La dictadura de las tinieblas
La antigua colonia española de Guinea Ecuatorial nada en petróleo, pero la mayoría de sus habitantes vive en la pobreza, sometida a la tiranía de Teodoro Obiang
Un cayuco de tripulación pirata atracó a finales de enero junto al espigón de Bata, muy cerca de un banco de la segunda ciudad de Guinea Ecuatorial, el nuevo emporio petrolero de África. Diez hombres fuertemente armados saltaron a tierra, corrieron hacia el banco con despliegue de comandos y redujeron a vigilantes y clientes sin encontrar resistencia. Todo ocurrió a media mañana. "Iban a por el dinero del petróleo", adivina un comerciante, que supo del desarrollo del atraco por un amigo rehén. Un helicóptero del Ejército persiguió a los delincuentes, pero debió retroceder al recibir una andanada desde el cayuco, que no pudo responder porque los servidores de las ametralladoras habían olvidado municionarlas. Nunca se publicó aquel audaz asalto, probablemente ejecutado por piratas de Gabón o Camerún, y nada se conoce sobre la cuantía del botín.
El analfabetismo político es entendible en un país alejado del mundo de la libertad y de la información
Hubo empresarios españoles que contrataron a prostitutas para conseguir contratos
"Hay que vivir aquí para entender esto", según Plácido Micó, el único diputado de una simbólica oposición
"Macías era mejor presidente. No tocó el petróleo, aunque sabía que había mucho", dice un guineano
La oposición niega los "avances" reseñados por la misión parlamentaria española que observó las elecciones de mayo
La fortuna del dictador y de su familia asciende a cientos de millones de dólares. "Todo es suyo", acusan los opositores
La selvática ex colonia española (1778- 1968) ha sido pieza apetecida por piratas, mercenarios, comerciantes y gobiernos desde que los barcos negreros del siglo XVI zarpaban de sus puertos con cuerdas de bantúes, esclavos en las plantaciones americanas de las potencias coloniales. Guinea Ecuatorial perdió entonces a buena parte de su población, abasteció de madera, cacao y palma a España y, desde los descubrimientos de la Exxon Mobil en 1999, el crudo fluye hacia los cargueros de las multinacionales, rumbo a sus refinerías de Tejas o China. Tercer productor africano después de Nigeria y Angola, el antiguo puerto esclavista ingresa 3.000 millones de euros anualmente, en torno al 25% del total de los beneficios petroleros, y su economía crece al vertiginoso ritmo del 20%.
El PIB por cabeza, que pasó de los 430 euros anuales a los 17.000 euros, esconde una dramática realidad: el 80% de los 600.000 habitantes de Guinea Ecuatorial vive con menos de 200 euros mensuales, y sufre pandemias, insalubridad, chabolismo y frustración. La oligarquía gobernante controla la riqueza de un país cubierto de selvas ricas en materias primas, estuarios y playas de ensueño y filones sin aprovechar. "El petróleo ha hecho que países que antes nos apoyaban se olviden de nosotros y, mientras, la dictadura se consolida y la familia presidencial sigue en la opulencia", denuncia el diputado de Convergencia para la Democracia Social (CDS) Plácido Micó, simbólico opositor en una nación sin democracia ni justicia distributiva a las órdenes, desde el 3 de agosto de 1979, de Teodoro Obiang, de 66 años. Fue entonces cuando el ex teniente coronel, formado en la Academia de Zaragoza, derrocó a su tío, el dictador Francisco Macías, posteriormente fusilado, y ocupó su trono de Malabo.
España y otras naciones aplaudieron la desaparición del primer tirano de la independencia, protestaron por los atropellos del nuevo autócrata y no tardaron en bajar el diapasón, casi hasta el enmudecimiento, cuando sus pozos comenzaron a bombear y el precio del barril reventó los mercados internacionales. Temeroso de las apetencias territoriales de los vecinos Gabón y Camerún, y de los golpes de mano mercenarios, Teodoro Obiang compró la protección de Estados Unidos a cambio de la parte del león en la explotación de los multimillonarios hidrocarburos. El Tercer Mundo acostumbra a exigir el 50% de los beneficios de sus recursos naturales, pero los guineanos se conformaron con el 25%, según los datos disponibles. Houston firmó a la carrera.
