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Reportaje:

El último molino de marea

Ortigueira recuperará la única aceña marina que queda en Galicia

Lleva un siglo esperando cada día la marea en un recodo de la ría de Ortigueira, en la desembocadura del río Maior. Fue el último molino marinero construido en Galicia y el único que resiste en la comarca del Ortegal. La Fundación Ortegalia, una entidad sin ánimo de lucro que integran la Xunta, el ayuntamiento ortegano, la Diputación Provincial y varias entidades privadas, se embarcó hace unos meses en la recuperación de este fragmento singular del patrimonio etnográfico de la zona.

La idea, según explica la directora de la Fundación, Emma Sandá, es poner el molino otra vez a rodar, empujado por la energía maremotriz, con fines turísticos y didácticos con las aportaciones económicas de la Consellería de Vivenda e Solo. Dicen que el hambre agudiza el ingenio, y fue precisamente esa necesidad la que impulsó al hombre a acercarse al mar, a finales del siglo XI, buscando fórmulas alternativas para moler el cereal cuando aflojaba el caudal de los ríos. Los molinos de mareas se popularizaron en las costas bajas de Irlanda, Reino Unido y los Países Bajos en los siglos XVI y XVII por su potencial productivo con el mar como fuente de inagotable de energía.

Un emigrante en La Habana puso en marcha el ingenio tras su retorno
Lo construyeron con rocas que trajeron por mar desde Cariño

Este curioso sistema de molienda, que rentabiliza el cambio de nivel que producen las fuerzas gravitacionales de la luna y el sol sobre las aguas, llegó a Ortigueira muchos siglos después, en torno a 1905, de la mano de un emigrante ortegano, de nombre José, que retornó de La Habana (Cuba). "No sabía leer, pero supo ingeniar todo esto", cuenta Salustiano Ferreira, de 76 años, que pasó media vida desayunando con el molino de mareas al otro lado de su ventana. Él y su familia habitaron durante casi medio siglo otro molino de río del mismo dueño y situado al otro lado de río Maior. "José y su hermano traían las piedras en barco cada día desde una cantera de Cariño, roca a roca hasta que lo acabaron". Un muro cuajado de piedras con forma de media luna, y un sencillo sistema de compuertas bastaban para recoger la marea llena tras un dique y conducir el agua a través de la parte baja del molino para mover las dos piedras circulares (las muelas) entre las que se machacaba el grano.

"La misma familia tenía los dos molinos y no daban abasto. Se cobraba en especies, maíz sobre todo", recuerda Ferreira. "Venían de lejos, en carros cargados de sacos y tenían que pasar una y dos noches esperando". El propietario retornó a Cuba, pero sus antiguos vecinos cuentan que regresaba cada año para supervisar esta esquina de la marisma que en los años hambrientos de la posguerra se transformó en una industria harinera pujante. La electricidad y los motores acabaron con la vida del molino, construido sobre un humedal protegido entre las parroquias de Cuíña y Senra, que heredó un sobrino y poco después un hijo de éste emigrado a Venezuela. Su último propietario fue Aladino Barros.

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La Fundación Ortegalia lo adquirió por 150.000 euros para restaurarlo mediante un convenio suscrito con la Xunta para recuperar la aceña y transformarla en un museo. El proyecto que maneja la fundación, presupuestado en 600.000 euros, plantea sustituir el suelo por una plancha de cristal que permitirá ver la fuerza de la marea aplicada a la industria artesanal. En noviembre de 2007, Ortegalia adjudicó los trabajos de rehabilitación a Ollarte Tecnología y Conservación, una empresa especializada en la recuperación del patrimonio, por un importe de 423.000 euros.

La compañía tiene el cometido de recuperarlo antes de final del año restableciendo el sistema original de diques, compuertas y aliviaderos del mecanismo hidráulico que hacía girar las muelas. La fundación tiene en marcha otro proyecto etnográfico para la rehabilitación de una antigua casa de aldea en el lugar Corbelle que quieren transfomar en una granja museo restaurando la vivienda y el mobiliario original. "La idea es que se recree tal y como era la vida hace cien años e incluso poner en marcha talleres artesanales", dice Sandá.

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