Armonía perfecta
La lista de grupos destinados a coger el testigo de gran banda americana pero que se desplomaron al poco de poner una mano en el siguiente disco es extensa. La historia suele repetirse casi todos los años: un grupo recibe buena acogida mediática y acumula adjetivos que lo encumbran rápido para luego desaparecer de las portadas y quedar relegado en pequeñas reseñas y, en el peor de los casos, olvidado del imaginario colectivo. Es un mal que puede pasar a cualquiera, y muy especialmente a los recién llegados. Algo de esto piensan The Fleet Foxes, el último conjunto en recibir las mejores críticas de la prensa especializada y colarse en lo más alto de las listas musicales de lo más relevante de 2008. “Para mucha gente ya somos la nueva gran banda de Estados Unidos, pero para nosotros es importante pensarlo si eso sólo nos hace continuar creciendo”, asegura Joshua Tillman (Vashon Island, EE UU, 1981) en entrevista telefónica. A pesar de la precaución, al batería de The Fleet Foxes, el último en llegar a un proyecto de cinco miembros que nació hace apenas dos años, se le nota en una especie de nube: “Nos sentimos muy afortunados. Lo que nos ha pasado es casi una bendición”.
El primer álbum de The Fleet Foxes ofrece de principio a fin una música coral que incide en cierta resonancia mítica
"Creo que lo fundamental es que tenemos un sonido envolvente lleno de dramatismo y difícil de encontrar en otros grupos", según Tillman
No es para menos. Siempre hay una banda que cae en gracia en algún medio, pero pocas formaciones han existido en los últimos años que generen tanto entusiasmo en las redacciones de ambos lados del Atlántico como lo han hecho estos músicos residentes en Seattle, Washington. Con escasa promoción, el primerizo Fleet Foxes (Sub Pop/Nuevos Medios) ha sido elegido el mejor álbum del año para las revistas británica MOJO y la estadounidense Pitchfork, mientras otras cabeceras de renombre como UNCUT y Q lo han situado en segundo lugar. Rolling Stone les ha otorgado el cartel de gran revelación de 2008. ¿Cuál es el secreto? Tillman tiene su respuesta: "Si escuchas el disco, creo que lo fundamental es que tenemos un sonido envolvente lleno de dramatismo y difícil de encontrar en otros grupos".
Al margen de listas y preferencias, la música de esta formación seduce por sí sola. Puede que la explicación a esa bendición a la que se refiere el batería de la banda resida en el carácter divino y humano que desprenden composiciones como White Winter Hymnal, Ragged Wood o He Doesn't Know Why. Melodías absorbentes nacidas de la más brillante tradición folk y llevadas con delicadeza instrumental al servicio de armonías vocales transparentes. Más que canciones de un grupo de chavales, que apenas superan una media de edad de 25 años, parecen cantos espirituales que vuelan por los pasillos de alguna iglesia abandonada o en las profundidades de algún bosque. Es un eco misterioso y vivo el que se esconde en cada una de las 11 pistas que forman Fleet Foxes. "La banda intenta captar los momentos más orgánicos que producen un ambiente distinto. Conjugamos todo tipo de influencias porque cada uno escucha diferentes estilos musicales, desde pop hasta música africana de ambiente", explica Tillman.
El grupo se formó oficialmente en 2006. Todo empezó cuando Robin Pecknold (cantante) y Skye Skjelset (guitarra) se conocieron en un instituto de Seattle. Robin era un adolescente incapaz de adaptarse al colegio. Según ha reconocido en diversas entrevistas, llegó a sentirse "invisible" durante su estancia en la escuela, pero el día que coincidió con Skye en una clase se dio cuenta de que era su "alma gemela". Ambos compartían dos peculiaridades que les distinguían del resto de sus compañeros: les costaba hacer amigos y amaban la música hasta el punto de ser una válvula de escape. Mientras sus profesores pinchaban discos de Yes, ellos se refugiaban durante los recreos en los álbumes de Bob Dylan y Neil Young. A partir de ahí decidieron crear una banda que empezó a llamarse como tal hace tan sólo dos años. Desde entonces, y pese a su pasmosa juventud de 22 años, son la columna vertebral de Fleet Foxes, mientras hubo varios cambios en el grupo que quedó definido con el propio Tillman a las baquetas y la incorporación de los multiinstrumentistas Casey Wescott y Christian Wargo. En febrero publicaron el EP Sun Giant, que no pasó del circuito local de Seattle, pero en junio salió su primer álbum y la mecha se encendió hasta alzarles a lo más alto de la escena independiente norteamericana.