Las españolas Repsol y Unión Fenosa pugnan ahora por un mercado de 810.000 barriles diarios, 2.000 millones más en reservas probadas, y unos fecundos yacimientos de gas. Las norteamericanas Exxon, con el 70% de la producción total, Maratón, Amerada Hess, Chevron, Vanco, Noble, Tritón y Ocean explotan los mejores pozos del Eldorado africano, mientras compañías de Francia, Reino Unido, Malaisia, Suráfrica, Japón o China completan la relación de invitados de la bacanal perforadora. "Obiang no tiene que preocuparse mucho de los derechos humanos, con amigos tan influyentes", ironiza un empresario argentino en uno de los bares de la tórrida capital africana. No le falta razón: Estados Unidos recibirá del Golfo de Guinea, en el 2015, el 25% del crudo que necesita, contra el 15% importado ahora, según cálculos del Pentágono. Como el porteño de los derechos humanos es un hombre irritable, reacciona ante la pachorra del camarero: "Empiezan a parecerse a los venezolanos. Esperan que el petróleo les solucione la vida sin trabajar".
Los contratos asociados a los hidrocarburos y a las infraestructuras convocaron a los técnicos franceses, alemanes, japoneses, portugueses, rusos, chinos o españoles que se alojan en las limitadas plazas hoteleras de una ciudad de 70.000 habitantes, decadente y plana, colonial en la arquitectura de su centro histórico. La destartalada flota de taxistas de las principales poblaciones guineanas, sin rótulos que los identifiquen como tales, y el escuadrón de particulares al volante de turismos japoneses de los ochenta conviven con las modernas camionetas de la nueva plutocracia en bulliciosa anarquía circulatoria. Numerosos vehículos no llevan matrícula, y ninguno utiliza los cinturones de seguridad. No importa mucho. Lo llamativo son la masiva entrada de fondos y el auge constructor de las hormigoneras y grúas, que rehabilitan edificios coloniales, levantan bloques de apartamentos en los barrios emergentes o embellecieron el malecón de Bata. Las peonadas abren zanjas y canalizaciones, se adentran en la jungla para tender puentes y asfaltar caminos y abren trochas hacia los tajos forestales y catas mineras.
Los maliciosos atribuyen el buen trazado de la carretera de Bata a Mongomo a su carácter de ciudad originaria del clan esangui, que copa el aparato estatal, de la etnia fang, a la que pertenecen el presidente y el 72% de los guineanos. La etnia agrupa a 67 clanes.
Casi todo asombra en el tropical enclave negro: el 45% de los habitantes de un país bendecido, y también castigado, por el hallazgo de petróleo tiene menos de 15 años, y la esperanza de vida ronda los 50. "El Gobierno se está gastando bastante en la construcción, aunque la sanidad, la educación y la atención social son un desastre", señala un empresario español con más de diez años de estancia en el país. Los cientos de ingenieros, ejecutivos y técnicos estadounidenses colgados de las plataformas marítimas viven ajenos a esa precariedad nacional, al 50% de la población sin agua corriente, al 19% de los niños desnutridos, al 3,2% de infectados por el virus del sida, a la masiva deserción escolar y a las otras lacras señaladas por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
El regimiento de zapadores yanqui cumple con la orden del subsecretario de Asuntos Africanos, Walter Kansteiner, poco después de los atentados del 11 de septiembre del año 2001, durante el arranque de la guerra de Irak y el súbito encarecimiento del crudo. "Traed ese petróleo [el de Guinea] a casa", dijo supuestamente el alto funcionario. El crudo ya viajaba a Tejas desde el primer pinchazo del pozo Zafiro, situado en alta mar, a 20 kilómetros en helicóptero desde Malabo, en la isla de Bioko. Las otras bolsas son vaciadas a diario en el territorio continental. La plantilla de la encomienda patriótica viaja regularmente a casa en el Houston Express, un vuelo de 15 horas entre Malabo y la metrópoli de la petroquímica. "Esto es muy aburrido y hay que tener mucho cuidado con las juergas y las mujeres porque hay mucho sida", dice un norteamericano de origen filipino. Más de 3.000 petroleros residen en una ciudadela de la península Punta Europa, abastecida por modernos supermercados, tiendas, wi-fi y servicios propios. Las residencias de los diplomáticos y de la burguesía local evitan las casuchas y los tenderetes arrabaleros, que ofrecen la quincalla propia del subdesarrollo: repuestos, pilas, candados, zapatillas, camisetas, ventiladores, o Rolex a 10 euros. Pero algo salpica el maná negro. Los obreros locales o inmigrantes de las plataformas reciben sueldos que oscilan entre 500 y 700 euros mensuales, y otros braceros abrevan en los negocios residuales del crudo. Este pelotón compra en los supermercados Martínez Hermanos, españoles, y en los comercios de los emprendedores libaneses, importadores de productos de primera necesidad a precios que aquí son altos: la botella de leche y la cerveza, a un euro; y la pasta dental, a 2,50.
