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Reportaje:

Policías y confidentes, bajo la lupa

Cada vez menos agentes quieren entrar en los grupos antidroga debido a la vigilancia sobre los informantes - Las últimas detenciones siembran miedos

Javier Martín-Arroyo

"Está claro que los policías tienen miedo. Los jefes sospechan por el simple hecho de que un confidente pregunta por ti. Ahora nadie quiere entrar en los grupos antidroga. Y los que están dentro quieren salir". Un policía refleja la tensión y el ambiente irrespirable que padecen los grupos antidroga, desde que las tres principales unidades contra el narcotráfico en Sevilla y Málaga hayan sufrido investigaciones a cargo de Asuntos Internos entre 2008 y 2009.

Los agentes no se fían de sus propios confidentes. Los pinchazos de los teléfonos están generalizados, y en cuanto sale a relucir el nombre de un policía, las sospechas se disparan. Las conversaciones siempre admiten múltiples interpretaciones y los agentes no pueden controlar todas las charlas de sus confidentes, que por otro lado suelen ser traficantes de droga. Este miedo, subrayan sus protagonistas, es ajeno al hecho de que la corrupción policial esté presente en el Cuerpo, con más o menos frecuencia. Los pinchazos ayudan a una investigación, pero los golpes siempre se logran gracias a los confidentes.

"Estos policías se mueven en la última frontera, entre la delincuencia y la civilización. El informador es un elemento básico, pero también es un delincuente con el que se entabla una relación", apunta un abogado experto en narcotráfico. Los confidentes son un arma de doble filo. El problema principal, coinciden todas las voces, es la falta de regulación para el pago a confidentes. Porque éstos facilitan chivatazos a los agentes, pero "¿siempre lo hacen por amor al arte?" interroga un fiscal. Las dudas planean sobre estos agentes cuando salta un escándalo en sus filas, pero aún así los grupos antidroga siempre gozaron de un prestigio en el cuerpo que ahora se ha difuminado.

El robo de 154 kilos de droga de los calabozos en la Jefatura Superior de Sevilla fue una pesadilla para la Udyco durante 15 meses, pero el despertar después de la detención del agente en excedencia Lars Sepúlveda ha sido incluso peor para la moral de la unidad. La juez del caso ha imputado a tres mandos basada en indicios y conversaciones grabadas con confidentes, supuestamente favorecidos por el jefe de la unidad, según la investigación de Asuntos Internos. Y la buena fama que atesoraban estos mandos ha generado incredulidad y desconfianza en la lucha antidroga. "Si han imputado a los mandos con más prestigio y expediente... ¿Qué no harán contra los últimos monos de la unidad?", cuestiona un agente.

El pasado noviembre una juez ha imputado a un agente del Grupo VII contra el tráfico mediano de drogas por sus supuestas relaciones con una banda de narcotraficantes, uno de los cuales era socio suyo. La teoría es sencilla: un agente se reúne con un confidente y el jefe de grupo siempre está al tanto del encuentro. Pero en la práctica nadie puede controlar en qué términos hablan de los policías estos informantes con otros narcotraficantes. Ahí está el problema.

El fiasco del Grupo X de Sevilla

El escándalo de la llamada mafia policial surgió en Sevilla en 1991 tras las denuncias de supuestas torturas, robo y otros delitos relatadas por la confidente y traficante Rosario Acuña. Las investigaciones preliminares llevaron a la cárcel durante varios meses a 10 policías. Pero siete años después el juez del caso archivó los seis delitos más graves de los que fueron acusados todos los policías del Grupo X de Seguridad Ciudadana. "Asuntos Internos estuvo un año engañando al juez y tras siete años de instrucción, todos exculpados", rememora ahora uno de los agentes.

Este ejemplo demuestra los peligros que esconde acusar a un policía de corrupto. Y, más aún, con pruebas basadas en interpretaciones de pinchazos y testimonios de confidentes, que suelen tener una relación de amor-odio con los agentes. "De cada cinco confidentes, siempre uno te traiciona. Pero si no se trabaja con ellos, el rendimiento baja", revela uno de ellos.

La detención en 2008 de varios mandos de la Udyco Costa del Sol afectó a los resultados de manera ostensible. Ahora es el turno a Sevilla, donde un nuevo jefe de la Udyco se enfrenta a una tarea titánica para remontar las cifras de incautaciones.

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Sobre la firma

Javier Martín-Arroyo
Es redactor especializado en temas sociales (medio ambiente, educación y sanidad). Comenzó en EL PAÍS en 2006 como corresponsal en Marbella y Granada, y más tarde en Sevilla cubrió información de tribunales. Antes trabajó en Cadena Ser y en la promoción cinematográfica. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y máster de EL PAÍS.

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