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Columna
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Blasco se la juega con Camps

Miquel Alberola

El presidente de la Generalitat, Francisco Camps, ha recurrido a Rafael Blasco como última farmacia de guardia. Necesita que le rehaga su cada vez más descompuesta imagen. Blasco no es el doctor Cavadas, pero como el Señor Lobo (Harvey Keitel en Pulp Fiction), soluciona problemas y asea embrollos muy pringosos. Demostró un gran manejo en esta materia cuando se sacó a sí mismo de la ciénaga judicial y política en la que se hundió tras ser desahuciado del Consell socialista acusado de haber cometido cohecho. Incluso hizo de su destreza mito cuando, en 1995, se transformó en el lazarillo de Eduardo Zaplana en el entramado administrativo que el candidato del PP aspiraba a regir desde la bisoñez y el acomplejamiento.

Esto no sólo le reportó la imposible rehabilitación política, sino que también lo convirtió en la pieza imprescindible del engranaje del nuevo orden. Siendo el disco duro de Zaplana, Blasco todavía ensanchó más su leyenda como estratega de la neutralización y absorción de Unión Valenciana para que el PP se zampara todo el espectro de la derecha, y para que, con sus artimañas sociales, le diese un buen bocado al PSPV. Y aún le añadió dos vueltas de tuerca al mito cuando abrió fuego contra Zaplana para que Camps se posicionase como un líder sin tutelas y le ayudó a recomponer la estructura de un partido que todavía estaba en manos de su antecesor.

Estas gestas, y su inequívoco talento político, han conferido a Blasco un halo de capacidad y eficiencia política que muy pocos discuten, aunque no les entusiasme el personaje. Sin embargo, esa aureola puede ser oscurecida por la complejidad de su último servicio a Camps. En muy pocos años Camps ha pasado de ser el regeneracionista gótico que restauraba el vínculo de Jaime I con el Palau de la Generalitat a ser trinchado en el pim pam pum de los altercados televisivos. Ha sido arrancado de cuajo del silencio solemne del claustro del monasterio de La Valldigna para ser despellejado por los facultativos del chismorreo por su intensa relación con un sobrino de la Conchi (la ex de Pajares, que es tía de El Bigotes), que le metió la purulenta trama en su propia casa y en la farmacia de su mujer.

La reconocida pericia de Blasco en la materia llega demasiado tarde. El deterioro de Camps se ha precipitado en los últimos meses, pese al íntimo archivo del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana. Además, Camps no le da facilidades a Blasco. El presidente, en la deriva que le imprime la presión que sufre, no se ciñe a la hoja de ruta que le ha prescrito. No hay día que no meta la pata. O se pasea en el pescante de un Ferrari y le arruina la foto de la unidad del PP a Mariano Rajoy, o entra al trapo de los insultos callejeros. De todos los retos que ha asumido Blasco en la materia, éste es del que peor parado va a salir. Camps es la piedra contra la que va a estallar su prestigio.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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