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Reportaje:PERSONAJES HISTÓRICOS | grandes antagonistas

A la carga, de mal rollo

Jacinto Antón

Fue una carga de caballería espectacular, muy valiente, sin duda, pero nunca debió lanzarse. Los rusos, contra cuyos cañones atacaron frontalmente, en un alarde de heroísmo y estupidez, los seiscientos y pico húsares, dragones y lanceros británicos, pensaron que aquellos tipos debían de estar borrachos. De hecho, pidieron a los que hicieron prisioneros que les echaran el aliento: el único control de alcoholemia de una carga a caballo que se conozca.

Detrás de la bizarra carga suicida de la Brigada Ligera en Balaclava, cantada en su musculado poema por Tennyson ("Azotados por balas y metralla, / cabalgaron con audacia / en las fauces de la Muerte"), hay una serie de errores militares garrafales y un despliegue de imbecilidad como pocas veces se ha visto en la historia de la guerra, que ya es decir.

Seleccionar para una tarea tan compleja como el manejo de la caballería a dos ilustres majaderos que se detestaban y no se hablaban eran ganas de liarla

Del desastre de aquella mañana de lanza y sable del 25 de octubre de 1854 en un polvoriento valle cerca de la población de Balaclava, no lejos de Sebastopol, fue en parte responsable la enemistad entre dos hombres tan incompetentes como arrogantes y estúpidos, que mantuvieron a lo largo de sus vidas una rivalidad enconada y absurda: lord Cardigan -que lideró la carga- y lord Lucan -que le dio la orden-. Aristócratas, ricos, pijos, húsares, comandantes de los más selectos regimientos de caballería, vanidosos, crueles y memos, Cardigan y Lucan eran además cuñados.

El juicio negativo sobre esos dos infames cretinos a la greña no es algo de ahora, no crean: sus contemporáneos ya les veían así. "Todos estábamos de acuerdo en que no podía haber dos mayores cabrones que ellos", escribió el mayor Forrest, que sirvió en el 11º de húsares con Cardigan. "Llamábamos a Lucan el asno cauteloso, y a Cardigan, el asno peligroso". Otro oficial que sirvió con ambos generales anotó en su diario: "Cuanto más veo a lord Lucan y a lord Cardigan, más los desprecio. Qué ignorancia tan crasa y qué temperamento tan altivo".

Toda la sociedad británica se quedó de piedra cuando al formarse el ejército que debía combatir al oso ruso en Crimea se eligió a Lucan para mandar la caballería y a Cardigan para que se hiciera cargo de una parte de ésta, la Brigada Ligera. Poner a Cardigan nominalmente bajo el mando de su odiado cuñado y seleccionar para una tarea como el manejo de la caballería a dos encopetados majaderos que se detestaban y no se hablaban era ganas de liarla. "Individualmente, ninguno de los dos estaba capacitado para el puesto que ocupaba; juntos eran un desastre", señala Norman F. Dixon en su imprescindible Sobre la psicología de la incompetencia militar (Anagrama, 2001).

James Thomas Brudenell, séptimo conde de Cardigan (1797-1868), ha conseguido el raro privilegio de la unanimidad histórica en cuanto a su estulticia. Incluso el historiador militar John Keegan le tacha de estúpido, dominante y vengativo. "Tiene tanto cerebro como mi bota", resumió el capitán Portal, del 4 º de Dragones Ligeros. Único varón entre siete chicas, creció rodeado de atenciones y nunca dejó de ser en el fondo un niñato rico y malcriado. Esbelto, rubio y de ojos azules, era gran espadachín y hábil jinete. Desde joven destacó en la monta de todo tipo. Se ve que la propia reina Victoria hubo de darle un toque por sus escandalosos asuntos de cama. Se casó con una divorciada y luego con la excéntrica Adeline de Horsey (sic). No tuvo hijos (de ahí su frase al lanzarse a la carga en Balaclava: "¡Ahí va el último Brudenell!"). Utilizando, como Lucan, el vergonzoso sistema de compra de cargos en el ejército británico, Cardigan ascendió en poco tiempo de corneta a comandante. Como coronel del 11º de Húsares gastó enormes sumas para convertir al regimiento en el más ridículamente chic de la caballería británica (sus apretados pantalones carmesí eran el hazmerreír de la sociedad: les llamaban Cherry Bums, culos de cereza -Cherubins cuando había damas presentes-). La carrera militar de Cardigan está jalonada de polémicas a causa de las injusticias y abusos que cometió contra sus oficiales.

George Charles Bingham, tercer conde de Lucan (1900-1888), era hasta peor que Cardigan. A sus mismos defectos hay que añadir la brutalidad con la que administró sus tierras en Irlanda, condenando al hambre a millares de campesinos. Él también compitió para hacer de su regimiento favorito, el 17 º de Lanceros (que cargó con el 11º de Húsares en Balaclava), el más guay. Los conocían como los dandis de Bingham.

La aversión mutua entre Lucan y Cardigan parece que empezó por una tontería: el primero dejó caer que la carrera militar de Cardigan iba más lenta que la suya. Que Lucan se casara con la hermana pequeña de Cardigan, lady Ann (tuvieron seis hijos), no sirvió para unirles, sino al contrario. La chica se quejó a su hermano de que su marido la trataba mal, Cardigan se enfrentó a Lucan, éste se enfureció por la intromisión y ya ni Wellington, que lo intentó, pudo arreglar las cosas entre ellos.

Y así tenemos a los dos condes, generales y mentecatos aquel día en Balaclava. Cuando llegó a Lucan la inextricable orden de lord Raglan (otro incompetente) de moverse, orden que el mensajero, el vehemente capitán Nolan, pareció explicar como que había que cargar a la brava contra los cañones rusos (la cadena de responsabilidades sigue siendo objeto de estudios y debates), el jefe de la caballería mandó a su cuñado atacar. Cardigan, consciente de que era un suicidio, respondió petulante: "Sin duda, milord, pero permítame señalarle que hay una batería al frente, otras en ambos flancos y fusileros rusos por todas partes". El mal rollo impidió una mayor comunicación y que la orden fuera aclarada (en realidad, Raglan pedía atacar en una zona que no se podía divisar desde la posición de la caballería: toda una chapuza, vamos). De ser personas sensatas, Lucan y Cardigan probablemente habrían podido impedir el desastre. Pero el chulesco Cardigan cargó y los cañones rusos deshicieron la Brigada Ligera en un pandemónium de cañonazos, jinetes mutilados y caballos destripados (véase la extraordinaria El valle de la muerte, de Terry Brighton, Edhasa, 2008).

Cardigan y Lucan sobrevivieron a la guerra y en última instancia salieron bien librados de aquella necia catástrofe de la carga, devenida épica. El primero falleció al caer de su caballo en su finca, y el segundo, en su cama, octogenario y mariscal de campo. Ni siquiera fueron capaces, los muy miserables, de reconciliarse sobre la sangre de aquellos bravos hombres de cuya muerte tuvieron tanta responsabilidad. -

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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