Sexo hasta la muerte en el acuario
"Mira, ahora la está acariciando, vamos a ver si copulan". Pegué la cara al cristal. La sepia macho toqueteaba el lomo de la hembra con sus -afortunado invertebrado- diez brazos. Las dilatadas pupilas le daban una expresión libidinosa, la piel acebrada adquirió una tonalidad oscura, los tentáculos se agitaron con más ritmo. Entonces la hembra se apartó del galanteador con un quiebro y se propulsó marcha atrás soltando tinta y dejando al disoluto cefalópodo con un palmo de narices. Me sentí absurdamente frustrado.
Había ido al Aquàrium en respuesta a la asombrosa noticia de que las sepias estaban de fornicio. "Cortejo, cambio de color, caricias y sexo hasta la muerte llegan a L'Aquàrium de Barcelona", decía la nota de prensa con entusiasta tono digno de P. T. Barnum. Me sorprendió ser el único periodista; es verdad que había sesión en el Parlament.
Quisiera poder decir que todo lo que me impulsaba era curiosidad científica, pero es que además la nota también mencionaba canibalismo. ¡Quién hubiera dicho que las sepias eran tan interesantes! A la plancha parecen tan sosas... Resulta que la sepia (sepia officinalis) sólo se reproduce una vez en la vida, al cumplir un año. Para asegurar la descendencia, copulan como locas un corto período de tiempo. Entre coito y coito, hacen la puesta. Luego mueren. De agotamiento físico tras tanta actividad sexual. Muchas veces son devoradas luego, difuntas, por sus compañeras de especie, sin ajito ni perejil.
Con todas estas cosas bulléndome en la cabeza y las más grandes expectativas, me fui presto hacia el Aquàrium a presenciar el espectáculo.
¡Quién hubiera dicho que las sepias eran tan interesantes! A la plancha parecen tan sosas...
Me recibió la relaciones públicas Sonia Liñán, cuyo interés por las sepias y su insólito despertar sexual, comprobé alarmado, corría parejo al mío. Sorteando visitantes pasamos frente a varios tanques hasta dar con el de las sepias. Había un colegio de párvulos ante él y los niños observaban fascinados las lúbricas evoluciones de los decápodos. La señorita ponía cara de póquer y trataba infructuosamente de llevarlos hacia los caballitos de mar, que son de una aburrida fidelidad. Todo lo que me habían contado era cierto, demonios. Aquello parecía El imperio de los sentidos en versión subacuática. ¡Caramba con las sepias! Repartidas en parejas por el tanque, dos veintenas de animales se manoseaban con fruición, tonteaban y se entregaban a sus estrambóticas coyundas submarinas en torno a una posidonia de plástico. Verlas en el plato ya no va ser lo mismo. "Cuando se excitan les sube el color", explicó Sonia. Agradecí que la penumbra del lugar no permitiera distinguir bien mi rostro. "Es espectacular ¿verdad?", señaló Patrici Bultó, jefe del departamento de Biología del Aquàrium. Le pregunté, sin apartar ni un segundo la mirada del tanque, sobre las intimidades del acto propiamente dicho. "El macho la acaricia por arriba, cuando está receptiva se gira y, frente a frente, juntan los tentáculos así", indicó entrelazando los dedos. "Entonces él le mete a la hembra en la cavidad paleal el brazo copulador y vacía su cápsula seminal". Una manera gruesa pero gráfica de decirlo es que se lo mete por la boca. Bultó me miró con suspicacia. Pero entonces apunté que el tentáculo copulador -a la manera del pene pero no tan divertido- se llama hectocotylus, y recuperé un poco de credibilidad. A veces el susodicho apéndice queda atrapado en la cavidad de la hembra y se desprende, ay, en el frenesí de la cópula. Al principio, los científicos creyeron que ese extremo mutilado era un parásito del sexo de las hembras y lo denominaron de esa manera, hectocotylus. Así que en realidad es el único órgano sexual masculino del reino faunístico que tiene nombre oficial (y no simplemente cariñoso, tipo "Señor feliz", "Jumbo" o "Paquito").
Enfrascado en las sepias, musité que el sexo submarino es realmente asombroso. "Tendrías que haberlas visto hace unos días, cuando empezó la cosa, ahora ya están cansaditas", anotó Sonia. El biólogo aportó que, en cambio, la vida de la lubina es sosa.
¿Y todas las sepias morirán? "Sí, pasada Semana Santa no queda ni una", contestó desapasionadamente Bultó. ¿Y qué se hace con los cuerpos? "Al crematorio. Los incineramos. Es el protocolo legal". Me entristeció pensar que el frenético amor de las sepias acaba en cenizas, en una desaprovechada barbacoa. Pero entonces Sonia mencionó la posibilidad de ir juntos arriba a los tanques de cuarentena a ver a las sepias pequeñitas que aún no han llegado a la madurez sexual, y volví a animarme. La vida continúa. ¡Qué grande es la naturaleza!
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.