Raikkonen da ejemplo a McLaren
El finlandés se proclama campeón después de queAlonso adelantara a Hamilton en la segunda curva
Toda la frialdad que siempre había demostrado desapareció de su rostro. A los 28 años, Kimi Raikkonen ofreció ayer una imagen diametralmente opuesta a la que se le conocía. ¡Sonreía! Y tenía razones para hacerlo. El Gran Premio de Brasil le concedió lo que había estado esperando durante muchos años, desde que en 2001 entrase en la fórmula 1 de la mano de la escudería Sauber: su primer título de campeón mundial. Lo logró de la forma más inesperada, con un desenlace digno de la novela de suspense que se había ido escribiendo a lo largo de la temporada. Con un Lewis Hamilton desesperado, arrinconado ya en la tercera curva, cuando intentaba desesperadamente recuperar la tercera posición que acababa de arrebatarle Fernando Alonso, quien fue incapaz luego de alcanzar a los Ferrari.
El título se decidió, pues, de la forma más inesperada. La lógica no existió. Nadie pensaba que Raikkonen, el que menos posibilidades tenía de alcanzar su objetivo, lo consiguiera. Llegó a Brasil a siete puntos de Hamilton y a tres de Alonso. Era una misión imposible. Pero contaba con una ventaja: los Ferrari se habían mostrado mucho más fuertes que los McLaren en la cronometrada y en las tandas largas. Y ésa fue la estrategia de los responsables de la escudería de Maranello. Desde el primer momento, había quedado claro que, si el finlandés tenía la posibilidad de ser campeón, todo el equipo se rendiría a tal evidencia. "Haremos todo lo necesario para que Kimi gane el título", aseguró Luca Colajani, portavoz de Ferrari.
Eso fue lo que ocurrió. El primer rival, y el más duro, quedó eliminado ya en la tercera curva porque Alonso estaba luchando con todas sus fuerzas para consolidar sus posibilidades. En la salida, Webber pareció entrar por la izquierda y adelantar al español. Pero en la primera curva estaba claro ya que era Alonso quien estaba en la trazada y se acercó a Hamilton hasta mostrarle el morro. En la siguiente curva ya le estaba adelantando. Y el británico evidenció un estado de nervios incomprensible. Su desesperación le llevó a intentar un adelantamiento imposible. Sus coches casi se tocaron y el líder en la general perdió la trazada, se salió de la pista y su excursión por el arcén le costó regresar octavo.
Su error intensificó su tensión. Comenzó a correr como un poseso, con una prisa aún incomprensible. Intentó adelantamientos pisando la arena, saltando los pianos, hasta el punto de que algo le ocurrió a su coche, que pareció detenerse cuando iba ya sexto después de adelantar a Heidfeld. Era la octava vuelta y Hamilton comprendió que el título se le había esfumado. Tenía problemas en el cambio. Ni siquiera sabía en aquel momento si abandonaría. No lo hizo, pero se vio relegado a la 18ª posición. Cambió de estrategia, fue a tres paradas, recuperó puestos. "Tienes que acabar quinto, es tu única opción", le dijeron por la radio. Y lo intentó, pero no lo logró.
Sin él en liza, lo demás parecía predeterminado. Raikkonen era segundo y Alonso tercero. Y, aunque entonces el título era del asturiano, todo el mundo sabía lo que iba a ocurrir. Pasó en el segundo repostaje. Todo estaba premeditado. Raikkonen dio dos vueltas más que Massa y cuando salió del pit-lane era ya primero con el brasileño pisándole los talones. El título estaba decidido. Y Raikkonen se convirtió de esta forma en el piloto que más carreras precisó para ser campeón mundial (122), sólo superado por el británico Nigel Mansell (176), y en el segundo de la historia que llegaba como tercer clasificado a la última carrera y ganaba la corona. Antes sólo lo había logrado Giusepe Farina en 1950 (en el debut de la F-1), cuando de forma sorprendente ganó en Monza y superó a Fangio y Gagioli.
Raikkonen saltó sobre su Ferrari, se abrazó a todo el equipo y especialmente a Jean Todt; sonrió, sonrió de nuevo, se fundió en un abrazo con Massa, que había aceptado su condición de compañero de equipo, y luego escuchó el himno de Finlandia, que no había podido oír ni en 2003, cuando luchó ante Schumacher, ni en 2005, cuando la perdió frente a Alonso. Se especuló con que se le había caído una lágrima. Pero sus más próximos lo negaron. La ilusión no le había llevado tan lejos.
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