madrigal, completamente rehabilitado, tiene un aforo de 25.000 plazas, 3.000 para los visitantes. Aunque municipal, las reformas las ha pagado la entidad. Para llenarlo, Roig ha sudado tinta. No había tradición. "Es mucho más fácil hacer a los niños del Villarreal que a los adultos", piensa Llaneza. De ahí, un convenio con las escuelas de fútbol de la provincia: el club regala dos pases a cada niño, uno para el chico y otro para el padre, a cambio de asistir al 80% de los partidos como mínimo. La escuela, además, recibe dinero. Otro guiño: los campeonatos escolares llenan de niños y bullicio las mañanas de la ciudad deportiva. La máxima es acercarse a los aficionados y, en los viajes por Europa, los periodistas y los seguidores comparten hotel con los futbolistas y técnicos.
El antiguo Madrigal era otra cosa. "El techo del vestuario eran las vigas de la tribuna. El frío y la humedad te calaban", recuerda el exjugador Javi Sanchis. El césped no drenaba y, cuando llovía, había que esperar cinco días para pisarlo. Fue justo antes de la llegada de Roig, cuando el Villarreal, en Segunda, ni siquiera tenía donde entrenarse. "Lo hacíamos en un campo de una empresa de cerámica", abunda el ex goleador Paco Salillas; "íbamos cambiados en coche con los balones, los conos, los petos... Y, al regresar, poníamos toallas en los asientos para no mancharlos". Salillas recuerda cómo iba a cobrar "en mano" a una casa del club en el centro de Vila-real. Allí estaba el difunto Manuel Parra, administrativo, que escribía en una libreta de hule con una caligrafía gótica perfecta. La leyenda cuenta que Font de Mora firmaba contratos en servilletas.
Hoy el club tiene 100 empleados y presume de pagar al día a sus jugadores y en 11 mensualidades, nada de fichas. En aquellos tiempos de penurias, el Valencia le echó un salvavidas gracias a la mediación de Pepe Claramunt. Les cedió a Albelda, Palop y Angulo, artífices del segundo ascenso. Hoy, el Valencia y el Villarreal son rivales enconados. Aunque el club castellonense se siente más fuerte, cabecilla del grupo que pretende un reparto más equitativo de los derechos de televisión en contra del Madrid y el Barça.
El Madrigal es hoy un lugar muy apetecible para los futbolistas. En el pasado, no. Víctor, el pequeño punta del Valladolid, se llevó un chasco cuando se enteró de que el más interesado en él era el Villarreal. Para convencerlo, le compraron un apartamento en la playa a su padre. A Arruabarrena, el lateral izquierdo argentino, le prometieron un clima paradisiaco. "Y con las lluvias siempre venía a pedirnos la baja", cuenta Llaneza. A Nilmar, el fichaje más caro (unos 14 millones), todas las maravillas que le contó su compatriota Senna se le cayeron al suelo en los primeros meses del ejercicio pasado: llovía, el césped pilló un virus, el equipo era el último y, para colmo, el club se retrasó tres meses en el pago. "Ahora está encantado", se ríe Senna. Los dos viven con sus familias en la playa de Benicàssim, a unos 20 kilómetros de Vila-real, en un ambiente relajado. "Salgo en bici con mi hijo, vamos al cine, jugamos al fútbol en el jardín y, si queremos una ciudad grande, vamos a Valencia. En nueve años no he escuchado ni un insulto por parte de un aficionado", cuenta el capitán.
No siempre fueron fichajes de perfil bajo. "Me llamó un amigo de Portugal y me dijo: 'En la radio están diciendo una animalada: que habéis fichado a Palermo", sonríe Llaneza ante la repercusión mediática del fichaje del argentino, que venía de ganar con Boca la Copa Intercontinental al Madrid. Fue un golpe de efecto, aunque de escaso rendimiento deportivo. El salto cualitativo se lo dio Riquelme. El volante argentino llevó al Villarreal, dirigido por Pellegrini, a las semifinales de la Champions en 2006. Tras el éxtasis, Riquelme se desentendió y Roig le enseñó la puerta de salida.
Paquito nació en un bar frecuentado por los futbolistas del Oviedo. "Calvet me dio unas botas que eran unos guantes. Y Lángara me cogía del cuello". Y ahora, 73 años después, come cada día con los chavales del Villarreal. "Mirad este chico, Cámara; maneja las dos piernas y no pierde la pelota. Ven aquí". Y el chico, de Jaén, se presenta mientras se come una manzana: "Soy interior y mi ídolo es Cazorla". Los centrocampistas, la esencia del Villarreal, son los favoritos de Paquito: "Cazorla era pequeñito y ambidiestro. Aquí nunca importó la altura, sino la habilidad. Odio los pelotazos".
Los viernes toca cine. Paquito reúne a los más pequeños, de 12 años, y les pone una película sobre Pelé, Maradona o el día en que Puskas marcó en Wembley con Hungría en la primera derrota en su estadio de Inglaterra. "Todo es para los chavales. Cada día, algo nuevo".
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