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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ibarretxe ante Imaz

En una entrevista publicada cuando ya llevaba cuatro años como lehendakari, Ibarretxe informaba a sus seguidores de que él no acostumbraba a leer los periódicos. Tal vez eso explique la impostada ingenuidad con que ayer preguntaba a los asistentes al Alderdi Eguna (Día del Partido Nacionalista Vasco) por qué hay quienes se oponen a su consulta soberanista y la consideran ilegal. Le habría bastado leer cualquier periódico de casi cualquier orientación para encontrar las razones expuestas por juristas, políticos y comentaristas no necesariamente hostiles para considerar desastrosa su iniciativa. Incluso habría encontrado razones morales contra ella a la vista de la previsible utilización que ETA pueda hacer del enfrentamiento con las instituciones del Estado a que aboca su afán personalista por hacer realidad su compromiso de convocar un referéndum. Aunque sea ignorando las condiciones que él mismo puso para hacerlo: en ausencia de violencia y como ratificación de un acuerdo plural.

También podía haber escuchado lo que dijo en el mismo acto partidario de ayer el presidente de su partido, Josu Jon Imaz: que la transversalidad es la garantía de la solidez de cualquier proyecto en una sociedad tan plural como la vasca, que conceptos como soberanía o independencia no tienen hoy el mismo sentido que a fines del siglo XIX, y que no es más fiel al partido el que más escandaliza a Madrid, sino el que es capaz de alcanzar acuerdos realistas.

Imaz evitó gestos de enfrentamiento personal con Ibarretxe, pero hizo un discurso con la suficiente firmeza sobre los puntos esenciales de la renovación ideológica que quiso impulsar. La reacción de los asistentes fue más cálida de lo que se auguraba, lo que puede ser un indicio de que lo que Imaz ha puesto sobre la mesa no podrá ser simplemente ignorado. Pero hasta que Ibarretxe se estrelle en alguna de las curvas de su hoja de ruta, será difícil que la renovación se abra paso.

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Un momento importante será el de las elecciones de marzo. Parece evidente que el lehendakari aspira a reproducir el clima pasional de las autonómicas de 2001, en las que apareció como el mesías salvador de un nacionalismo en crisis. Aquella experiencia aconseja modular la indignación y aplicar la ley con sobriedad, sin aspavientos retóricos; pero aconseja también que el Gobierno sea claro en su relación con Ibarretxe. No hay una legitimidad que pueda encarnar el lehendakari al margen de la legalidad democrática; y si se empeña en organizar un referéndum para medir la fuerza del independentismo, que lo haga en el PNV, en cuyo seno conviven soberanistas y autonomistas. Pero que no intente trasladar esa división a la sociedad.

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