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Reportaje:

Angola, de escaparate

El país africano esquiva la crisis gracias a la fuerte inversión extranjera y a sus recursos naturales

Dos datos describen perfectamente la actual situación económica de Angola. El año pasado, su capital, Luanda, desbancó a Tokio como la ciudad más cara del mundo, al mismo tiempo que dos tercios de sus 18 millones de habitantes viven con menos de dos dólares al día. Un tercer apunte podría explicar este aparente contrasentido: en 2009, el índice mundial de transparencia internacional le situó en el puesto 162 entre 180 países analizados. Angola es en estos momentos uno de los países de crecimiento más acelerado del mundo, pero los avances para salir de la cola del desarrollo africano son aún escasos.

En estos momentos, todo es efervescencia en uno de los principales productores de petróleo del continente. La organización de la Copa de África de fútbol este mes ha traído la expectativa de situar a Angola como un país atractivo para el desembarco de capital extranjero. El Gobierno de José Eduardo Dos Santos ha gastado unos mil millones de dólares en reformar sus infraestructuras aeroportuarias, viales y deportivas y así demostrar al mundo la nueva cara de un país que en 2002 ponía fin a una guerra civil que duró 27 años y que ahora crece a tasas del 12%.

La riqueza de la construcción y el petróleo no se queda en el país

Si se miran los grandes números, el crecimiento de Angola ha sido espectacular. Desde 2006, el PIB ha crecido una media del 15% anual y para 2010 se prevé un ritmo del 10% pese a la crisis. Un crecimiento que ha permitido estabilizar la economía, al reducir la inflación desde el 325% del año 2000 hasta el 14% registrado en diciembre pasado. La clave de ese boom se encuentra en el petróleo y en la reconstrucción del país, financiada por capitales extranjeros.

El primer problema del miembro más joven de la OPEP se encuentra en su elevada dependencia del crudo, que, junto a todas las actividades que mueve, representa el 85% del PIB. Esto se traduce en una extrema vulnerabilidad a los vaivenes del precio internacional del petróleo y frena el desarrollo de otros sectores, como la agricultura y los servicios, devastados por las tres décadas de guerra civil. Es verdad que existe una boyante industria de extracción de diamantes, pero su peso en la producción final aún es limitado.

El otro gran problema es que la gran cantidad de la riqueza que generan estos negocios no se queda en Angola. Desde 2005, China -que además es el principal comprador de petróleo angoleño- ha invertido unos 7.000 millones de dólares, principalmente en infraestructura pública. Pero todos estos proyectos los han llevado a cabo exclusivamente industrias y mano de obra foránea. Por ejemplo, los estadios de fútbol construidos para la Copa de África fueron edificados por unos 100.000 empleados procedentes de China, los dueños de los contratos.

Esto se suma a una serie de deficiencias estructurales que pasan por una legislación heredada de la época colonial portuguesa y de una economía alejada de las actuales normativas en materia laboral y fiscal. Si a esto se le agrega la elevada corrupción en administraciones públicas y las escasas oportunidades reales de desarrollo productivo local al margen de las industrias de hidrocarburos, podemos explicar que Angola se encuentre en la posición 63 en cuanto al PIB (112.000 millones de dólares), pero sólo se sitúe en el puesto 143 de 182 países en el índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas.

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