La magia se encuentra en el universo propio que han sabido crear con tan sólo un trabajo. La portada de Fleet Foxes recoge una representación de la pintura Los proverbios flamencos, de Pieter Brueghel el Viejo. Una ilustración que consigue mostrar unidad pese a los múltiples detalles que la pueblan. Con el disco, sucede lo mismo. La música fluye en un relajado caudal donde se citan influencias muy diversas, desde las raíces profundas del gospel y el pop folk norteamericano en la primitiva línea de The Byrds hasta el folclore lo-fi de contemporáneos como Iron & Wine y Sufjan Stevens. Aúnan tradición y presente con extremo arrojo, y buena parte de culpa la tiene el reputado productor, Phil Ek, que antes ha trabajado en esa vertiente tradicionalista para Band of Horses y The Shins.
Al igual que el cuidado cromatismo del cuadro del maestro flamenco, las composiciones del grupo de Seattle están llenas de paletas instrumentales, que hacen siempre por llenar e iluminar el espacio. Las guitarras acústicas comparten sitio con redobles, mandolinas, flautas e incluso momentos a cappella como el pulcro cierre del tema Oliver James. La obra ofrece de principio a fin una música coral que incide en cierta resonancia mítica, gracias a unas letras sencillas pero muy descriptivas sobre pasajes de la vida en familia, el amor y el desamor, ubicados todos ellos en escenarios evocadores como bosques, montañas y lagos que parecen hablar de la geografía irregular de Seattle. Una conexión que para Tillman no tiene tanto sentido: "Para mí el ambiente y la naturaleza no conectan directamente con la composición de una canción, pero no puedo hablar por Robin, que es el compositor. Es cierto que describe bosques, lugares misteriosos que recuerdan a la naturaleza de Seattle, y eso llega a la gente cuando lo escucha. Pero para mí lo más destacable de las composiciones de Fleet Foxes es la sensibilidad que tienen".
Esa sensibilidad parte de una tradición. Como Los proverbios flamencos, de Brueghel, la obra de Fleet Foxes rebosa de referencias históricas. Tras esos magníficos arreglos instrumentales y vocales se esconden rutas sonoras que se adentran en el legado de las formaciones que alumbraron la historia del folk rock norteamericano durante los sesenta. Una incursión, que según Tillman, es más improvisada que planificada: "No creo que ni Robin ni Skye ni ninguno de nosotros queramos hacer una canción pensando en la tradición folk americana. Quiero decir que no creo que ése sea nuestro objetivo. Nuestra música evoca sonidos folk de California pero también de Canadá. Elegimos los instrumentos que queremos usar dependiendo del momento y lo que nos pueden ayudar para la canción". Premeditado o no, este viaje tradicionalista, con todo el esplendor que arrojan las canciones del disco, es el verdadero triunfo de Fleet Foxes hoy en día. "Quizá se trata de dar otra definición a lo que es una banda de folk en la actualidad. Creo sinceramente que somos un grupo de pop en tanto en cuanto componemos con estructuras del pop. Cuando utilizas instrumentos dentro de una tradición folk puede parecer que te mueves en ese parámetro, pero todo lo que hacemos está orientado en un concepto pop", apunta el batería.
Las huellas que se encuentran en la obra de esta joven banda remiten, en primer lugar, directamente a la Costa Oeste. Los aspectos instrumentales, con cierta pose psicodélica en algunas composiciones, y sobre todo el juego de voces traen a la memoria grupos como The Beach Boys, Buffalo Springfield y The Byrds. Influencias que a veces se convierten en lugares comunes pero que en caso de Fleet Foxes muestran el mismo espíritu cristalino y nervio arrebatador. "No creo que nos parezcamos mucho a Buffalo Springfield, aunque reconozco que me halaga la comparación teniendo en cuenta que es la banda de un joven Neil Young. Es cierto que nos dicen que recordamos a Crosby, Stills and Nash, pero ellos eran tres y hacían sus armonías a tres voces e incluso se repartían el trabajo. Creo que nos parecemos bastante más en nuestro estilo vocal a los Beach Boys. Como ellos, hay un compositor y cantante principal y el resto estamos detrás para apoyarle".
