Los ruidos de la transición
Ferran Gallego recupera documentos de los vertiginosos años del cambio político en España, y concluye en un libro que no fue, como se piensa, un proceso de fácil consenso
Han pasado muchos años y la democracia en España es ya suficientemente sólida como para poder volver atrás y mirar las cosas tal como ocurrieron. Porque lo que se ha consolidado entre la gente de aquel apasionante periodo es un relato más o menos oficial, un mito, que sostiene que aquélla fue una época de consenso y diálogo, donde todos cedieron para favorecer el interés común. Ferran Gallego (Barcelona, 1953) acaba de publicar El mito de la transición. La crisis del franquismo y los orígenes de la democracia (Crítica), un volumen de más de ochocientas páginas donde explora cómo vivieron ese proceso los que lo protagonizaron. Es decir, cómo lo vivieron los que entonces no sabían que de aquello iba a salir la democracia que conocemos ahora.
Lo que suele ser más habitual es contar la transición desde la saludable atalaya de una democracia consolidada y, desde ahí, la mayoría suele reclamar su parcela de protagonismo: si las cosas salieron así fue porque conseguimos que salieran así, porque conquistamos un consenso, eso dicen casi todos. "El relato de lo que pasó se convierte en realidad. Una realidad que, además, condiciona y legitima la marcha actual de las cosas. De ahí que se oiga con tanta frecuencia aquello de que se 'está rompiendo el espíritu de la transición".
¿Es eso cierto, existió ese espíritu común contra el que atentan ahora algunos tan alegremente? Volviendo a recuperar la transición como un proceso en marcha cuyo final se desconocía, la conclusión a la que llega Ferran Gallego, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de numerosos libros -uno de los últimos: Todos los hombres del Führer (Debate, 2006)-, es rotunda: no, no fue un proceso de fácil acuerdo y consenso, no todos perseguían el mismo fin. "No es verdad que las élites aperturistas del régimen quisieran establecer tras el franquismo instituciones que fueran equiparables a las europeas. Y tampoco es verdad que la transición fuera obra exclusiva de la Corona y de Suárez, como diría cualquiera a quien se le preguntara hoy en la calle por los responsables del cambio político". Todo fue más complicado.
La aparición del libro de Ferran Gallego coincide con la exposición (En transición) que se celebra en Madrid sobre aquella época. A los treinta años de la aprobación de la Constitución que daba curso legal a un nuevo orden político, radicalmente alejado del totalitarismo franquista, no viene mal acordarse de cómo ocurrieron las cosas. "Y habría que empezar por señalar la crisis orgánica que la dictadura arrastraba desde hacía unos años: sus instituciones no tenían ya nada que ver con la sociedad española de principios de los setenta. Luego estaba el problema de consolidar la monarquía tras la muerte de Franco, que parecía inminente", explica Gallego.
Así que las élites del régimen se pusieron a la labor. Murió Carrero en diciembre de 1973 y las cosas se aceleraron. Arias Navarro fue el que puso en marcha aquello de las asociaciones. "Tenía una tarea complicada, la de reconocer el pluralismo de una sociedad dentro de un régimen monolítico", dice Gallego. La propuesta no fue tanto la de abrirse a las corrientes políticas que empezaban a pronunciarse con claridad en la arena pública (la Junta Democrática es de 1974, y estuvo alentada por el Partido Comunista; la Plataforma de Convergencia Democrática, de 1975, y fue animada por el PSOE) sino la de crear un mecanismo para que las distintas familias que convivían dentro del franquismo -democristianos, falangistas, monárquicos, tradicionalistas...- encontraran su cauce de expresión dentro del llamado Movimiento. El invento fracasó.
El siguiente protagonista fue Fraga. "Franco había hecho un tiempo antes uno de sus típicos comentarios fulminantes", recuerda Ferran Gallego, "preguntando '¿para qué país estaba haciendo Fraga esos papeles?". Esos papeles eran su reforma política, inspirada en una suerte de regreso al régimen bipartidista del canovismo, y que pretendía ampliar los derechos de participación pero sin cuestionar al régimen. Tampoco funcionó. "No hay que olvidar que la iniciativa la puso en marcha en el primer Gobierno de la monarquía. Conviene subrayarlo: la transición no empieza con el Rey y Suárez. Va haciéndose. Y al principio nadie quería tocar los grandes pilares del régimen. La apertura de Fraga, por ejemplo, excluía al Partido Comunista".
Cuando se dice que los proyectos de Arias Navarro y Fraga fracasaron no se quiere decir que se fueron al traste en medio de una reunión de políticos que se estrechaban las manos mientras hablaban de consenso y de olvidar el pasado. Fracasaron porque las movilizaciones en la calle consiguieron que fracasaran y porque funcionaba una oposición unida que las criticaba. Se fueron a pique porque esos cambios que pretendían introducir nada tenían que ver con las aspiraciones de una parte importante de la sociedad española de entonces.
Una parte importante. No la sociedad entera. Y ése fue el error de la izquierda que defendía un proceso rupturista. Que no calculó que el franquismo contaba con una base social muy amplia, que no iba a caerse de golpe en cuanto los demócratas empezaran a soplar. Por fuerte que fuera la presión de las movilizaciones. Pero éstas influyeron. "Fraga se dio cuenta de que había fracasado cuando incluso los empresarios manifestaron sus temores a que no funcionara el pacto social en una época de crisis económica". Además, su imagen de reformista se vino abajo con las represiones de Vitoria o Montejurra. Hubo muertos, muchos heridos.
Le tocó el turno a Adolfo Suárez, que presidió el segundo Gobierno de la monarquía. Tampoco se le conocía de antes afán alguno por iniciar un proceso constituyente. Pero cuando llegó al poder supo que no tenía sentido enfrentarse a la oposición. "Entendió que la represión era el camino que conseguía fortalecerla y vio que resultaba más eficaz, para dividirla, ir concediéndole poco a poco sus reivindicaciones, de la amnistía a la convocatoria de un referéndum para aprobar la Ley de Reforma Política. Eso sí: consiguió que esa reforma política la pilotara el Gobierno a través de unas Cortes franquistas e hizo una ley electoral que se ajustaba a las necesidades de su proyecto centrista, UCD. Y, claro, ganó con más de seis millones de votos las primeras elecciones democráticas cuando el conjunto de la izquierda había obtenido ocho".
Hubo ruidos durante la transición. Movilizaciones. Se generó un entusiasmo por unos cambios que no fueron, al final, tan lejos como muchos esperaban, y vino el desencanto. A partir de un momento, los políticos excluyeron a la gente, cuando las movilizaciones podrían haber complicado la situación de sus respectivos partidos políticos en el nuevo régimen que se estaba gestando. Un asunto que a partir de un momento fueron arreglando los políticos en los restaurantes. ¿El espíritu de la transición? ¿Qué espíritu de la transición? Los mitos terminan por imponerse, y es difícil derribarlos. Nunca está de más volver puntillosamente a los hechos.
El mito de la transición. La crisis del franquismo y los orígenes de la democracia (1973-1977). Ferran Gallego. Crítica. Barcelona, 2008. 872 páginas. 35 euros. La exposición En transición está abierta en el teatro Fernán-Gómez de Madrid hasta el 9 de noviembre.
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