'Desapalancamiento'
El nivel de endeudamiento de una economía y de cada uno de sus sectores (familias, empresas no financieras, entidades financieras y sector público), además de ser ilustrativo de su perfil de riesgo y de su grado de desarrollo económico y financiero, es muy determinante, entre otras cosas, de su capacidad de recuperación tras situaciones recesivas producidas por shocks de una u otra naturaleza. Aún puede serlo más en casos como la crisis actual, en la que se han alcanzado cotas de endeudamiento históricas en buena parte de los países desarrollados, de manera muy acelerada y durante un periodo relativamente largo de bonanza económica.
Un reciente e interesante estudio de McKinsey Global Institute revisa no sólo las características del proceso de apalancamiento generalizado de los últimos años (aumento del ratio de deuda sobre PIB como indicador al uso), sino también la naturaleza, intensidad e implicaciones que ha revestido el obligado proceso posterior de desapalancamiento que tuvo lugar en crisis anteriores. Era fácil anticipar que, entre los países de cierta entidad, España es el que claramente ha liderado el veloz crecimiento de su deuda, impulsado por la demanda de financiación de empresas y familias; todo ello al compás de una extraordinaria y sostenida expansión económica de más de una década que ha pivotado sobre el sector constructor e inmobiliario. Pero también en otros países europeos, como en el propio Reino Unido, el apalancamiento de empresas y familias ha crecido extraordinariamente. No así la deuda del sector público, que, sin embargo, se ha disparado posteriormente como respuesta de política económica a la brusca contracción de la actividad experimentada por las economías desarrolladas.
Para reactivar la economía sería conveniente una concertación nacional
Los procesos de desapalancamiento posteriores al estallido de una burbuja crediticia están asociados en la experiencia histórica a periodos bien de austeridad, de incumplimientos y quiebras masivas, de alta inflación o de sucesos extraordinarios que impulsan el crecimiento económico de forma inesperada. Cualquiera de estas cuatro alternativas facilita el ajuste; en definitiva, que el crecimiento del crédito cabalgue por debajo del crecimiento del PIB nominal durante algunos años.
La primera de ellas, apretarse el cinturón, parece la apuesta razonable frente a la segunda y la tercera, mientras que la cuarta está en manos de los hados. No es menos cierto, sin embargo, que la historia muestra también, en contraposición, el peligro de retirar antes de tiempo el soporte que el gasto público proporciona para engrasar la reactivación económica; al fin y al cabo, la mejor forma de reducir los altos niveles de apalancamiento alcanzados y devolver condiciones de equilibrio más sostenible a la economía.
En situaciones tan extremas como las actuales, la alquimia de respuestas de política económica, tanto en tiempos como en cantidades, no es fácil de determinar. Del grado de acierto va a depender en buena medida el bienestar de los ciudadanos durante los próximos años. Parece lógico que, dado el carácter global del proceso y su dureza, que se traducirá en unos años de reducido crecimiento, convenga una cierta concertación internacional, pero más aún una concertación nacional, sobre todo en países que, como el nuestro, habrán de hacer un mayor esfuerzo relativo.
Daniel Manzano y Daniel Suárez son profesores de la Escuela de Finanzas Aplicadas (Afi).
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