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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cristina se corona

La victoria electoral configura a los Kirchner como nueva dinastía política en Argentina

La contundente y esperada victoria de Cristina Fernández en las elecciones presidenciales argentinas, que hace innecesaria una segunda vuelta, ha sido en realidad un plebiscito sobre los logros económicos de su marido, Néstor Kirchner. Con su voto, organizado caóticamente y en algunos lugares con procedimientos incompatibles con la democracia, los argentinos han elegido el continuismo y premiado cuatro años de crecimiento al 8%, que han tenido la virtud de mitigar en parte los catastróficos efectos de la crisis de 2001-2002.

La cautela de sus pronunciamientos, más allá de los lugares comunes que se esgrimen en toda campaña electoral, hace difícil conocer cuáles serán las líneas maestras de la nueva presidenta a partir del 10 de diciembre, aunque es muy poco probable que corrija seriamente las políticas populistas de Kirchner, salvo en lo que se refiere a su desinterés por lo exterior. Otra cosa es que la situación económica argentina, donde la crisis energética comienza a pasar factura y la inflación se dispara pese a los enérgicos maquillajes gubernamentales, exija decisiones impopulares. Ahí se pondrán a prueba la capacidad negociadora de la presidenta y su elogiado instinto para la comunicación en público, que ha suscitado expectativas en los medios de negocios de EE UU y Europa.

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Lo que sí es seguro, sin embargo, es que el triunfo de Cristina Fernández coloca al matrimonio peronista argentino, al kirchnerismo, en el horizonte político de su país previsiblemente por muchos años. Si Néstor Kirchner, que mantiene una elevada popularidad entre sus compatriotas, mucho mayor que cuando como oscuro peronista fuera elegido en 2003, se hubiera presentado a estas elecciones, se habría cerrado la opción de concurrir a las de 2011. Con su mujer al timón, tanto él como ella podrán hacerlo cuando se hayan cumplido los primeros cuatro años de mandato de la nueva presidenta. Este calculado alumbramiento de una nueva dinastía política es el elemento clave de unos comicios en que lo que estaba en juego no era quién, sino por cuánto.

Por lo demás, en la abultadísima victoria de la próxima jefa del Estado -segunda mujer que llega al cargo en Argentina, pero primera elegida- han intervenido decisivamente otros dos factores. Uno es que, al servicio de Cristina Fernández, ha estado a pleno rendimiento la engrasada maquinaria del peronismo, controlada férreamente por su marido, que no sólo le ha ahorrado unas elecciones primarias, sino que ha puesto a sus pies los recursos administrativos y propagandísticos del Estado, incluyendo la benevolencia garantizada de los medios de comunicación públicos. El otro, la ausencia de una oposición unitaria y creíble. El fragmentado Partido Radical sigue arrastrando la cruz que identifica a la principal formación opositora argentina con el desastre de 2001, pese a que ésta fuese en muy buena medida consecuencia de las políticas del peronista Menem.

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