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Reportaje:ARTE | Exposiciones

Comer es poder

En Pascua de 1980, Antoni Miralda convenció a 21 de los mejores pasteleros de Barcelona para que fabricaran cada uno una mona, el típico pastel que en Cataluña los padrinos regalan a sus ahijados por esas fechas. Debían reproducir un monumento de la ciudad; desde la Sagrada Familia al Tibidabo, pasando por el Camp Nou o la estatua de Colón. Consiguió que una prestigiosa galería de arte aceptara organizar la exposición Mona a Barcelona, consistente en colocar este derroche de dulce sobre una inmensa maqueta de la ciudad. Y para rematar la faena pintó las paredes de la sala de chocolate.

Era primavera y la tarde del vernissage hacía muy buen tiempo. La galería se llenó de visitantes, críticos y coleccionistas. "Tenías que haberlo visto", explicaba un entusiasmado Miralda días después, "el chocolate de las paredes empezó a fundirse y caían grandes lagrimones hasta el suelo". Porque más allá de la proeza de sacar adelante aquel proyecto, lo que realmente le produjo placer fue la sorpresa imprevista; comprobar la tendencia natural de las cosas a desbordarse cuando no se les pone diques.

El traslado de Nueva York a Miami supuso una transformación de la mirada hacia el Caribe, hacia lo latino

Antoni Miralda (Terrassa, 1942) es un artista que funciona con estas premisas. Ha construido un universo hecho de materiales comestibles, de sus envoltorios e imágenes, y de la liturgia que envuelve todo lo que acaba entrando por la boca. Fernando Estévez, colaborador del libro Power Food Lexicom, define con precisión el campo de trabajo: "Al atravesar la boca, el alimento cruza la frontera entre el mundo y nosotros, entre lo exterior y lo interior y, tanto en términos reales como imaginarios, transfiere sus propiedades a quien lo come".

Llegado a la práctica artística a principios de la década de los sesenta, en París, en el momento de la eclosión del pop europeo, desde el primer momento Miralda se interesa por los rituales, en los que ya introduce lo comestible. Desde entonces trabaja, investiga, confabula y conspira en torno a la comida y todo lo que rodea el hecho de comer, porque comer no es sólo alimentarse, aunque también. Prueba de ello fue el extraordinario restaurante El Internacional, creado por Miralda en Nueva York durante la década de los ochenta.

Sobre todo esto, sobre el gusto del tacto, el sabor del texto, la textura del olor, el color de la comida, la atracción de los sentidos, las recetas de la abuela, los mejunjes afrodisiacos, el tabú del canibalismo, el peligro de los alimentos y muchas cosas más, trata Power Food Lexicom, el libro que acaba de publicar coincidiendo con sendas exposiciones en Vitoria -en 2008- y la actual, en Palma de Mallorca. Este artista inclasificable con querencias de antropólogo, que navega junto a la imprescindible Montse Guillén en el gran transatlántico del Foodculturamuseum, un museo sin paredes, casi imaginario, pero definitivamente muy real.

Para explicar cómo ha llegado a este punto hay que remontarse, como mínimo, al sonado matrimonio entre la neoyorquina estatua de la Libertad y el barcelonés monumento a Colón en el que Miralda ejerció de casamentero el año de los fastos de 1992. Tras aquel proyecto titánico llegó el encargo de la Exposición Universal de Hannover de 2000 para realizar un pabellón entero dedicado a la comida. El resultado fue el Food Pavillion, uno de los lugares más emblemáticos de aquel evento.

Con los años, una buena parte de las miles de piezas que reunió en la ciudad sajona se fueron desperdigando. Durante un tiempo, Miralda intentó por todos los medios conservar aquel material extraordinario, dotar de sede institucional a su Foodculturamuseum. Estuvo a punto de conseguirlo, en Montjuïc, en un edificio semiabandonado de la Exposición de 1929. Pero no fue posible encontrar fondos para la rehabilitación. Ahora se felicita por este fracaso. "Hemos decidido a través de la fundación que es mejor la fórmula de un museo sin paredes", explica, "si nos hubieran dado el museo, en este momento estaríamos ahogados con las autoridades y los patrocinadores". Considera suficiente el espacio del que dispone la fundación, un asombroso piso de la Ronda de San Antonio donde guarda parte de su colección y los archivos.

Pero Power Food no es sólo la herencia de Hannover y lo que le precedía. Supone un cambio sustancial de mirada, del Norte al Sur. En 1994 Miralda decidió dejar Nueva York e instalarse en Miami, donde ya había realizado algunas acciones, y desde allí proyectarse al Caribe y, esencialmente, a Latinoamérica. "Me lo había ido reservando", explica, "pero cuando llegué a Miami el universo latino se apoderó de mí".

De ahí nace el proyecto Sabores y lenguas, que explora las relaciones entre la cultura, la comida y la sociedad en una serie de ciudades latinoamericanas como Caracas, Bogotá, La Habana, Montevideo, Buenos Aires, Managua, Santo Domingo, San Juan y Miami, así como Barcelona y Madrid.