La carestía de la vida, los exiguos salarios, el déficit habitacional y hospitalario, la penosa calidad de la educación, el desamparo social, en suma, siguen ahí, pese a los multimillonarios ingresos y a la histórica cooperación de España. El trabajo de los claretianos fue siempre abnegado, y el Centro Cultural Español de Bata es un oasis, pero la penuria agolpa en el puerto de Malabo a los estibadores de los mercantes cargados en muelles europeos o asiáticos. El pluriempleo es casi obligatorio, pese al triunfalista discurso del Gobierno, cuya retórica abarata los compromisos con la modernización y el bienestar. El progreso avanza a paso de tortuga, mientras la corrupción, galopante, se abate como la peste sobre el Kuwait africano y, sobre todo el continente negro. Transparencia Internacional colocó a Guinea Ecuatorial en el puesto número 151º de la lista negra de los 163 países más corruptos, en paralelo con Costa de Marfil, Camboya, Bielorrusia y Uzbekistán. Pero la triste estadística no interesa a todos.
-Perdone, pero ¿dónde puedo comprar una guayabera como la suya?
El caballero de la guayabera estampada con los retratos del presidente Teodoro Obiang y su esposa, tamaño gigante, responde de mala gana en la silla de un soportal habilitado para el alisado de rizos y el tratamiento de uñas. El ciudadano oficialista sumerge los pies en un barreño, mientras una joven ejecuta una primorosa pedicura. Le cobrará medio euro.
-Compré la tela y encargué que me imprimieran las fotografías. Usted puede hacer lo mismo.
-Debe admirar mucho al presidente.
-Sí. Ha traído mucha prosperidad.
-Pero dicen que es muy rico y que a la gente no le llega el dinero del petróleo.
-¿Y quién le ha dicho eso a usted?
-Pues por ahí, pero seguro que me han mentido.
-Todo eso es mentira. ¿Y usted, a qué ha venido a nuestro país?
El transeúnte sospechoso llegó a Guinea Ecuatorial con el visado de turista y el interés personal y profesional por la historia y la revolución petrolera de una nación abundante en metales preciosos y maderas nobles, techada por 2.200.000 hectáreas de densas selvas, de las que sólo se han explotado 400.000. El blanco fisgón visitó ciudades abrasadoras sin quioscos de prensa, ni librerías, ni debates; sin sindicatos, ni poderes independientes: una nación católica y espiritista, adormecida por una publicación mensual, tres emisoras de FM estatales y una televisión adscrita a la propaganda gubernamental y a los programas folclóricos y agropecuarios. Triunfan en pantalla Pipi Calzaslargas y Heidi, la niña de los Alpes suizos. Los vecinos con parabólicas se libran del naufragio.
El desplante del caballero de la guayabera, los silencios y las esquivas razones escuchadas en calles, tiendas y mercados de Malabo y Bata atestiguan el temor a hablar mal del régimen y el entendible analfabetismo político de una sociedad distanciada del mundo de la información y de la libertad. Las suculentas regalías petroleras activaron la corrupción y el desengaño en una población sobrada de teléfonos móviles, pero primitiva en las comunidades de pescadores y cazadores avecindados con las vetas de mercurio y uranio, el gorila, los cocodrilos y el murciélago de la lengua larga. Los tesoros naturales de un país lastrado por las inmoralidades propias de la descolonización explican el chaqueteo de Estados Unidos, Francia o España, y el golpe del año 2004 de los 60 mercenarios surafricanos financiados por negociantes y políticos, varios de ellos británicos, apartados todos de la tarta petrolera. La fallida intentona demostró que el monopolio estadounidense estaba siendo amenazado. La Casa Blanca pronto advirtió contra nuevas aventuras. "De ahí, la bienvenida hace dos años de Bush a Obiang, a quien se llamó amigo de EE UU", según subrayó el profesor suizo Max Lininger-Goumaz.
