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Reportaje:Talentos

La batalla ganada de una cineasta

Amancay Tapia consigue estrenar su película a los dos años del rodaje en Bolivia

Ana Marcos

La crisis económica junta a compañeros de viaje impredecibles. Amancay Tapia es una cineasta mitad gallega, mitad boliviana que nació en Pontevedra hace 32 años y hace tres se encontró recorriendo el mismo camino que Robert Rodríguez en El mariachi: escribir, dirigir, fotografiar, montar y producir una película con 7.000 euros. Campo de batalla, su primer largo, reúne en un salón de belleza de La Paz a cinco mujeres (cada una representa un prototipo latino diferente) mientras en las calles de la ciudad estalla la enésima revuelta cocalera.

Tapia llegó a la capital de Bolivia a finales de 2008 en busca de actores, equipo técnico y localizaciones, con el guion escrito un año antes. Tenía tres meses para rodar una película. Lo que no imaginaba es que tendría que esperar tres años para que sus paisanos andinos pudieran ver el resultado de este experimento tipo Gran Hermano y en tono femenino.

El filme cuenta la historia de cinco mujeres entre las revueltas callejeras

Campo de batalla se proyectó durante tres semanas en la Cinemateca de La Paz. "No pude ir, no tenía dinero para el billete", cuenta Tapia en conversación telefónica desde Londres, donde reside.

"Soy una directora joven, poco conocida. En la película trabajaba como actriz [en Londres actúa con un grupo de teatro latinoamericano]. Estaba a muchas cosas... Por eso me costó ejercer autoridad", recuerda. "Si dejaba que todo el mundo impusiera sus ideas, la película iba a tener una visión múltiple y no la mía".

En enero de 2009, la cineasta deshizo su maleta llena de horas de cinta, pero vacía de dinero para montarla. "En Bolivia llegué a pagar determinados gastos con mi tarjeta de crédito", cuenta. El resto lo puso la Fundación Paideia en A Coruña hasta completar los 7.000 euros que invirtió en territorios andinos. Tras superar muchos obstáculos consiguió apoyo financiero en Londres para digitalizar Campo de batalla. Entonces, llegaron los favores: "Una animadora checa me hizo los créditos de la película gratis. La edición fue un desastre: la parte de sonido la hizo una muchacha taiwanesa que no hablaba español y yo no podía pagar unos subtítulos...". Por todas las vicisitudes, el proceso de posproducción se retrasó un año y medio.

Con 100 copias en DVD de la película -"no tenía dinero para betacam"- se zambulló en el circuito de los festivales más importantes y aprendió rápido, como buena novata que recibe señales de alerta de su cartera vacía, que "los grandes te piden una tasa por presentar película". Arruinada, una vez más, la directora optó por los certámenes más pequeños. "Presentamos la película en Londres, en el Portobello Festival, nos dieron el premio a la mejor cinta extranjera. Luego fuimos al Festival de Ourense, donde repetirá en marzo en un ciclo de mujeres y cine". Y de Galicia a Trieste (Italia), uno de los festivales latinoamericanos más antiguos de Europa. Su próxima parada, Moscú. "No hice esta película para sacar dinero, sino para demostrarme que podía filmar un largo con poco presupuesto, energía y ganas de contar una historia. El millón de euros nunca llega".

Amancay Tapia, durante el rodaje en Bolivia de su película <i>Campo de batalla. </i>
Amancay Tapia, durante el rodaje en Bolivia de su película Campo de batalla.

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Sobre la firma

Ana Marcos
Redactora de Cultura, encargada de los temas de Arte. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Fue parte del equipo que fundó Verne. Ha sido corresponsal en Colombia y ha seguido los pasos de Unidas Podemos en la sección de Nacional. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de periodismo de EL PAÍS.
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