No es un 'gauguin', es un 'greenhalgh'
En 17 años, ayudado por sus octogenarios padres, falsificó decenas de obras de arte
Hasta el pasado octubre, el Instituto de Arte de Chicago exhibía con orgullo la que creía una de sus más importantes adquisiciones de las dos últimas décadas: la escultura El fauno, atribuida a Paul Gauguin y descrita por los expertos como "uno de los trabajos más satíricos" del artista francés. La institución cultural incluyó la pieza en su exposición Van Gogh y Gauguin (2001), que más tarde viajó al museo consagrado al pintor holandés en Amsterdam.
La obra fue fechada en 1886, pero en realidad había sido concebida en época mucho más reciente, en el destartalado jardín de una casa adosada de Bolton (en el noroeste de Inglaterra). Su auténtico autor es Shaun Greenhalgh, quien, ayudado por sus octogenarios progenitores, ha logrado colocar en el mercado como auténticas un sinfín de réplicas de antigüedades, pinturas y esculturas a lo largo de 17 años.
Shaun Greenhalgh no discriminaba autores, periodos ni estilos a la hora de demostrar sus dotes para la réplica
Greenhalgh, de 47 años, fue condenado el pasado noviembre a una pena de cuatro años de cárcel, no sin el reconocimiento por parte del juez de su "indudable talento". A su madre, Olive, de 83 años, se le impuso una pena de 12 meses en suspenso, mientras que el patriarca de la familia, George, de 84 años, marchante de las prodigiosas copias del hijo, sigue a la espera de conocer su sentencia. El escándalo de El fauno fue desvelado a principios de mes por la publicación The Art Newspaper. Hasta entonces, el mayor éxito conocido de los Greenhalgh era la venta a su Ayuntamiento local de la falsificación de una estatua de una princesa egipcia de la época Amara, por la que desembolsó 600.000 euros. La propia reina de Inglaterra, Isabel II, pudo admirar una obra a la que se atribuía 3.300 años de antigüedad en una exposición en la galería Hayward de Londres.
Shaun Greenhalgh no discriminaba autores, periodos ni estilos a la hora de demostrar sus dotes para la réplica, con una producción de más de cien piezas que abarca desde vasijas romanas hasta esculturas de Henry Moore. La policía desconoce cuántas siguen pululando todavía por el mercado.
El mundo de las falsificaciones es tan antiguo como el propio arte, pero el trío de Bolton se ha ganado un puesto en ese medallero con "la mayor y más diversa" producción en cadena que nunca haya visto Scotland Yard. A pesar de sus ganancias millonarias -1,2 millones de euros probados, aunque se cree que cuadruplicaron esa cifra-, la familia nunca modificó su modesto estilo de vida. Su aspecto gris y desaliñado contrasta con la imagen sofisticada de uno de sus grandes antecesores, Elmyr de Hory (1905-1976), para muchos el mayor falsificador de la historia, que puso en circulación hasta mil réplicas de obras de los más grandes, Picasso, Modigliani, Matisse, Chagall... Americano de origen húngaro que se movía por los círculos sociales más selectos, su vida de película fue plasmada por Orson Welles en la cinta F de fraude (1974). Murió en Ibiza, convertido en un personaje tan célebre que sus propias copias fueron reproducidas por otros colegas timadores.
Otro renombrado artista de la réplica fue el restaurador holandés Han van Meegeren (1889- 1947), quien logró vender una de sus reproducciones del trabajo de Vermeer al mismísimo Hermann Goering. Acusado por los aliados de colaboracionismo, tras la guerra logró eludir una condena a muerte demostrando en directo sus habilidades para emular al gran maestro del siglo XVII. Falsificador, pero no traidor, se le impuso la pena mínima de un año, que nunca cumplió, ya que murió antes de un ataque al corazón.
En el caso de los Greenhalgh, el artificio se desmontó con una artimaña más burda: el intento de que el Museo Británico autentificara unos supuestos relieves asirios esculpidos por el artista de la familia. El anciano padre se presentó hace dos años en su sede londinense alegando estar en posesión de las tres reliquias, herencia familiar abandonada en una esquina de su garaje. Días después, Shaun trasladaba las piezas desde Bolton con un "coche modesto", según explica John Curtis, uno de los más destacados expertos en antigüedades del Reino Unido. Responsables de su departamento en el museo han admitido a este diario que acogieron "entusiasmados" la posibilidad de aumentar su magnífica colección de obras mesopotámicas. Pasados unos meses, y tras un examen con la asesoría de la casa de subastas Bonhams, Curtis acudía a la policía: los relieves presentaban evidentes erratas en su inscripción cuneiforme, y sus autores eran finalmente desenmascarados.
¿Era tan buena la copia del famoso Fauno como para burlar a los expertos de Chicago? "Los Greenhalgh", responden en el Museo Británico, "produjeron una amplia gama de falsificaciones, algunas muy buenas y otras terribles. Las primeras eran mucho más difíciles de detectar de lo que se piensa, a causa de su calidad y porque los análisis científicos no brindan todas las respuestas. Siempre hay que apoyarse en la opinión de los expertos y en una documentación firme".
Los museos consultados en Londres aseguran seguir el estricto protocolo establecido por la Unesco en el año 1970, aunque admiten que no todas las instituciones aplican siempre los filtros preceptivos. Uno de los fiascos más recientes se registró en el Museo Etnográfico de Hamburgo (Alemania), forzado a clausurar semanas atrás una exposición de los guerreros de Xian al revelarse que eran meras copias de las figuras chinas de terracota.
Al igual que el museo alemán, la casa Sotheby's alega haber caído en la trampa de una documentación falsa cuando compró el famoso Fauno a una tal Mrs. Roscoe, el alias de Olive Greenhalgh. "En 1994 vendimos la escultura a un coleccionista por 30.000 euros, que luego adquirió el Instituto de Artes de Chicago. Esperamos resolver pronto el asunto con el museo", ha sido su escueta respuesta para este reportaje.
Shaun Greenhalgh les ha puesto en evidencia, llevado por el fracaso artístico que achacaba a su falta de contactos en el mundillo. Su venganza se inspiró en la figura de John Myatt, condenado en los años noventa como prolífico falsificador de renoirs, picassos y modiglianis, y cuya fama cotiza hoy en 75.000 euros por una de sus obras. Quizá el artesano de Bolton saboree ahora esa idea entre rejas, una ganada notoriedad a costa de ridiculizar al sacrosanto universo del arte.
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