¿Y la fortuna del presidente Obiang es tan cuantiosa, como publicó la revista Forbes hace dos años, 600 millones de euros? Los guineanos desafectos la multiplican hasta el infinito. "Todo es suyo. Ese bloque de apartamentos es de un hijo; esa finca, de su nuera; ese hotel, de un cuñado, y Teodorín se paseaba con un Ferrari... Por favor, hable usted bajo y no haga fotos", suplica el acompañante, que teme acabar con sus huesos en la prisión capitalina de Black Beach, de la que fue director Obiang cuando conspiraba contra su tío Papá Macías. El ajusticiado antecesor del actual caudillo espantó al mundo al asesinar o expulsar al exilio a decenas de miles de bubis, y crucificar a varios opositores. El sanguinario bruto, bien conocido por los espías del almirante Carrero Blanco, glorificaba a Hitler, "el salvador de África", ante el cuerpo diplomático.
El patrimonio de Teodoro Obiang, custodiado por una guardia de guardaespaldas marroquíes recomendada por la monarquía de Rabat, no sólo fue abordado por la revista norteamericana que publica la lista de hombres más ricos del mundo. El Subcomité Permanente de Investigaciones del Senado de Estados Unidos rastreó más a fondo las cuentas familiares cuando fue alertado sobre el masivo blanqueo de dinero en el sector de los servicios financieros. Los sabuesos del subcomité demostraron, hace cuatro años, que el Banco Riggs permitió a Teodoro Obiang y a sus familiares el turbio manejo de más de 600 millones de dólares, ingresados en 60 cuentas y depósitos en efectivo. Casi todos correspondieron a pagos de Exxon Mobil y Maratón que se transfirieron después a cuentas del Banco de los Estados de África Central.
Al menos la mitad de las cuentas funcionaban como privadas a nombre del presidente, su esposa, su hermano, su cuñado, sus hijos varones o su hija. La familia compró casas en Estados Unidos, en España y en otros países, y sus gastos suntuarios fueron de órdago. El banco les ayudó a crear empresas, fantasmas o reales, y la constructora Abayak, importadora de materiales de construcción y socia de operaciones inmobiliarias, respondía directamente al matrimonio presidencial. "Esa empresa participó con un 15% en una filial de Exxon Mobil denominada Mobil Oil Ecuatorial Guinea", reveló el informe.
Otras revelaciones fueron periodísticas y confirmaron la sostenida querencia de Teodoro Nguema Obiang, Teodorín, hijo del presidente, al alegre despilfarro, a las marcas de modas y a los coches de lujo El joven, ministro de Agricultura y Bosques, gastó cerca de 1,25 millones de euros en hoteles, automóviles y fiestas durante un fin de semana en Ciudad del Cabo, según el periódico surafricano The Star. El 20 de julio del 2005, el diario Cape Times reveló otras adquisiciones del presidente de la Asociación Hijos de Obiang: un deportivo Lamborghini de 380.000 euros, y dos Bentley, modelos Arnage y Mulliner, por 800.000 euros. El hedonismo del hijo preferido, dueño de Televisión Aponga, continuó un año más tarde, con el desembolso de 600.00 euros por el alquiler del soberbio yate del entonces quinto hombre más rico del mundo, Paul Allen, cofundador de Microsoft. Los gastos en bienes de consumo fueron tan difíciles de ocultar como las trampas que engordaron las cuentas bancarias.
Una corporación instrumental controlada por el dictador y dos de sus hijos, Otong SA, recibió 11 millones de dólares en efectivo. Funcionarios de la confianza de Obiang los entregaban, en maletines, al gestor norteamericano de las cuentas. Lo gordo venía en paquetes plastificados, que no se abrían, y el resto lo contaban máquinas de alta velocidad. Para simplificar el proceso de ingreso se recurrió al pesado de los paquetes. ¿Un millón de dólares en billetes de cien dólares? Nueve kilos y setecientos gramos. Nadie preguntaba el origen de los dólares porque era de sobra conocido. Las pesquisas norteamericanas alcanzaron al Santander, que recibió, entre el 2000 y el 2003, 60 transferencias del Banco Riggs, por un importe de 26,4 millones de dólares. Todos fueron a parar a la cuenta en la entidad española de la empresa Kalunga, del presiente. El Senado de Estados Unidos pidió información al Santander, pero el banco se la negó, escudándose en la legislación española.
