Y Birmania recuperó su sonrisa
La sonrisa que durante las últimas dos décadas ha alimentado la esperanza de millones de birmanos volvió a iluminar el país. Aung San Suu Kyi, tras pasar 15 de los últimos 21 años encerrada, recuperó en noviembre pasado su libertad y en su primera aparición pública llamó a la población a unirse para seguir luchando por la democratización de Myanmar (la antigua Birmania). La junta militar, que jamás aceptó entregar el poder a quien lo había ganado en las urnas -en 1989, en las únicas elecciones democráticas habidas en el país, Suu Kyi, al frente de la Liga Nacional para la Democracia (LND), se hizo con el 82% de los votos emitidos-, se vio forzada a poner fin al inaceptable arresto domiciliario de la dirigente demócrata y premio Nobel de la Paz 1991.
Envuelta en la aureola de tesón y paciencia que han caracterizado todos estos años de lucha, Suu Kyi, de 65 años, cruzó, el 12 de noviembre, el umbral de su casa-prisión para saludar a los miles de birmanos que se habían concentrado a las puertas, a la espera de recibir, como si se tratara de las aguas bautismales, el magnetismo de su sonrisa de terciopelo.
La Dama, como respetuosamente la llama su pueblo, hizo gala de la voluntad de acero heredada de su padre -el general Aung Sang, héroe de la independencia birmana, traicionado y ejecutado justo seis meses antes de que se consiguiera esta- para pedir a su gente que siga luchando por la democracia. También mostró su espíritu conciliador al tender una rama de olivo a los militares y ofrecerles "diálogo" para sacar el país adelante.
Con unos 2.100 presos de conciencia aún en las cárceles, el icono de la resistencia birmana ha dejado abierto el camino de la reconciliación nacional, la única senda que puede devolver a sus 50 millones de conciudadanos la esperanza en un futuro más próspero, estable y democrático; un futuro en el que ya no tenga cabida la brutal represión que sufre la población desde el golpe de Estado de 1962.
La liberación de la dirigente demócrata fue recibida con satisfacción por toda la comunidad internacional, desde el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, hasta la vecina India, pasando por todos los países europeos. "Quiero una transición pacífica, feliz y rápida", declaró Suu Kyi en una entrevista con EL PAÍS apenas seis días después de abandonar su encierro.
De aspecto delicado y siempre adornada con flores en el pelo, en la más pura tradición birmana, la líder de la LND ha defendido con firmeza a lo largo de estos años los principios democráticos y los derechos de los birmanos. En su intento por doblegarla, los generales no excluyeron el chantaje psicológico, y durante meses no le permitieron siquiera hablar por teléfono con sus hijos, que viven en el Reino Unido, ni aceptaron que su marido -el británico Michael Aris-, enfermo de cáncer, fuera a visitarla, ni a la muerte de este, en 1999, pudo ella asistir al funeral.
Nada hacía prever que Suu Kyi, educada en Europa, se convertiría en la Mandela de Asia. Con su vida hecha en el Reino Unido, volvió en 1988 a Rangún, la antigua capital birmana, para cuidar a su madre moribunda y se encontró con un país en plena efervescencia contra un cuarto de siglo de dictadura. Miles de personas protestaban en las calles contra el subdesarrollo y el oscurantismo del régimen impuesto por el general Ne Win, quien, tras teñir de sangre las protestas, se vio forzado a dejar el poder en manos de otra junta militar que se comprometió a celebrar elecciones libres.
Los manifestantes pidieron a Suu Kyi que tomara el testigo de su padre, y ella no lo dudó. "No podía permanecer indiferente ante lo que estaba pasando", dijo poco después de aceptar el liderazgo de la LND. En 1989, los militares no supieron valorar la capacidad de su contrincante, ni el agotamiento del pueblo con la dictadura, por lo que permitieron unas elecciones libres creyendo que las ganarían ellos. Los resultados fueron una auténtica bofetada a los generales, que humillados públicamente se negaron a reconocer la contundente victoria de los demócratas.
La bota militar aplastó el ansia de libertad de los birmanos, que no volvieron a tomar las calles hasta que en el verano de 2007 el hambre golpeó sus estómagos. Con Aung San Suu Kyi encerrada y los demás dirigentes de la liga encarcelados, los monjes budistas tomaron el testigo de los políticos para defender el derecho del pueblo a una vida digna. La llamada revolución del azafrán, por el color de los hábitos de los monjes, también fue sofocada por las Fuerzas Armadas. Miles de opositores y religiosos fueron detenidos, pero la presión internacional sobre el régimen se hacía cada vez más insostenible. Estados Unidos y Europa le impusieron duras sanciones económicas.
La urgente necesidad de mejorar su imagen para poner freno al derrumbe económico de un país muy rico en recursos naturales llevó a los uniformados a convocar las elecciones celebradas el pasado 7 de noviembre para dotarse de un Gobierno civil. Pero aprendida la lección de 1989, las reglas bajo las que se convocaron estos comicios no dejaron margen para unos resultados adversos. Todo estaba "atado y bien atado": aparte de reservar el 25% de los escaños de las dos Cámaras para las Fuerzas Armadas, el Partido de la Unión Solidaria y el Desarrollo, cuyas filas llenan principalmente militares vestidos de civiles, entre ellos 18 miembros de Junta, estaba diseñado para ganar. Obtuvo una amplísima mayoría absoluta.
Pese a ello, Suu Kyi, que sufrió las críticas de un sector de la LND por empeñarse en boicotear las elecciones, parece haber comprendido que, aunque con muchas carencias democráticas, esos comicios son -y muy a pesar de los generales- el primer paso para devolverles a los cuarteles. Pero no será fácil. Los expertos señalan que la carismática dirigente tendrá que hacer uso de todas sus dotes negociadoras y, apoyada en la moderación de sus demandas democráticas, emprender, con la paciencia y la voluntad de acero que ha demostrado, el camino del cambio que le piden los birmanos.
Suu Kyi, en estas semanas de intensos contactos con sus seguidores, con diplomáticos -está en juego el levantamiento de las sanciones- y periodistas, ha declarado que quiere escuchar e integrar a todos los birmanos para trabajar juntos por los derechos, las libertades y el bienestar que su castigado pueblo se merece.
Perfil dialogante
Aung San Suu Kyi, nacida en Rangún el 19 de junio de 1945, se diplomó en Oxford, trabajó en la Secretaría de las Naciones Unidas y fue profesora en la India, Regresó a Birmania en 1988 y participó en el "segundo combate en pro de la independencia nacional". Este combate se inspiró en el ejemplo pacífico de Gandhi y en su fe budista, propugnando una "revolución del espíritu" a través del diálogo y la compasión por los más humildes.
Su propósito de que el drama birmano no cayera en el olvido, fue recompensado en 1991 con el Premio Nobel de la Paz, gracias al cual dio a conocer al mundo su combate contra la dictadura.
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