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Columna
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La cooperación como coartada

Afirma el antropólogo y africanista Gustau Nerín que "las ONG han llenado África de vividores" y de "planes de ayuda estructural que en realidad causan catástrofes, de gente que se vende por conseguir un todoterreno, de cooperación que oculta la imposición de determinadas políticas". Es un juicio duro, que expone con argumentos en su reciente libro Blanc bo busca negre pobre, y que resulta tan llamativo como polémico. Pero no es nuevo. El sociólogo José Vidal Beneyto, por ejemplo, dedicó una parte de su libro póstumo La corrupción de la democracia a advertir contra el "fulgor mediático de lo humanitario", un fulgor que sirve para todo.

"Yo comparo la cooperación con la religión, hay gente que cree que tiene que cooperar con las ONG aunque estas no funcionen", aseguraba el jueves Nerín en una entrevista. "Aún tardarán en desaparecer, pero como referentes del desarrollo no durarán, son cosa del pasado", explicaba en otra entrevista este africanista que actualmente trabaja en Bata (Guinea Ecuatorial) para la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo y que levanta un poco más la voz que otros autores a la hora de advertir contra el cansancio que está generando la acumulación de "proyectos fallidos".

Yash Tandon, director ejecutivo del South Centre, una especie de think tank de países en desarrollo con sede en Ginebra, lo ha planteado en términos más teóricos en su libro ¿Quién ayuda a quién? El efecto de la ayuda al desarrollo en el Tercer Mundo. Tandon habla de "acabar con la dependencia de la ayuda" y asegura, en una profunda crítica de los mecanismos internacionales de cooperación actualmente existentes: "Resulta evidente que la arquitectura para el desarrollo ya con sesenta años ha fracasado".

Son algunas voces de un debate que se va abriendo paso. Pretenden llamar la atención sobre la inercia y la rutina que se han ido depositando como un polvo o un óxido en los mecanismos diseñados para canalizar colectivamente el impulso humanitario. Los donantes han de exigir cuentas de los proyectos que financian, recomienda Nerín: "Tendríamos que hacer un seguimiento de todas las iniciativas".

La buena voluntad, el esfuerzo altruista y la solidaridad ciudadana (un 11% de los españoles colabora de manera regular con las organizaciones dedicadas a la cooperación) no pueden servir de coartada para la suspensión del juicio. Mucho menos cuando se han instalado en los pliegues de la colaboración gubernamentalmente subvencionada garrapatas que buscan hacer dinero, comprar pisos con fondos públicos o lograr patrocinios para sus aficiones con la complicidad de una administración de mentalidad clientelar colonizada por intereses espúreos. El debate sobre el sentido, la utilidad y el futuro de la cooperación al desarrollo se merece un juego limpio. Por lo menos.

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