Tampoco Obiang quiso informar al subcomité sobre la procedencia de sus ingresos, titularidades mercantiles y movimientos contables. El Riggs cerró todas sus cuentas para evitar males mayores. Nada irreparable, pues su principal cliente abrió nuevas cuentas en el Banco de los Estados de África Central, "desde donde opera a sus anchas", según fuentes bancarias españolas. El régimen ha manejado "alrededor de 16.000 millones de euros, el 80% aportado por el petróleo, pero el 80% de la población vive en la miseria y un 5% del aparato disfruta de un nivel de vida superior a los suizos", según afirma Armengol Engonga, portavoz del denominado Gobierno de Guinea Ecuatorial en el Exilio, con sede en Madrid, en ausencia de Severo Moto, encarcelado en España por su supuesta participación en un golpe contra Obiang. El ex embajador norteamericano en Malabo (2004-2006), R. Niels Marquardt, no pudo ocultar la verdad sobre la ex colonia en declaraciones a la progubernamental Gaceta de Guinea Ecuatorial, editada en la capital española: ha pasado de ser pobre a ser rico, dijo el diplomático, "pero muchos guineanos no conocen todavía cambios en la vida cotidiana, como en el sector educativo y sanitario".
Cuando Guinea era pobre, pero potencialmente millonaria, españoles madrugadores urdieron una treta para hacer negocios. "La firma de todos los contratos pasaba por él, firmaba todo, y decían que había que tener cuidado con las mujeres porque le gustaban todas", recuerda una persona que vivió aquellos tiempos. "Entonces, algún empresario viajó con prostitutas. Imagínese el resto". El protagonista de uno de los engaños comentó a Armengol Engonga, hace unos 15 años, que "conociendo al personaje, al final ya llevábamos a profesionales del oficio, y cuanto más guapas mejor. En los bailes y las fiestas que hacía Obiang se encaprichaba de todas. Así se firmaban los contratos y las concesiones".
-¿Cuántos hijos tiene el presidente?
-Sesenta o setenta.
-Le estoy hablando en serio.
-Y yo también. Él se considera propietario de la nación, y, por tanto, todas las mujeres le pertenecen, todas las propiedades le pertenecen y todos los recursos naturales le pertenecen.
-¿Y como Gobierno?
-Él tiene sentido de Estado. Es una tribu lo que gobierna en Guinea, y con los mecanismos de la tribu, en una sociedad de analfabetos funcionales. Y después llegan los diputados españoles a hacerle la ola, a reírle las gracias, a hacernos creer que es de día cuando es de noche. Su comportamiento hipoteca el futuro de todo un pueblo.
El guineano del exilió alude críticamente a la visita a Guinea Ecuatorial de los parlamentarios del PSOE, Fátima Aburto; del Partido Popular, Francesc Ricomá, y de Convergencia i Unió, Jordi Xuclá, en representación de sus respectivos grupos, para observar las elecciones legislativas y municipales del pasado 4 de mayo. En un comunicado conjunto afirman que representaron un "nuevo paso en el proceso de democratización de Guinea Ecuatorial y un avance en materia de garantías electorales respecto a las elecciones celebradas en 2004, que deberá ser mejorado y completado en futuras convocatorias". La iniciativa del viaje correspondió al Ministerio de Asuntos Exteriores, cuya Embajada en Malabo, encabezada por Javier Sangro de Liniers, parece sintonizar con el apocamiento de muchos guineanos. "El embajador, que ha tenido que salir a una comida, estará encantado de saludarle, pero no vamos a hacer declaraciones", reitera el consejero, Javier Irazoqui. "No quiero declaraciones", expliqué. "Se trata de me habléis un poco, totalmente off the record, sobre cómo está el país". La respuesta del joven y obediente diplomático resultó enternecedora: "Puede usted informarse en la web de la Embajada".
El conciliador acercamiento de España hacia la dictadura, obviamente encaminada a facilitar los negocios españoles, asombra al director de la Asociación para la Solidaridad Democrática con Guinea Ecuatorial (ASODEGUE), el español Adolfo Fernández Marugán. "Los tres diputados reproducen la opinión de Exteriores, que lleva años diciendo que Guinea está cambiando. Lo ocurrido el día 4 es todo un mentís. Los tres observaron las elecciones con el aparato del partido oficial", señala ese experto. "Lo de España es el misterio. No ha tocado bola en el petróleo. No tiene nada. No ha habido ni una sola concesión para Repsol, y Unión Fenosa ha firmado algo para participar en la ampliación de una factoría de gas natural. Eso sí, España compra petróleo guineano". "Yo me pregunto", dice Fernández Marugán, "¿el petróleo guineano es tan imprescindible a la economía española como para que se trastoque la política de España hacia ese país? Eso es lo que hay que valorar".