En cada una de estas ciudades, con la ayuda de instituciones públicas, como la Agencia Española de Cooperación Internacional (Aeci) o la Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior (Seacex); museos locales de arte contemporáneo o apoyándose en entidades como las Casas de España, Miralda abre un taller de trabajo, involucra a artistas, cocineros, restauradores, antropólogos y todo tipo de activistas culturales; contacta con las universidades y, a diferencia de las exposiciones clásicas de pintura o escultura que normalmente llegan de España, acaba organizando una gran fiesta local donde lo que brilla es lo autóctono. En Montevideo, por ejemplo, organiza una cata de mates, algo que no se había hecho nunca. Y consigue que los gastrónomos locales, los productores de esta hierba, descubran el valor de lo que tienen.

Coleccionista obsesivo, descubridor inagotable de objetos de la cultura popular, durante este periplo Miralda sigue acumulando material. Todo tipo de hierbas y enjuagues afrodisiacos, cada uno con un envase más sorprendente que el otro; latas de bebidas euforizantes, impagables menús de restaurantes, botellas de las salsas más picantes y sabrosas, con etiquetas que lo dicen todo, anuncios y dibujos gastronómicos, fotografías de mercados imposibles...

El volumen del material que acumula tiene ya la categoría de gigantesco. Miralda reconoce que, sólo en Miami, ha llenado tres almacenes. Su piso del barrio barcelonés del Born es lo más parecido a un almacén-archivo; y la sede de la fundación recoge lo que pudo guardar de Hannover y lo que sigue llegando. "Todo este material tiene que circular y es para esto que debe servir el libro", proclama.

Power Food Lexicom, el artilugio en cuestión, pues en cuanto libro trasciende su condición, pesa casi un kilo y se articula sobre un inventario lexicográfico de 50 palabras clave o campos semánticos que permiten una reflexión sobre las infinitas relaciones existentes entre comida, cultura, energía y poder. A cada uno de estos términos le corresponde un texto elaborado por un experto, como el citado Estévez, Jeffrey Swartz, José N. Iturriaga, Pedro Palao Pons, Antón Erkoreka, Randall Morris, Ángela García Paredes o Jordi Tresseras, entro otros.

La obra puede leerse desde la ortodoxia, por orden alfabético, empezando por "abstinencia" hasta llegar a "vegetarianismo". Es decir, una página tras otra desgranando los textos que desarrollan cada uno de los conceptos. Descubrimos, por ejemplo, que seis millones de personas practican actualmente el canibalismo; que los huevos de todas las especies tienen un enorme prestigio afrodisiaco; que en casi todas las culturas hay rituales consistentes en verter sangre en la tierra para asegurar la caza y la cosecha o que Ramsés II fue embalsamado con granos de pimienta que le cubrían hasta la nariz.

También puede abordarse a través de las imágenes que acompañan los textos, sin pretender necesariamente ilustrarlos. Se obtiene entonces una lectura transversal, visionaria. A través de las imágenes es posible imaginar la ingesta de cualquier fármaco o brebaje, embriagarse con los olores de cualquier gran mercado del mundo e incluso seguir la pista de los excrementos de la civeta de Indonesia, un animalillo que come granos de café y los expulsa con sus heces para que podamos beber el café Luwak, el mejor del mundo.

Es un viaje a través de la red de conexiones que unen la comida con la energía y la medicina; los ritos, con las creencias y la cultura popular, y el control político, con la economía y la representación del poder, clave para la creación de Imperios. No en balde en la primera doble página de Power Food se reproduce la insólita imagen del pastel de nata en forma de bomba atómica con el que dos oficiales norteamericanos celebran el éxito de las explosiones nucleares en el atolón Bikini, en 1946.

¿Y cuál es la obra del artista?, preguntan los comisarios de exposiciones, los galeristas y los marchantes. ¿Lo es una vitrina que alberga, una encima de otra, hasta diez teteras diferentes, de varios colores y de procedencias de todo el mundo? ¿Lo es la pirámide formada por latas de bebidas energizantes a cual más sorprendente? ¿Lo son los grandes cilindros fálicos, en los que reflejando datos sobre la alimentación, la miseria, el agua y otros aspectos de la sociedad, se reflexiona sobre las paradojas de nuestra sociedad? ¿Lo son los platos de Sabores y lenguas, uno para cada ciudad, que recogen los nombres de las comidas locales?

¿Cómo diferenciar entre lo efímero y la obra de arte susceptible de convertirse en mercancía, cuando la comida y el ritual son la esencia de lo efímero? No parece tener mucho sentido discernir entre lo que es un miralda, lo que es documentación y lo que es powerfood. El concepto perro no ladra, como diría Erasmo de Rotterdam. -

Power Food. Es Baluard Museu d'Art Modern i Contemporani de Palma de Mallorca. Plaça Porta Santa Catalina, 10. Hasta el 24 de mayo. Power Food Lexicom. Miralda. Actar-D. 588 páginas. 29 euros.

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