"No soy un chamán; sólo tengo un don"
"Hemos de permitirnos ser nosotros mismos; tomaos vuestro tiempo; considera y respétate a ti mismo; estate abierto y verás cómo tus necesidades se cumplen; en resumen: sé quien eres y di lo que sientas; el resto no importa". Pues si lo dice la interlocutora, allá vamos: uno no se hace responsable de lo que sigue. Primero, porque no hay desayuno: la entrevistada lo hizo antes, aunque habíamos quedado. Segundo, por el aviso de la traductora de la organización: "En su cultura, está muy mal visto preguntar; vigile la cadencia". Con esas premisas y la voz del periodista haciendo extraños gallos para no ofender -que la intérprete traduce como puede o quiere-, era de esperar que las respuestas no casasen con las preguntas.
De origen yupik, es una de las 13 voces indígenas que velan por el mundo
Pero es imposible enemistarse con la menuda e inquieta, a sus 73 años, Rita Pitka Blumenstein, de la tribu yupik, en Alaska, en pleno Círculo Polar Ártico. Ella es una de las componentes del Consejo Internacional de las 13 abuelas indígenas, sabias en sus tribus, que creen que su cosmovisión puede ser útil en este mundo de hoy. Así lo explican en La voz de las trece abuelas (Luciérnaga), libro que las ha llevado a España.
"He oído mucho sufrimiento y dolor y tristeza; he notado ese fuego", dice Pitka sobre sus sensaciones estos días acá. "El espíritu está siempre, sólo tienes que escuchar, pero hay demasiado ruido ahora en el mundo". No es así en el hall del hotel, sepulcral, que su hilo de voz refuerza. "Mi escuela fue oír a mis abuelas y a los ancianos".
Pitka pidió a Dios de pequeña que la ayudara a ser. Recita unos versos de una libreta de piel ajada. Son de un largo poema petitorio que hizo a los siete años. Al periodista se le ha escapado contenido metafórico. "¿Lo ha cogido?", inquiere la traductora, que ahora está en el suelo, piernas cruzadas, ojos cerrados y murmurando: "¡Qué bonito!". También da golpecitos para que preste atención al lento batir de alas con el que la anciana ilustra lo que somos: "Tu cuerpo es un pájaro, está bien cuando hay equilibrio entre cuerpo y espíritu; no se puede volar con un ala rota". Pitka las cura: "Hago hablar de tus emociones y, como si fueran capas, las quitamos juntos; los problemas físicos vienen de cosas ocultas en uno".
También ha tenido visiones. Una, con nueve años: mucha gente mirando aterrorizada al cielo. "El atentado del 11-S", opina. Luego, a los 14, tuvo otra: "Vi inundaciones, un terremoto y una inmensa ola en Japón que llegaba hasta Seattle. Espero que éste no se cumpla". ¿Es un chamán? "No, nunca aprendí nada, sólo tengo un don; soy como un tubo: entran cosas en mí y salen". Y lanza: "El aprendizaje debe hacerse con todo el cuerpo; nosotros no tomamos notas". Touché. ¿Puedo inquirir por lo que tiene bajo ese manto? Aparece un abanico blanco con 13 plumas en una empuñadura que recuerda un asta de reno: "Son de águila". Y las sacude enérgica resiguiendo el cuerpo del impertérrito periodista. Ya en pleno ritual, le pondrá agua y ceniza en manos y pies. "Son de las tierras de las abuelas", aclara. ¿Y ese tambor plano? "Es la vibración del mundo, y a ella hay que acompasar nuestro corazón". Se pone a tocarlo y a fe que parece el ritmo cardiaco humano.
Cree que algún día la humanidad será un solo pueblo, porque "nadie somos de raza pura". Ojalá la oigan los políticos. "Aún tienen que aprender a ser personas: los que conducen el mundo te hacen ser lo que no eres"; y suelta, seguido: "Soy niña, no tengo nada, pertenezco al universo...". Reina un clima, un silencio imposible, porque el hall está transitado. Pitka significa 'último resplandor del camino hacia la luz'. Y al final, uno teme haberse perdido ese destello por tomar notas, reales o mentales.
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