Repsol ambiciona nuevas parcelas de prospección, y Unión Fenosa participará, junto al grupo alemán EON, en la construcción de un segundo tren de licuefacción en Bioko, y en tres gaseoductos, con una inversión de 2.035 millones de euros. La buena marcha de esos proyectos pasa por la amistosa palmada a Teodoro Obiang, siempre ganador electoral por aplastamiento del contrario. Su movimiento, el Partido Democrático de Guinea Ecuatorial (PDGE), coligado con nueve formaciones comparsas, triunfó en los comicios del 4 de mayo con el 99% de los votos. Copó 99 de los cien escaños de la Cámara de los Representantes del Pueblo, las 36 alcaldías en juego y todas las concejalías menos tres. "El PDGE ha ganado tan abrumadoramente porque es la única alternativa que resuelve los problemas del país", según su secretario general, Filiberto Ntutumu. Para el portavoz gubernamental, el pluralismo nacional es válido, ya que "no existe un solo modelo de democracia". Obiang es más rotundo: "El ensayo democrático de Guinea Ecuatorial, teoría que yo he inventado, es ya una realidad". El historiador Iñaki Gorozpe también lo es: el dictador "actúa como amo y señor del país" y los comicios no fueron sino una parodia
"Aquí no hay democracia, sino todo lo contrario. Y quienes califican las elecciones de 'avance democrático' [en referencia a los tres parlamentarios españoles] se están burlando", subraya el único diputado de oposición, Plácido Micó. "Ha habido más intimidaciones, más violencia y más violaciones de las normas electorales que nunca".
Burla burlando desde el año 1979, incluidos la Embajada y los periodistas españoles que quisieron cubrir la consulta del 4 de mayo, a quienes se prometió un visado que nunca llegó, Guinea Ecuatorial permanece anclada en el totalitarismo y la represión, según Amnistía Internacional. Todo indica que el gatopardismo del 4 de mayo, el formato de la campaña y de los colegios, las apariencias, en suma, son concesiones a los gobiernos occidentales necesitados de avances para poder defender la moralidad de sus políticas de Estado. El discurso de campaña de Teodoro Obiang estableció los límites de su democracia: "Pluralismo, sí, pero siempre dentro del programa político del PDGE". Plácido Micó admite su impotencia: "Hay que vivir aquí para entender esto. Un pobre joven interventor de mi partido puede asistir al escrutinio, pero después no le dan el acta de votaciones", explica. "Se la lleva el presidente de la mesa, del partido en el poder, que hace lo que quiere con ella. Y si presentamos un recurso, responde el ministro, porque no convoca a la Junta Electoral Nacional. Y así con otras trampas. Manipulan a su antojo. Éstas han sido las peores elecciones".
Anochece en Malabo y en casa de Antonio, a quien nada interesan las elecciones. El hospitalario guineano, con esposa y cinco hijos, arrastra un cierto sentido fatalista de la vida. "No me puedo quejar. Gano para mis necesidades, pero me da miedo que alguno de mis hijos enferme. En los hospitales tienes que traerte hasta la almohada. Y las medicinas hay que comprarlas en las farmacias, que son muy caras". Los chavales rodean al blanco sentado en el desvencijado salón de la vivienda. Lo miran fijamente, sonrientes, curiosos. Antonio muestra el certificado de haber votado el 4 de mayo, con su nombre, apellido, dirección y sello oficial. "Lo llevo siempre en el coche porque lo suelen pedir en las barreras del ejército. Si no lo tienes, te pueden multar, te riñen o tienes que darles dinero. Hasta puedes perder una beca, y si eres funcionario, el trabajo. Por la ciudad no ocurre. Sólo si sales a la carretera". Su agonizante Toyota Carina traslada niños a colegios privados en una especie de contrata de 400 euros. No está mal. "Lo que más rabia me da es que se va a acabar el petróleo sin recibir nada. Antes vivíamos mejor. Mandaba a mi mujer al mercado y le sobraba dinero. El otro presidente era mejor". ¿Qué otro? ¿Macías? "Sí, Macías. Aquel no tocó el petróleo, aunque sabía que había mucho". El sátrapa Francisco Macías es la referencia de Antonio porque no tiene otras. Ni él, ni sus padres, ni sus abuelos. Nunca hubo democracia en Guinea Ecuatorial, que sólo conoció el primitivismo tribal, el látigo de la colonia y los dos autócratas de la independencia. Son las once de la noche. Una lona militar cubre el carro de combate estacionado cerca del palacio presidencial, junto a la entrada de un hotel francés con habitaciones, sin lujos, a 300 euros. Cosas del petróleo y del capitalismo a dedo.
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