España despierta al gigante
LeBron James catapulta a Estados Unidos y desfigura a la selección de Aíto, que pierde por 37 puntos
El día que Spanoulis acuchilló al último equipo que se creyó que todavía podía ir de Dream Team por la vida, Jerry Colangelo, su septuagenario arquitecto, se juró que hasta ahí podían llegar. Fue en el Mundial de hace dos años en Japón. Grecia abochornó una vez más a los norteamericanos y dejó expedito el camino a España, que se erigió no sólo en el campeón del mundo, sino en el equipo más admirado. Tras sus fracasos en el Mundial de 2002 y los Juegos de 2004, aquel día, la NBA pareció escarmentar de una vez por todas. Empezó a buscar una fecha para recuperar su autoestima y el respeto del mundo. La cita era el 24 de agosto, en la final olímpica, pero el calendario del torneo quiso que un 16 de agosto, todavía en la fase de grupos, en un partido que tampoco era trascendental, el Reedem Team, el Equipo de la Redención, se encontrara al rival con mayor cartel posible. Una ocasión para iniciar su resurrección.
Los jugadores norteamericanos se aplicaron a fondo para construir una paliza descomunal, de las que dejan huella profunda. Los españoles la encajaron sin decir ni pío, destemplados, fuera de lugar, superados, incapaces de dar la menor réplica a la avalancha que se les vino encima. De tal magnitud fue la somanta que Kobe Bryant tuvo gestos de deportividad y compasión hacia unos rivales absolutamente derrotados.
Pau Gasol no fue Pau Gasol, Rudy no fue Rudy, casi nadie, excepto Felipe Reyes, se pareció a sí mismo, menos aún a los campeones del mundo en Japón. Ni de lejos. El duelo se desvaneció en un santiamén. Abrumados por el músculo, la velocidad y la solvencia de los redentores de la NBA, los españoles entregaron la cuchara muy pronto. No tuvieron un punto de tregua ni un solo segundo. Los norteamericanos fueron a por ellos. Poner el balón en juego les supuso en sí mismo un esfuerzo descomunal por la presión de Kidd, de Paul, de Williams, de todos ellos. Se sucedían las pérdidas españolas. No hubo forma humana de que Calderón o Ricky pudieran controlar el ritmo y Navarro, Rudy o Berni apenas les podían ayudar. Dar un pase de salida era un suplicio. Mover el balón en ataque, una quimera.
Los estadounidenses jugaron a beneficio de inventario. Cada pérdida española se traducía en una canasta fácil, un mate, una bandeja o una serie de triples sin tiempo a que nadie acudiera a puntearlos. En ese juego de ida y vuelta, sin apenas una pausa, LeBron James campó a sus anchas, Wade se encontró como pez en el agua, Carmelo Anthony jugó comodísimo y el resto del equipo se dedicó a cumplir los diez mandamientos de la Redención, entre otros, solidaridad -ocho estuvieron por encima de los 10 puntos-, tenacidad, voracidad, intensidad de principio a fin sin importar que su ventaja fuera abismal desde que empezó a verse los derroteros del partido...
Ocho minutos bastaron: 16-29, nueve pérdidas de España, un agujero colosal en la defensa, cero puntos de Pau Gasol, cerrada a cal y canto la zona del equipo estadounidense. Nada que hacer. No hubo punto de inflexión. Dio igual un cinco que otro, una defensa que otra: 28 balones perdidos, sólo un 21% de acierto en triples y un 39% en el total de lanzamientos y una defensa que cedió hasta 32 puntos al contraataque rival, 12 triples y 60 puntos en la pintura. El Reedem Team propinó la mayor paliza que se recuerda a la generación de oro del baloncesto español. 37 puntos, muy cerca de los 44 que le sacó el verdadero Dream Team a la selección española en Barcelona 1992. Han pasado 16 años y los norteamericanos parece de nuevo por la labor. La suerte es que España aún está en condiciones de ganarse una segunda oportunidad. Para ello, tal como están los estadounidenses, tendrá que llegar a la final.
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