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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Carnaval en Balaclava

Jacinto Antón

"Enterrada en el alma de cada hombre se halla la noble chispa que lo convertirá en héroe: cuando llegue el fatídico momento, surgirá como una llama e iluminará grandes hazañas", escribió Tolstoi, que a la sazón contaba 25 años y era oficial de artillería en Sebastopol durante la guerra de Crimea. La frase me inspiró para los carnavales, esa fecha en la que todos tenemos la oportunidad de aparentar ser lo que más anhelamos o tememos -que a veces es la misma cosa-. Para la tradicional fiesta de disfraces en la gaudiniana Casa Vicens que organiza mi cuñado y ya es toda una tradición en Barcelona, elegí el viernes pasado caracterizarme de jinete de la carga de la Brigada Ligera en Balaclava, la acción de caballería más famosa, épica y desastrosa de todos los tiempos, en la misma guerra de Crimea del ruso, pero en el otro bando. Fiel a la norma de Epicteto "conoce primero quién eres y adórnate luego en consecuencia", repasé la estupenda El Valle de la Muerte, de Ferry Brighton, que acaba de publicar Edhasa y es una de las mejores y más amenas historias de la carga, a fin de encontrar mi personaje.

En la carga británica, tan sensacional como inútil -Brighton la califica muy exactamente de "magnífica metedura de pata"-, hay muchos tipos interesantes, desde el arrogante Cardigan, que la comandó, y el malhadado Nolan, que llevó la fatídica orden de lanzarla, hasta el soldado Palframan, que sobrevivió al percance para luego perder una pierna en una trilladora, o William Pennington, del 8º de Húsares, que acabó haciendo de Hamlet en un teatro de Londres.

No encontré ni rastro en el libro, claro, del mayor Geoffrey Vickers (Errol Flynn), el ficticio oficial del no menos ficticio 27º de Lanceros protagonista de The charge of the Light Brigade, la película de Michael Curtiz sobre el evento. Pero la trágica personalidad del lancero hollywoodense y su romántico espíritu no habían de estar muy lejos de mi caracterización.

Alquilé en Menkes una casaca victoriana azul oscuro con vueltas doradas, compré en Militaria un alto gorro belga que sugería el shapska de los lanceros, me embutí en un viejo pantalón de esquijama y confeccioné una lanza ("la reina de las armas") con una caña y un banderín. Nunca estás a la altura de tus sueños. Parecía, en realidad, el soldado Jack Vahey, del 17º de Lanceros, bebedor empedernido que participó en la carga hecho un pingajo y borracho de ron, aunque, eso sí, regresó del ataque a los cañones de los cosacos del príncipe Obolensky, según propio testimonio, "sobrio como un obispo".

Llegado a la fiesta, la lanza me ayudó para acceder a los canapés y luego para abrirme paso en el abarrotado salón de baile. ¡Adelante la Brigada Ligera! ¡Death or Glory! Mi épica, ya perfumada de alcohol para no ser menos que el buen Vahey, se vio subsumida en un torbellino de máscaras en el que destacaban una diablesa, un payaso, un fontanero polaco y tres pitufos. Durante un rato bailé esposado a Núria Amat, convertida para la ocasión en una sucinta ama del sado. Pilar Líbano perdió un ala. La multitud se apretujaba a mi alrededor como la metralla rusa aquella polvorienta jornada en Balaclava. Me vino a rescatar Evelio P. caracterizado, as usual, de otro ilustre victoriano: el Harry Faversham de Las cuatro plumas. Envidié su magnífica casaca roja -"en caso de duda, siempre de rojo", decía el modista Bill Blass- , su aplomo y su valor. Exudaba arrojo y gin tonic a partes iguales. Juntos -es una máxima de la guerra que la caballería nunca actúa sin apoyo- cercamos a una solicitada rusa, que escapó con un falso cocinero.

Agustí Fancelli era un impresionante Tristán liceístico (Isolda incluida) que no pudo evitar verse confundido con, hélas, Obélix. Francesc Guardans componía un consistente Enrique VIII mientras su pareja se esforzaba por no perder la cabeza. Hablamos del acto de disfrazarse y de sus deliciosas posibilidades. Alguien recordó la frase de Oscar Wilde "uno debe ser una obra de arte o vestir una obra de arte", yo a Max Frisch -"todo uniforme confiere carácter"- y alguien más a Dorothy Parker: "La brevedad es el alma de la lencería". Mi cuñado Javier Herrero asemejaba una versión veneciana y rococó de Jack Sparrow y me pareció lo suficientemente ebrio para preguntarle por la casa, a ver si pillaba un scoop. "Si se vende serás el primero en enterarte", aseguró con la misma credibilidad que el capitán de La Perla Negra.

Sin saber cómo me encontré en la moto, de madrugada, recitando al viejo Tennyson a voz en grito en el semáforo de Lesseps. La noche se desvanecía y con ella sus máscaras. La realidad brotaba del asfalto como un vapor amargo. No me atraparía. Apreté los dientes, baje la lanza y piqué espuelas. ¡Adelante la Brigada Ligera! "Cargando contra un ejército,/ para asombro del mundo entero".

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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