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Reportaje:SIN COCHE | La Acebeda

Larga vida lejos del mar

El estrés no existe en este pueblo donde bastantes vecinos llegan a los 90 años

Juan Diego Quesada

Después de una sucesión de curvas lo primero que aparece a un lado de la carretera es el cementerio de La Acebeda cerrado con candado. Tras la tapia descansan las tumbas decoradas con flores de plástico, esas que duran toda la vida (y la muerte, por lo visto). Comprobando las leyendas cinceladas en el mármol de las sepulturas se descubre un buen número de vidas longevas: Florencia, muerta a los 101 años; Matilde, a los 98; Ignacia, a los 95; Perpetua, a los 100; Eulalia, a los 97; Tomasa, a los 96; Víctor, a los 93...

La clave parece ser que la tiene el agua que baja de la sierra de Guadarrama y recorre el pueblo por medio de la reguera. El bullicio de ese descenso es la banda sonora del lugar, situado en la carretera de Burgos. Felipe Espinosa, con una gorra verde, da de comer hoy a los perros (Tony y Burraca) acompañado de Jacinta, una mujer de pelo largo y canoso. En el pequeño huerto de al lado se cultivan patatas, acelgas, judías, tomates. "El agua sí, también, pero la alimentación hace que la gente viva mucho. Comemos directamente lo que produce la tierra", explica el hombre. Pero también es cuestión de suerte, dice, y lamenta que a él, de 66 años, no le acompañe. "Me han tenido que operar del corazón. Supongo que unas personas tienen un destino y otras tenemos otro".

"El huerto está tratado con abono orgánico", explica el alcalde
"Para conservarse, trabajar mucho y empinar poco el codo", dice La Paca

Por la calle principal, al salir, aparece un matrimonio, septuagenario, vestido de oscuro y cargando una carreta repleta de frutas y hortalizas. Unos pasos más adelante, a través de la ventana, saluda Marcelina Sanz, que está a punto de echarse a la boca un arroz con perdices que ha cazado su hijo. Es muy conocida por haber sido la pregonera del pueblo ("por orden del señor alcalde..."). "Aquí nací, he trabajado toda mi vida como una loca y si Dios quiere, aquí me moriré", dice Marcelina, de 90 años, acompañada por una cuidadora. "No conozco otros sitios, no he salido del pueblo", se queja, pero en esas llega su hijo barbudo y le rectifica. "Madre, usted ha estado en Salamanca, en los baños de Ledesma...". A continuación, ella replica: "Nunca he visto el mar y a estas alturas ni falta que me hace". Cierra la ventana y se despide con un gracioso golpe de mano.

El estrés no existe en el pueblo, que tiene 62 habitantes. Los vecinos se levantan por la mañana y piensan: qué hago hoy, llevo el ganado al prado o me voy a arar al huerto. Ese es otro de los factores de que la esperanza de vida ronde los 90 años, según su alcalde, Adolfo Hernán, un jubilado de 73. Dice en broma que dirige un geriátrico en vez de un pueblo: "Sus propias matanzas las han hecho ellos. La leche viene directamente del animal, sin pasar por factoría. El huerto está tratado con abono orgánico, nada de químicos, y el riego del agua es cien por cien natural. Cuando riegas con este agua pura de montaña se nota. Tú lavas la ropa en el pueblo y tiene un olor, un frescor, que no hay en otros sitios. En el huerto pasa lo mismo, lo agradece el alimento. Es por eso. Ese es el secreto". Desvelado el misterio, Hernán puede seguir gobernando, mínimo, otros 30 años. "Déjate...".

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En el centro de La Acebeda, remodelado con sus calles de piedra, está la iglesia de San Sebastián. Se construyó en el siglo XVII sobre una antigua ermita y esconde en su interior un tríptico antiguo, una cruz de plata, libros bautismales. Don José, el párroco, lleva dando misa 35 años.

Más tiempo aún lleva abierta la tienda de La Paca, la primera que montó un negocio en el pueblo. Ella tampoco conoce el mar: "No lo conozco ni me interesa. Lo veo por televisión, la gente revolcándose en la arena y no me gusta". Está haciendo un guisado en la cocina de la tienda que regenta y fríe pollo en la lumbre de una chimenea. Tiene 83 años, aunque aparenta muchos menos: "Para conservarse hay que trabajar mucho y empinar poco el codo". Por la puerta entra su hijo, Ramón, enfundado en un mono rojo. Se bebe un trina y come cacahuetes al lado de la cabeza de un jabalí disecado cazado por él. Está soltero, ronda los 60 años, y vive con su madre. "Me hubiese gustado que se casase...", dice Paca, a modo de reproche. "¿Por qué hubiese preferido usted eso, madre?". "Estarías más recogido, qué sé yo", responde. Aún hay tiempo: tiene casi media vida por delante.

Dos vecinos de La Acebeda, un pueblo de la sierra norte de Madrid de 62 habitantes.
Dos vecinos de La Acebeda, un pueblo de la sierra norte de Madrid de 62 habitantes.SANTI BURGOS

Agua milagrosa

- El autobús, el 196, tarda casi dos horas en llegar al pueblo desde Madrid. El trayecto cuesta 8,09 euros.

- Hoteles y alojamientos rurales: La Posada de los Vientos, El Acebo, El Infantado, Las Casas de La Acebeda, El Pajar. También hay un cámping con cinco bungalós.

- La Acebeda es una fábrica de silencio. "Trae tu estrés y nosotros te lo reciclamos", es el eslogan del pueblo. Lo ideal es hacer senderismo en los caminos rurales y forestales.

- La época de las setas acaba de empezar. Proliferan boletus en los pinares, a 1.700 metros.

- El agua del manantial es la que menos residuos secos tiene de toda la Comunidad de Madrid. Su análisis sorprendió a

las autoridades.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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