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Columna
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Neomelancolía

Andan los dirigentes patronales, los líderes políticos de la derecha y los articulistas conservadores justamente indignados con la clase obrera y con los sindicatos. ¿Por qué no salen de una vez a la calle? ¿Por qué no convocan la huelga general revolucionaria? ¿Dónde han metido las banderas de antaño? ¿Qué se hizo de tanto pancartero? En sus memorias, el psiquiatra Castilla del Pino desmenuzaba una de las frases más terribles de la historia de España, fútil en apariencia y con una carga fatal, que él oyó restallar como un aviso fúnebre en la terraza de un casino provinciano: "Pero, ¿ése todavía anda por ahí?". Ahora, en las terrazas ociosas se mira con nostalgia hacia la calle: ¿dónde coño se han metido?, ¿es que ya no hay rojos en España? No me digan que no es entrañable esta neomelancolía neoconservadora. En Islandia, los hijos de los vikingos quieren tirar al mar a los banqueros. Era un país feliz, tal vez el más feliz. La gente te despertaba para ir a ver la aurora boreal y la mayor ambición del islandés era tener un caballo de verdad en el garaje. Ocurrió que cayeron en manos de ese tipo de depredadores que ofrecen paraguas en verano y te los reclaman cuando empieza a llover. En España, y otros países, sucede lo contrario. Son los ricos los que están muy enfadados con los trabajadores porque van a trabajar, se recortan voluntariamente los salarios e incluso se suicidan cuando los liberan con un despido. Aquí los banqueros y la patronal todavía no se han manifestado contra los obreros, pero en Argentina los latifundistas y los obispos más orondos denuncian con alboroto el escándalo de la pobreza y encabezan las protestas contra el Gobierno. En conclusión, se quieren quedar con todo, hasta con la pobreza. Hace unos años, no sé si recuerdan, había desaparecido la clase obrera y los pobres eran invisibles. Y culpables.

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