La psicodelia de Ovidio
Afirma el propio Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, 1948) en algún lugar del catálogo de esta nueva muestra personal -de hecho, lo hace en referencia al ciclo de cuadros inspirados por Las metamorfosis, de Ovidio, y auténtico núcleo vertebral de la exposición- que de algún modo viene a continuar lo presentado en esta misma galería en su anterior cita de 2005. Lo que de ningún modo significa que el visitante vaya a encontrarse aquí, simplemente, con más de lo mismo. Pues es cierto, de entrada, que, en estas pinturas, el artista gaditano prolonga las claves acuñadas, tres años atrás, con el espectacular giro impuesto a su sintaxis, mediante ese sofisticado entramado simbólico que nace del entrecruzamiento y mutua alimentación entre el febril y libérrimo desarrollo alcanzado en su interés por la codificación ornamental y la no menos asombrosa y libre invención aplicada al tratamiento de la figura, más allá de toda convención anatómica. Un giro que tiene su simiente original en la serie de acuarelas que el artista realizó para ilustrar Los viajes de Gulliver y en la que cabe situar un punto de inflexión que ha determinado la evolución de su trabajo pictórico.
Guillermo Pérez Villalta
Galería Soledad Lorenzo. Orfila, 5. Madrid
Hasta el 27 de marzo
Pero, aún así, bien lejos de la mera extensión rutinaria, esas claves distintivas del último Pérez Villalta obtienen, en la soberbia secuencia de telas desplegada en esta nueva ocasión, una tan enmarañada como deslumbrante complejidad de registros y aciertos, que viene a elevar, aún más si cabe, la soberbia tensión alcanzada en el devenir de su obra, justo cuando el artista culmina la sexta década de existencia. Plenitud desconcertante, en la que no cesa de renovarse, de reinventarse de hecho en una espiral ascendente que brota, en acepción más estricta, de las propias raíces. Ya que en esta última deriva visionaria, no sólo revisita de nuevo a su aire el legado de la tradición, rescatando a menudo en ella los entresijos más raros e insólitos, destilando de esos nutrientes un porvenir insospechado, sino que relee a la par aquí, insistentemente, el curso de la propia pintura, reformulando incluso determinadas composiciones de su pasado -vease el caso de La anunciación- en una ecuación enteramente nueva. Y en esa vertiginosa proyección hacia delante que sitúa el punto de fuga en el origen, resulta bien elocuente el grado en que aflora, a lo largo de toda la exposición, ese ingrediente generacional distintivo que el propio Pérez Villalta asume en el umbral que la psicodelia abre en el seno de la percepción.
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