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Columna
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Vértigo

En la tradición política, las ideologías de izquierdas eran críticas, contestatarias, inconformistas o, al menos, esa era la forma que teníamos de imaginarlas. La derecha, por el contrario, era sumisa, convencional, autoritaria. Tanto es así, que hasta se bautizaron con patologías ambos extremos políticos y se construyeron famosas escalas psicológicas para diagnosticar las alteraciones que producían. La enfermedad de la extrema derecha recibía el nombre de personalidad autoritaria, mientras que los radicales de izquierdas padecían de eso que los alemanes llamaron gegentypus, algo así como los que dicen no a todo, los que siempre están en contra, el tipo anti, es decir, el negativista. Sin embargo, en los momentos actuales, al igual que la gripe A, estas epidemias políticas se comportan de forma extraña, como si las mutaciones del virus fueran continuas y no pudiéramos distinguir entre los síntomas de unos y de otros.

No llegaré a decir que nuestro socialismo, seamos benévolos, no es una izquierda, pero en los momentos actuales es poco crítico y tiene mucho de convencional, de conformismo, es bastante políticamente correcto. Pero, desde luego, los dirigentes del Partido Popular, los conservadores por excelencia, están en contra de casi todo, niegan más que afirman, hasta podríamos decir que tienen formas contestatarias y cierto estilo negativista. Rajoy rechaza pactos, negociaciones y acuerdos, basta con mencionarle a Zapatero para decir que no; aún reconociendo su papel de oposición, resulta difícil adivinar lo que mantiene. Francisco Camps tampoco es muy convencional y también se opone, solo pactará, según sus palabras, con gente respetable, razonable y seria que respete la decencia y la inteligencia de esta tierra. Se le olvidó mencionar que la promesa la hace a partir de ahora, porque no estaba tan clara hace cierto tiempo. Sin embargo, es Aznar el que se acerca más al gegentypus, critica continuamente, rechaza a todo el mundo, a un lado y a otro, de frente o de perfil y, cuando quiere responder a los insultos y la insolencia de unos universitarios, ni siquiera utiliza palabras, se limita a argumentar en contra con un gesto grosero, descendiendo así un poco más en la escala evolutiva de la comunicación.

Sabíamos desde hace tiempo que las ideologías se estaban desvaneciendo lentamente en la biomasa de la información global. Solamente nos quedaban los gestos, las formas, las maneras, para diferenciar vagamente entre los insumisos y los convencionales. Ahora ya ni eso, los principales partidos bailan un tango tan apretado que intercambian continuamente modos y estilos, patologías y virus, giran y cambian tan deprisa que producen vértigo solamente con verlos. Y ya se sabe, el vértigo termina produciendo náuseas, el único síntoma patológico que permanece constante en el panorama ideológico de la actualidad.

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