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Tentaciones
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Reportaje:

LAS EDADES DEL MURCIÉLAGO

El año 2008 será recordado como el año en que el vengador de la capa encontró su encarnación más próxima al mundo real. El caballero oscuro recupera la línea narrativa del género de cómic grim and gritty (traducible como crudo y deprimente) patentada por Frank Miller a principios de los ochenta, y que encontró en The dark knight returns, del propio Miller, y Watchmen, de Alan Moore, su máxima expresión. El realismo, la violencia y la tragedia son algunas de las claves que reaproximaron la saga del tebeo a un público adulto y se han convertido en el factor determinante para devolver el esplendor a la fílmica desde que Nolan tomara el mando con Batman begins (2005). Como prueba de su voluntad, hasta el decorado ha dejado de serlo: la antaño maqueta de Gotham City se ha reemplazado por un plató real: la ciudad de Chicago. Las bases para El caballero oscuro de Nolan: Batman. Año 1, de Frank Miller (que estuvo en vías de adaptarse por Darren Aronofsky), y su continuación argumental, El largo Halloween (firmado por Jeph Loeb y Tim Sale), donde el supervillano prototípico se ve desplazado por una familia mafiosa, los Falcone. Quizá por eso, el realizador Kevin Smith, auténtico pajillero de las viñetas, ha encumbrado la última pieza de Nolan como "El Padrino II de las adaptaciones del cómic".

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BATMAN SE VISTE DE LUTO

La película que ahora se estrena también es deudora de La broma asesina, de Alan Moore y Brian Bolland, publicada en 1988, tan sólo un año antes del Batman protagonizado por Michael Keaton, Kim Basinger y Jack Nicholson, y referencia esencial de su artífice, Tim Burton, que rodó atado en corto por Warner para no perder el cupo infantil de beneficios. Aunque logró imponerse a la productora para desplegar todo su delirio gótico en Batman returns (1992), donde una Michelle Pfeiffer embutida en el vinilo de Catwoman y un Danny DeVito autoproclamado rey de las alcantarillas se comían a Keaton. Si hubieran dado carta blanca a Burton, seguro que el millonario Bruce Wayne habría palmado al primer asalto. Algo que, por cierto, reclamaron los fans acérrimos del personaje, que enviaron más de 50.000 cartas de protesta por la elección del pétreo protagonista.

No imaginaban que la saga estaba a punto de caer en manos de Joel Schumacher, realizador adiestrado en piezas de culto adolescente como St. Elmo, punto de encuentro, o Jóvenes ocultos, en pleno trance de conversión a las superproducciones adultas. Con él, Gotham se convirtió en un parque temático multicolor reinado por Jim, El Acertijo, Carrey. Entre sus felices ideas, un rediseño festivo del bat-traje. Schumacher, que a principios de su carrera fue responsable de vestuario, esculpió unos pezones de látex sobre los pectorales de Val Kilmer y su fiel Robin, encarnado por Chris O'Donnell, el único actor (aparte de Michael Gough, el fiel mayordomo Alfred) que sobrevivió a la siguiente fase, Batman y Robin. El batacazo de crítica y público (no engañaron ni a los niños) de ésta, protagonizada por un George Clooney con el sex appeal en horas bajas, impidió que la saga continuara derivando en una especie de disco-móvil housera dispuesta a detonar con todos sus decibelios y luces estroboscópicas a cada fotograma. Ni la calenturienta Poison Ivy rubricada por Uma Thurman sedujo con indisimuladas alusiones a su "tarro de miel".

Aunque se le fuera la mano con lo gay (gay entendido en su sentido original: alegre), Schumacher no pretendía sino devolver a la saga el colorido kitsch y los aires camp que convirtieron a la teleserie de los sesenta en un fenómeno de culto aún hoy vigente. En plena efervescencia del arte pop, Adam West (Batman) y Burt Ward (Robin) repartieron mamporrazos acompañados por gráficas onomatopeyas sobreimpresas en pantalla. El propio West, en su libro de memorias De regreso a la Batcueva, se queja de la afiliación de la serie a lo camp: "Siempre pretendió ser una sátira", escribe. A lo largo de 120 capítulos, emitidos entre 1966 y 1968, West y Ward compartieron el derroche glitter con memorables lecturas de los villanos Joker (César Romero), Pingüino (Burgess Meredith) o Catwoman (Julie Newmar). Y no sabemos si beneficios de merchandising con los productores. Sólo en su primer año, la serie facturó 80 millones de dólares en beneficios extra gracias a incontables bat-gadgets, que iban desde el consabido Batmóvil (en realidad un Lincoln Futura de 1955) hasta ¡un bat-spray repelente de tiburones! La idea de llevar a Batman a tecnicolor surgió de una visita de los ejecutivos de la cadena ABC al club Playboy de Chicago, donde, entre los contoneos de sus chicas, se proyectaban capítulos en blanco y negro de las pueriles series originarias: Batman (1943) y Batman y Robin (1949). La primera nació sólo cuatro años después que el personaje en papel concebido por Bob Kane y Bill Finger.

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