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Cosa de dos
Columna
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Reforma

El capitalismo de ahora, ¿es el antiguo o el reformado? Debería ser el modelo nuevo, porque los líderes mundiales dijeron hace un par de meses, en Londres, que el asunto corría prisa. Pero es casi idéntico al modelo antiguo. En la transparencia, por ejemplo: ¿alguien sabe algo sobre la situación real de las cajas de ahorros? No. O en la especulación, que vuelve a dar alegrías en los mercados financieros. O en las retribuciones a los directivos, que siguen alejándose de los salarios. O en los paraísos fiscales, que funcionan como si nada.

Algo sí ha cambiado, hay que reconocerlo. Ahora tenemos un capitalismo subvencionado por el Estado, es decir, el contribuyente. Aunque el ciudadano no los vea, millones y millones de euros y dólares salen cada día calentitos del horno para reanimar el pulso financiero. Esa masa de dinero acabará, probablemente, provocando inflación. De momento, aumenta la deuda pública, lo que más adelante impondrá a los Gobiernos una política presupuestaria restrictiva: aquello tan gráfico de apretarse el cinturón, aún más. O sea, que pasaremos estrecheces y subirán los precios.

Como resultado adicional del endeudamiento, no habrá margen para gastos extraordinarios cuando, dentro de 15 o 20 años, se produzca la crisis del sistema de pensiones. Qué se le va a hacer. Aunque solemos decir que las personas son más importantes que el dinero, asumimos (todos, porque la gracia del capitalismo consiste en que todos somos sistema) que en realidad es al revés y el dinero está muy por encima de las personas. Ya verán: en cuanto la Bolsa suba un par de trimestres seguidos, nos explicarán que no conviene reformar algo que funciona.

La cosa nos costará cara, pero podremos decir que los contribuyentes hemos salvado el capitalismo. Qué hermosa sensación de orgullo.

Al cierre de esta columna se desconocían los resultados electorales. En un universo razonable debería haber ganado Angela Merkel (no la democracia cristiana alemana, sino ella, la única dirigente continental que no inspira desconfianza o vergüenza) y deberían haber perdido los demás, sin excepciones.

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