Flannery O'Connor
La buena gente del campo (1955)
Este relato atenta contra la mayoría de las poéticas del cuento que conozco. "Que no sobre una palabra, un cuento es como un poema...". Tonterías. Aquí hay digresiones innecesarias, incluso personajes de los que se podría haber prescindido. "En un cuento todo tiene que estar dirigido a un final previsto de antemano...". Más tonterías. O'Connor ignoraba cómo acabaría su cuento. El final, cruel, lógico, perfecto, surge de sus personajes construidos frase a frase. Son ellos los que, tras adquirir consistencia, descubren, con la misma sorpresa que la autora y los lectores, ese final inevitable. La grandeza de este cuento es, precisamente, no respetar ninguna de las normas que deberían haberlo regido; nace, como las mejores obras, de un proceso creativo tan riguroso como libre.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.