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Cosa de dos
Columna
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Chantaje

La historia no dice desde cuándo los contertulios se gritan en los programas de la tele, políticos o de cotilleo, o entremezclados. Lo cierto es que a veces hablan como si ya se hubieran quedado sordos, o sin argumentos. El grito es lo que hay cuando ya se desgastó el argumento y la gente sigue disparando como si tuviera ideas. Argumentar es sinónimo de debatir ideas. Y en algunos programas de la tele la palabra debate equivale a griterío, que es la idea cuando suena tachada. Le pregunté esta semana a una experta en audiencias por qué se grita, y me dijo: "Para que suba la audiencia".

¿Y en las campañas electorales? Se grita para que el otro responda más alto. Antes la gente se detenía en los susurros, ahora se detiene en los gritos. Los moderadores piden silencio, pero me dicen que por dentro están encantados de que sus animadores se irriten. Es el sino de los tiempos, el grito.

Los líderes políticos no se dirigen a su electorado en los mítines: hablan para la tele, y para que el adversario les responda. Ayer, Zapatero le hablaba a Rajoy desde Valencia, y Rajoy le respondía con un fondo idílico de Menorca. La cosa se dirimía en los cuarteles, como antaño, y Rajoy le mandaba una andanada a Zapatero en el retrato de Carme Chacón: ésta ha ido al hospital de los militares enfermos porque "sólo le importa la foto y el anuncio".

Ésa es la cuestión: la foto. Pero la foto de todos. Si la ministra no hubiera ido al hospital, es lícito pensar que Rajoy hubiera dicho, con el mismo fondo: "Y en una situación tan grave, la ministra no ha ido ni al hospital a enterarse de lo que ha sucedido". La política es un intercambio de fotos, o de vídeos. Ese griterío del dóberman pepero responde en este caso a la insinuación socialista sobre la derecha retrógrada.

Gritan, luego no se oyen; de eso va la cosa. El grito, como el insulto, es una forma de chantaje: cuanto más levantes la voz, más te gritaré. Cuando venga el sosiego parecerá que estamos sordos.

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