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Columna
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Drago... nes

Juan Villoro es mexicano, escritor, futbolero, reflexivo y sensible. No se cuál es el orden de las cosas. Da igual; el orden de factores no altera el producto. Lo cierto es que Juan Villoro, fiel a su costumbre, me hizo pensar y pensar en tres cuartos de hora de intervención en el ciclo Letras y Fútbol, organizado por la Fundación Athletic.

Es lo que tienen los escritores, que te hacen pensar. Por eso están mal vistos, mayormente. Son agentes secretos del raciocinio. Mala gente. Y eso que Juan Villoro hablaba de fútbol, el opio del pueblo, el entretenimiento de los pobres que engrandece a los ricos (sí, engrandece, literalmente). Pero detrás del fútbol está la vida. Ocurre como en los tiempos de la censura, en los que detrás de la muerte de un ciclista había una reflexión global.

Juan Villoro dijo algo que había dicho alguien, aunque yo creo que lo había dicho él, cuando afirmó que "el empate a cero es el resultado perfecto de un partido". La razón es sencilla: el empate a cero, imposible en multitud de deportes, refleja en el fútbol la perfección de los 22 intervinientes. Si todos hacen las cosas bien, portero, defensas, medios y delanteros, el único resultado posible es el 0-0. Salvo que lo invalide "el gran villano", como definía Juan Villoro a ese personaje magnífico que es el árbitro.

Me hizo pensar en que la vida debería ser un empate permanente para ser feliz. Empate entre hombres y mujeres, entre autóctonos e inmigrantes, entre religiosos y ateos, entre niños y viejos, entre el Barça y el Madrid,... Si todos lo hacemos bien, todo funciona, pero nos empeñamos en lo contrario. En el fuera de juego en el que se quedó el alcalde de Valladolid, por ejemplo; en la amonestación verbal que Labordeta (otra vez Labordeta) dedicó a los parlamentarios por su ingratitud; en la tarjeta amarilla a los jueces políticos que miran antes sus siglas que las necesidades sociales. Y, sobre todo, en las tarjetas rojas a los narcos, a los terroristas, a los maltratadores, esa trilogía maldita que nos persigue, que nos acosa y a la que apenas se sanciona, salvo con dos partidos de suspensión. Y los hay peores. Los pederastas. Y los hay aún peores, los pederastas exhibicionistas que no contentos con manosear a unos niños o niñas lo quieren contar, como los borrachos alardean de su equilibrio en las tabernas, al amparo de la prescripción de la culpa.

Esos son los peores. Esos son los que marcan de penalti injusto, los que joden la vida y dusfrutan jodiéndola. Los que no aceptan el empate razonable y quieren ganar de un puntapié inhumano. Esos son los que no han entendido el fútbol. Esos son los que no han entendido la vida. Esos son los que no han empatado nunca con nadie aunque algunos jerifaltes les llenen de prebendas. Esos son los drago... nes del reino. Los que necesitan, ya, una conferencia de Villoro para empezar a entender el mundo que les rodea. Quizás llegan tarde.

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