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crisis desde mi terraza
Columna
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EL PETISO

Recientemente dos violaciones cometidas por grupos de chavales han avivado la polémica sobre las conductas delictivas de los menores. Se buscan causas como una educación laxa y sin valores o la desestructuración familiar. Con todos mis respetos, no creo que haya nada nuevo en estos casos. Forman parte de la fatalidad del género humano y, por tanto, ocurren y ocurrirán en cualquier época y lugar.

La historia de Cayetano Santos Gordino, el mayor criminal infantil de la historia, ilustra este aserto. Nacido en los arrabales de Buenos Aires en 1896, y apodado El Petiso Orejudo, por sus orejas de soplillo y su cara de alucinado, se le encontró culpable de cuatro muertes y otros siete intentos de asesinato. Cometió sus delitos entre los siete y los 16 años y todas sus víctimas eran niños.

Tras dos tentativas fallidas, su primer asesinato fue una niña de dos años. Iba a estrangularla, pero la escasa fuerza de sus brazos (¡tenía nueve años!) le hizo considerar más efectivo enterrarla viva en una zanja. Los contrarios a la criminalización del menor encontrarían hoy una primera justificación a la conducta de El Petiso en sus difíciles orígenes familiares, en particular, su padre, un inmigrante italiano, alcohólico, maltratador y sifilítico, que se deshizo de su hijo entregándolo a los nueve años a las autoridades. Nuestros teleshows se rifarían hoy su testimonio.

Ni los apaleamientos en la colonia de menores donde fue internado ni el arrepentimiento de los padres, que lo rescataron a los 12 años, domeñaron el instinto criminal de Cayetano. Intentó ahogar a un bebé en un abrevadero de mulas, estranguló a otro y quemó vivo a un tercero, antes de cometer su crimen más famoso, el del niño Gerardo Giordano, de 5 años, a quien perforó el cráneo con un clavo.

Las autoridades de entonces ya se planteaban el mismo debate. ¿Era El Petiso culpable? "Se halla atacado de alienación mental, en forma de imbecilidad incurable, y es totalmente irresponsable de sus actos", decía el informe de los doctores que le enviaron a un manicomio en 1913. Dos años después, un juez revisó el caso y ordenó su ingreso en prisión, al considerar que su imbecilidad no era absoluta. ¿Resultará que los presuntos violadores de Baena o de Isla Cristina también tienen su imbecilidad atenuada?

El Petiso pasó el resto de su vida en la cárcel de Ushuaia, casi en el Polo Sur. Fue repetidamente apalizado y violado por los presos, que le odiaban por haber despedazado a su gato mascota. Nunca recibió ni cartas ni visitas. ¿Es ese el final que queremos para nuestros jóvenes delincuentes?

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