Ese gusto por la fraternidad de arreglos es tan destacable como el amor que tienen por la naturalidad y el aire a obra casera, más propio del otro lado del charco, tal y como explica Tillman: "Probablemente el folk británico predomina más en nosotros que el americano. Sencillamente porque el americano es más directo, con cierto toque rock, y cuando quiere ser más folk se fija en el británico. El folk nació en Reino Unido. Por definición, entonces, tenemos más conexión con los grupos folkies británicos de los sesenta y setenta. Bandas tales como Fairport Convention, Steeleye Span y gente como Richard Thompson". No es de extrañar, por tanto, que hayan tenido mayor repercusión en Reino Unido que en EE UU. Su disco no sólo se ha vendido mejor en las islas que en su país sino que además los diarios británicos se han rendido ante su folk exquisito. Como han hecho las revistas especializadas, The Times lo ha nombrado disco del año y The Guardian le ha puesto la etiqueta de clásico instantáneo.
Los vínculos con esa herencia, bien sea americana o británica, han hecho que muchos vuelvan a hablar de una banda hippy. Los más entusiastas del flower power tratan de ver en ellos a los nuevos Grateful Dead, pese a que ninguno de los miembros de Fleet Foxes hace apología de las drogas y su actitud vital está muy alejada de la ideología libertaria. "No somos una banda hippy, signifique lo que signifique el serlo. No vivimos los sesenta. No tenemos cultura hippy. Suena divertido y guay que nos lo digan pero no lo somos. Sinceramente, no parece nada interesante el ir de hippy. Hay cosas mejores que hacer", sentencia Tillman. Robin, el cantante, fue más lejos al afirmar que odia a los hippies. Tampoco se casan con el otro gran movimiento musical y social que les moja. Residentes como son de Seattle, capital del grunge, y bajo el paraguas del sello discográfico Sub Pop, mítico por firmar a Nirvana y Soundgarden, el batería habla en nombre de toda la banda: "Creo que hoy por hoy no es la mejor música para escuchar ni hacer [risas]". Y además, en el que fuera epicentro del rock alternativo de los noventa, la rudeza instrumental ya no se lleva: "Hay variedad de música en Seattle. Particularmente, me gusta mucho un grupo llamado The Cave Singers. Hacen un pop folk en nuestra línea. Pero no hay un estilo predominante como antes. Puedes encontrar hip-hop, rap y rock".
Sin embargo, Fleet Foxes pueden sufrir también la terrible política del encasillamiento. Forman parte de ese prototipo de individuos con barba y camisas de franela a cuadros que posan con aire campestre para las fotos promocionales, en esa escuela que inauguraron The Band y Creedence Clearwater Revival. Como luego hicieron los llamados grupos del nuevo rock americano o alt-country, desde Long Ryders hasta Sixteen Horsepower o The Jayhawks. Y, sobre todo, Wilco, la que para crítica y público ha sido la última gran banda americana, o la primera del siglo XXI, según se vea la botella. Y es aquí donde vuelve a hablarse de lo mismo. ¿Son The Fleet Foxes la nueva gran banda americana? Un hecho puede arrojar luz al respecto.
Fecha: 21 de agosto. Concierto de Wilco en la localidad de Spokane, en el Estado de Washington. Jeff Tweedy, cantante y líder de Wilco, invita a subir al escenario a los Fleet Foxes al completo para cantar I Shall Be Released. Es el broche de oro para cerrar la actuación de Tweedy y los suyos. Pero por encima de todo parece un acto simbólico. Wilco comparte con los nuevos talentos del folk rock el clásico escrito por Bob Dylan, el auténtico padre del género, y que pasó a formar parte del repertorio de Music from the Big Pink, primer álbum de The Band. La emoción, expresada en reverencias, se palpa en los componentes de The Fleet Foxes. Tal vez, ellos sepan ya la respuesta y sólo esperan que el oyente vaya a buscarla, cuando en el inaugural Sun It Rises, de su celebrado disco, un canto de blues ancestral suena etéreo para que luego unos acordes acústicos nos lleven a lo terrenal con una voz magnética que nos indica que el sol, simplemente, está saliendo.
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